Yesenis sueña con ser periodista
Luego de un embarazo sin inconvenientes, Yesenia dio a luz a una bebé con “enoftalmia bilateral congénita por toxoplasmosis”. La pequeña no podía ver. Por eso, la madre salió de Calabozo, en el corazón de Los Llanos venezolanos, a Caracas, con la recién nacida en brazos. Tenía la esperanza de que alguien pudiera “abrirle los ojos”.
Fotografías: Yovani Ramírez
En los ecos anteriores que le habían hecho a Yesenia, nunca había podido apreciar el rostro de su bebé. Ahora, a los ocho meses de gestación, por fin la pequeña dejaba ver sus manos y su cara. Pero la madre, en lugar de alegrarse, se asustó con lo que vio a través del monitor de ecografía. Notó que las cavidades oculares parecían las de una calavera: era como si estuvieran vacías. Sorprendida, se lo comentó al médico.
—Todo está en total normalidad —le respondió él.
Como la mayoría de las mujeres llaneras, Yesenia se levantaba todos los días muy temprano a ver salir el sol. Tenía 28 años de edad y era madre de un niño. Un tiempo atrás, se imaginó a sí misma completando una carrera en la universidad. Vivía en Calabozo, estado Guárico, en el corazón de los Llanos venezolanos, y allí comenzó a estudiar educación integral. Le agradaban los niños.
En 2007, Yesenia tenía un trabajo en una línea de taxi, que le permitía sostenerse y continuar sus estudios. Tenía una pareja que la quería y que trataba a su hijo con cariño —fruto de una relación anterior—, por lo que no dudó cuando éste le planteó formar una familia.
La vida parecía sonreírle.
El nuevo embarazo de Yesenia fue una decisión que tomaron cuando sintieron que su compromiso era mayor. El día en que le confirmaron que volvería a ser madre, en septiembre de 2008, ella se sintió muy feliz. Anhelaba que fuera una niña.
Yesenia decidió controlarse el embarazo en un centro de salud privado de Calabozo, con un reconocido ginecólogo. En las consultas, él siempre le decía que todo marchaba con normalidad y le recetaba vitaminas, calcio y ácido fólico. Así, sin mayores inconvenientes, transcurrieron los nueve meses. Yesenia tenía la panza enorme, se sentía agotada. Decidió dar a luz en el hospital para así ahorrarse los trámites de una cesárea en un centro privado.
Una mañana, ya cumplido el noveno mes, se levantó con malestar y sospechó que el parto estaba por llegar.
—Prepárate, porque como que hoy voy a parir —le dijo a su madre.
—Si es así, debes comer algo liviano —le respondió aquella.
Y en efecto, después de desayunar un jugo y una galleta, comenzó a sentir las contracciones. Yesenia y su familia se fueron al Hospital Dr. Francisco Urdaneta Delgado de Calabozo, un centro que 30 años atrás era uno de los más modernos de la época, pero que, para ese momento de 2009, carecía de médicos especialistas. No tenía caso esperar por un obstetra: residentes y enfermeras se encargaron del parto.
Apenas escuchó llorar a su bebé, Yesenia notó la expresión de asombro del personal que se encontraba en la sala. Y se llevaron a la niña; no se la mostraron.
—Es algo rutinario, amiga; la bebé nació con el cordón umbilical enrollado en el cuello —le explicó una de las enfermeras.
Ese comentario y el asombro que no se borraba de las caras de los presentes, no alarmaron tanto a Yesenia como las palabras de uno de los médicos residentes:
—Llamen a un especialista urgentemente, esta niña debe ir a retén.
Quería saber qué pasaba. Ni a ella ni a sus familiares les permitían ver a la bebé. En los pasillos del hospital corría el rumor de que había nacido una niña ciega. Diez horas después, y ante la insistencia de Yesenia, las enfermeras se la mostraron: la pequeña, a quien llamaron Yesenis, era robusta, de cuatro kilos, rozagante, pero no abría sus ojitos.
La internaron en el retén. A Yesenia le permitían pasar a alimentarla. Los médicos le explicaron que el de Yesenis era un caso inusual, y le recomendaron llevarla a Caracas, a casi cuatro horas por carretera, para que la vieran especialistas.
Así fue cómo, con tan solo cuatro días de haber dado a luz, Yesenia empacó sus maletas, y con su bebé en brazos, se fue sola a casa de una prima en esa ciudad que a todo llanero le resulta fría, grande y llena de ruidos. Lo hizo con la esperanza de que alguien pudiera abrirle los ojos a su pequeña.
Así llegó al Hospital San Juan de Dios. Allí Yesenia conoció a una especialista ocular, que apenas vio el caso, le dio una palmada en el hombro.
—Tu niña no podrá ver, pues no tiene nervio ocular, no tiene retina, no tiene nada —le dijo.
Yesenia entonces recordó aquella imagen que vio en el monitor del ecografías cuando tenía ocho meses de embarazo.
La explicación completa fue que se trataba de una “enoftalmia bilateral congénita por toxoplasmosis”.
—Tu pequeña no abrirá sus ojos; debes aprender a vivir, hacerte la cuenta de que tu niña es especial. Y puedes consultar especialistas que suban el párpado de la bebé y le pongan una prótesis; pero esto es pura estética pues, te repito, ella no podrá ver.
La franqueza con que le habló aquella doctora fue un estímulo para Yesenia, quien se aferró a la fe y a su creencia en Dios: se dijo a sí misma que Yesenis sería una niña hermosa, coqueta; que aun sin poder ver, se sentiría igual que los demás.
Yesenia buscó apoyo en instancias gubernamentales. Le dieron una ayuda económica que le permitió llevar a la niña a un especialista, para evaluar la posibilidad de implantarle la prótesis. Aunque era un médico malencarado, con poco tacto, continuó llevándola a sus consultas. Sintió esperanzas de que él pudiese ponerle las prótesis.
Pero ese doctor desapareció y más nunca supo de él.
Luego regresó a Calabozo. Su relación con el padre de la niña se había deteriorado. Así que se mudó con su madre, quien la apoyó para que retomara sus estudios de educación, que estaba a punto de culminar. Mientras tanto vendía productos por catálogos para poder mantenerse, ya que le daba miedo dejar a Yesenis bajo el cuidado de otra persona.
Poco a poco fue aprendiendo a tratar a la niña. Entendió, por ejemplo, que sus párpados lucen más caídos de lo habitual y parecen como en estado de reposo cuando duerme. Cuando Yesenis estaba aprendiendo a caminar, se cayó. Quizá eso la volvió un poco insegura, porque el proceso se retrasó: se tardaba en dar pasos sola.
A Yesenia le recomendaron visitar escuelas especiales. Así fue como llegó al Centro de Atención Integral de Deficiencias Visuales (Caidv). Allí percibió un ambiente de alegría: maestras bailando con los estudiantes, disfrutando, aunque los niños no podían ver la luz de cada mañana. Se dio cuenta de que su niña iba a poder desenvolverse en la sociedad, que viviría procesos normales de cualquier persona. Yesenia y Yesenis fueron recibidas con mucha calidez en el Caidv. Y gracias a las maestras especialistas, Yesenis comenzó a caminar luego de haber cumplido un año.
A Yesenia le encantaba el ambiente que rodeaba a su hija. Tanto que se replanteó lo que quería para su vida: decidió cambiarse de educación integral a educación especial. Y no le importaba que eso implicara comenzar los estudios casi desde cero.
Unos meses después de su primera visita al Caidv la directora le ofreció trabajo en la institución. Ella se puso feliz, porque significaba estar al lado de su hija. Como aún estaba estudiando, comenzó como secretaria. Con el paso del tiempo se fue involucrando más en el proceso de aprendizaje de Yesenis. Ambas conocieron lo que es un braille, esa cajita que funge como cuaderno y un punzón que hace las veces de lápiz. La niña poco a poco aprendió cosas que nadie imaginaba que podía aprender: leer y escribir. Así pudo seguir estudiando. A veces, claro, tenía días tristes. Como cuando en quinto grado sus compañeros de clases la llamaban “gallinita ciega” y cuando otros niños la escupían.
De todo eso se acuerdan ahora que Yesenis está por entrar a la adolescencia y sueña con ser periodista. Se la pasa jugando a entrevistar a sus amistades. Y dice que Dios tiene preparadas grandes cosas para ella, que se quiere casar y ser tan buena como Yesenia en su rol de madre.
Esta historia fue producida dentro del programa La Vida de Nos Itinerante Universitaria, que se desarrolla a partir de talleres de narración de historias reales para estudiantes y profesores de 16 escuelas de Comunicación Social, en 7 estados de Venezuela.
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Aixtza Pérez
Calaboceña, periodista egresada de la Universidad Bicentenaria de Aragua, locutora. Reinventándome en la era digital como directora creativa de un portal de noticias local. Todos tenemos historias que merecen ser contadas y varían según los ojos con que se miren. #SemilleroDeNarradores
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