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Una herida que se niega a cicatrizar

Ago 16, 2025

El 5 de enero de 2021, Jean Carlos Rodríguez se enteró de que su único hijo, de 2 años, estaba desaparecido. Desde entonces la vida ha sido otra. Viajó de Cabimas a Maracaibo y a Caracas; llevó su caso a la Fiscalía Superior del Ministerio Público y a la Asamblea Nacional. Lo recibieron, lo escucharon, pero no ha conseguido respuestas.

FOTOGRAFÍAS: JULIÁN ESCALONA

En la soledad de sus pensamientos, Jean Carlos Rodríguez Tudares imagina que es un sueño. Se cuestiona si no debió salir a trabajar ese día. Muchas de sus noches son de insomnio, y de repetir en bucle lo que pasó, y de buscar, quizá, una pequeña pista que cambie todo.

Nunca olvida ese día en que su mundo se quebró.

Lo recuerda al calco. Fue el 5 de enero de 2021. El reloj marcaba las 12:00 del mediodía cuando recibió una llamada de Veranyelin, la mamá de su hijito de 2 años y 9 meses.

—¡No sé dónde está Jean! —Le dijo una y otra vez en medio del llanto.

Él había salido unas horas antes, cerca de las 8:00 de la mañana. Trabajaba en un minimarket de venta de víveres, en Cabimas, la ciudad petrolera del occidente de Venezuela. Perplejo, escuchó a su esposa y no podía entender cómo es que su único hijo, a quien bautizó con su mismo nombre, estaba perdido.

Salió sin despedirse, tomó su bicicleta y pedaleó como un loco rumbo a su casa, en el barrio Barlovento. Lo que encontró era inusual: mucha gente en la calle, los vecinos murmurando y viéndolo pasar con miradas fijas. Llegó hasta el final, la última casa de la cuadra, donde vivía, esperando encontrar a su hijo, pero no fue así.

Era una casa modesta que cuidaban a unos familiares. El patio estaba cubierto de maleza y basura: árboles de varios tamaños cubrían la cerca, un espacio grande para un niño pequeño. La sospecha de la comunidad era que el pequeño Jean se había perdido caminando entre aquellos árboles.

Entre sirenas de bomberos, gritos y el chillido de chivos y ovejos, el corazón de Jean Carlos latía con desenfreno. Pasaron casi seis horas en el ir y venir de cuerpos de seguridad. Organizados en grupos, los vecinos recorrieron los alrededores hasta la carretera Lara-Zulia gritando el nombre de Jean.

Las siguientes 72 horas fueron de alerta máxima en todo el municipio. El caso lo asumió el Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (Cicpc) de Cabimas, cuyos detectives comenzaron por interrogarlo a él y a su esposa.

Le hicieron muchas preguntas, siempre las mismas. Dónde estaba, qué hacía en ese momento, cuándo fue la última vez que lo vio… Aunque intuía que lo estaban tratando como sospechoso, no le importó responder, una y otra vez, lo poco que sabía.

Mientras tanto, un despliegue de funcionarios continuaba la búsqueda. Levantaron alcabalas en algunas calles principales. Se sumaron varios organismos de seguridad, haciendo patrullaje, recorriendo cada rincón del municipio. También emitieron reportes con avisos a policías de otras localidades zulianas, incluso hasta la zona fronteriza con Colombia, en La Guajira.

No hay cifras oficiales sobre personas desaparecidas en Venezuela. Solo subregistros que llevan organizaciones no gubernamentales como Fundaredes, que ha contabilizado a 824 hombres y 268 mujeres desaparecidos en diversos contextos, entre 2019 y mediados de 2024. Y también en 2024 publicó #DesaparecidosEnFrontera, un informe que documentó la desaparición de 1 mil 92 venezolanos en estados como Falcón, Sucre, Nueva Esparta, Delta Amacuro, Táchira, Zulia, Bolívar, Apure y Amazonas. Otra organización, Mayday Confavidt, reúne a familias víctimas de las desapariciones y trata de personas en las costas de Venezuela, y reúne información sobre estos fenómenos.

Pero de casos de niños desaparecidos no hay registros específicos. Muchos se conocen por publicaciones en las redes sociales y cuando las autoridades intervienen suelen recordar lo clave de que se reporten con rapidez.

La búsqueda entonces no podía detenerse. Así habían puesto fin a las oraciones y plegarias por Antonella Maldonado Roa, una niña de 4 años que cuatro días antes de la desaparición de Jean, el 1ro de enero de 2021, habían raptado al norte de Táchira, otro estado fronterizo con Colombia.

Jean Carlos esperaba un rescate igual para su hijo, recibir esa llamada que le devolviera la paz. Y el 20 de enero decidió hacer más. Con su familia, empapeló la ciudad con carteles. Los pegó sobre paredes de lugares muy concurridos en el centro de Cabimas. Una simple hoja que todos miraban con curiosidad, pero donde estaba su vida, la foto de su pequeño hijo, junto a una escueta descripción y los números de contacto.

La desaparición de Jean Carlos se convirtió en el tema de apertura de los medios locales, estaciones de radio y en las calles. No era la primera vez que se reportaba la desaparición de un niño en Cabimas, el tercer municipio más poblado del Zulia. La historia regresaba a sus habitantes a diciembre de 2003, a lo que pasó con Laurita, Laura Leal Mesa, una niña de 9 años que fue raptada de su casa.

El caso conmovió a todo el estado. Aunque hubo detenciones y se enjuició a los responsables, la niña nunca apareció. Aún en algunas calles sigue su foto, como un recordatorio, un eco de una historia que no encontró final.

Jean Carlos recibió muestras de solidaridad de padres puestos en sus zapatos, pero a sus oídos llegaban suposiciones, rumores y teorías de personas que no conocían su historia y decían que, quizá, había vendido a su hijo. Él solo oía. Sabía que nadie podía sentir su dolor, así que no permitía que nada lo distrajera de lo importante. Ni en esos días de enero de 2021 ni en los años siguientes.

Viajó a Maracaibo y a Caracas. Llevó su caso a la Fiscalía Superior del Ministerio Público y a la Asamblea Nacional. Lo recibieron, lo escucharon, pero no consiguió respuestas. Agradece que los fiscales lo sigan atendiendo cuando pasa a preguntar, a cada tanto, porque al día de hoy el suyo es un caso todavía abierto, una herida personal que se niega a cicatrizar.

Los familiares de personas desaparecidas, al igual que Jean Carlos, viven en agonía al no tener certeza alguna de lo que pasó. Se sostienen en el vacío del no saber. En las desapariciones no hay un cadáver, sino una interrogante, una incógnita sobre la vida o la muerte que amerita ser despejada, precisa el Observatorio Venezolano de Violencia.

Después de varios meses del suceso, Jean Carlos se separó de su esposa. Ella decidió migrar a Colombia y cada cierto tiempo se comunican. Le pregunta qué de nuevo le han dicho sobre las investigaciones, sobre su vida y cómo lleva la pérdida de ese hilo que los enlazará siempre.

Hoy él tiene 40 años, pero siente que ha vivido varias vidas en los últimos cuatro. Sigue trabajando, aunque no en el mismo lugar, ahora hace activismo político y es obrero en una universidad con sede en Cabimas, distrae su mente, pero en el fondo, espera lo que anhelaron los papás de Laurita: un punto final a su historia, respuestas que le den sentido a lo que pregunta su mente y corazón a diario.

No ha descansado. Se ha convertido en su propia fuerza de búsqueda, en su propio consuelo. A pesar de la falta de respuestas oficiales, no se rinde. En un país donde muchas desapariciones no tienen desenlace, él se niega a formar parte de las estadísticas. Él elige recordar, preguntar, denunciar, esperar. Recuerda el día que lo vio nacer —el 1ro de abril de 2018—. Recuerda el día que lo vio por última vez. Son más de 1 mil  700 noches sin dormir juntos. Sin verlo crecer.

Ya no vive en la misma casa en la que ocurrió la desaparición. Ahora vive  con su mamá, una anciana de 86 años que, pese a su discapacidad visual, se ha convertido en su apoyo.

“Cómo estará ahora”, se pregunta a diario. En su teléfono y en una agenda en su mesa de noche conserva su foto, una de las últimas que le tomaron. Un niño de cabello oscuro, que se parece a él, posa con un juguete. Y arriba, en letra oscura y mayúsculas, dice: desaparecido.

Mantiene esa foto de su hijo como un recordatorio firme y cuando le preguntan sobre su caso y si su fe continúa viva, en voz baja, como si se dirigiera a sí mismo, siempre dice:

—Es lo que le pido a Dios todos los días. No pierdo las esperanzas. Tarde o temprano se va a lograr algo.

No hay equipo. No hay red. Solo él contra el tiempo, contra el olvido, contra la indiferencia.

Y se repite como un mantra:

—Aunque me rompa el alma, necesito saber. Espero siempre aunque sea un mensaje… una llamada. Algo que me diga dónde está.

Es un papá que no olvida, que sigue esperando, porque para él, mientras no haya una respuesta definitiva, su hijo está en algún lugar, esperando también.

Y él estará listo para encontrarlo porque, incluso quienes no creen, se sostienen —sin saberlo— en algo muy parecido a la fe.


Esta historia fue producida en la cuarta cohorte del Programa de Formación para Periodistas de La Vida de Nos.

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Soy periodista y me gusta contar historias fuera del radar. Hago bases de datos, perfilo personas, investigo, escucho y devoro libros; mientras intento ser una fashionista. Estoy en El Pitazo, Primera Edición Costa Oriental del Lago y la radio.

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