Un techo verde entre tantos techos grises
Sobre el edificio de Postgrado de la Universidad Católica Andrés Bello hay un techo verde abierto al público. Cuando estaban por graduarse de ingenieros en esta casa de estudio, Rubén Acuña y Carlos Estévez soñaban con hacerlo realidad. Esta historia resultó ganadora de la Mención de Responsabilidad Social Empresarial de la 4ta edición del Premio Lo Mejor de Nos.
Fotografías: Manuel Sardá
Rubén estaba sobre el techo que, hace 10 años era, simplemente, un techo. Gris, como tantos otros, lleno de condensadores de aires acondicionados. Hacía mucho tiempo que había trabajado para que ese techo, el del edificio de Postgrado de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), fuera distinto: con jardineras, caminerías, placas fotovoltaicas, un aerogenerador. Con abejas que polinizaran las flores. Y abierto a la comunidad. Un techo único en el oeste de Caracas. Así lo soñaban él y Carlos —su amigo de la universidad, quien vivía en España— cuando en 2013 estaban por graduarse de ingenieros en la UCAB. Y ahora es real.
Como ellos migraron antes de que se levantara tanto verde sobre ese edificio, es poco lo que han podido apreciar de la obra que planificaron. Por eso Rubén estaba contento aquel día. Y por eso, aunque estaría pocos días en Venezuela, quiso ir al Techo Verde.
A los días, antes de volver a Inglaterra, donde vive, pasó por Madrid, para visitar a sus padres y reencontrarse con su amigo y colega Carlos. Son dos hombres en comparación con los muchachos que entraron a la universidad en 2007. Rubén tiene el cabello más corto, ya no luce los rulos; en cambio Carlos pasó a un corte con tijeras.
Cuando Rubén y Carlos salieron del bachillerato, irse del país no era un plan. Ellos y sus compañeros se preparaban para ingresar a la universidad: podían escoger entre la Universidad Central de Venezuela, la Universidad Simón Bolívar y la Universidad Católica Andrés Bello. En las dos primeras, públicas, siempre muy demandadas, son pocos los cupos que asignan. Rubén y Carlos aplicaron para las públicas, no quedaron, y al final se decantaron por la UCAB.
Todavía no se conocían y ya parecían compartir un pasado.
Sus abuelos llegaron de España, quizá en el mismo buque. Consiguieron trabajo en la construcción, quizá en los mismos proyectos. Dos tíos de Rubén y el papá de Carlos estudiaron ingeniería civil en la UCAB, quizá en los mismos años.
¿Por qué no? A veces toca mejorar narrativamente el propio pasado.
Coincidieron en las mismas secciones y desde el comienzo crearon un grupo de estudios. La imagen que tenían de la ingeniería civil estaba muy lejos de la realidad. El balde de agua fría les cayó encima y los empapó con todas las diferentes especialidades de la carrera, sobre todo cálculo. Años después, esa lluvia de realidad arreció mientras cumplían el servicio comunitario en una escuela de Fe y Alegría, en la parte alta de La Vega, en el oeste de Caracas. Se encargaban de armar un archivo (físico y digital) con los planos actualizados del colegio. Estaban allí una ocasión en que estalló una balacera. Los vecinos decían que llovían caraotas y ellos, desconcertados, no entendían de dónde venía la relación entre las caraotas y las balas: ¿la cantidad de balas, el sonido que producían al caer sobre los techos, el color negro de la pólvora?
La “hidráulica” es una de las especialidades de la carrera. También está “estructural”, “sanitaria”, “vías de comunicación y de suelos”. Para la tesis, los estudiantes deben escoger alguna de estas ramas y armar el proyecto. La UCAB había incluido entre sus ejes de acción la sustentabilidad. Desde 2012, esta área ha crecido gracias al esfuerzo de la Dirección de Sustentabilidad Ambiental, bajo la conducción del profesor Joaquín Benítez, para transformar el campus en un espacio amigable y responsable con el ambiente por medio de la inclusión de cátedras verdes, desarrollo de investigaciones sobre sustentabilidad, consolidación de programas sociales en materia ambiental y la gestión efectiva de sus recursos (residuos sólidos, emisiones, agua, energía y áreas verdes).
En 2013, en la búsqueda de un tema para su tesis, Rubén y Carlos querían trabajar en algo que reuniera todas las especialidades y, además, que resultara útil. Se reunieron, entonces, con el profesor Benítez, quien los invitó a su oficina para presentarles su línea de investigación. Entre uno de los puntos a desarrollar estaba el Techo Verde, obra pionera y atractiva para contribuir con los objetivos de la Dirección de Sustentabilidad Ambiental y bautizar a la universidad con un nuevo apellido: sustentable.
Los jóvenes dijeron que sí de inmediato: esa idea del Techo Verde los cautivó. Era lo que buscaban tanto académica como materialmente: un proyecto que englobaba todas las áreas de la ingeniería civil y también marcaba un precedente en la cultura de protección del medio ambiente, que, para ese momento, no era una tendencia.
Un techo verde es tal como suena: sobre la azotea de una edificación se levanta un jardín que puede ser igual de imponente que una selva, con árboles altísimos y frondosos. Sus fines son múltiples. No solo lucen bien, también aumentan la vida útil de los impermeabilizantes, reducen el sonido del exterior, filtran partículas de polvo, mejoran el drenaje del agua (que incluso se puede reciclar dentro del mismo edificio), bajan las temperaturas internas, las plantas que viven allí arriba producen más oxígeno, y sustituyen superficies pavimentadas que generan islas de calor (una problemática urbana que explica por qué la temperatura de lugares densamente poblados de la ciudad es más alta que en otras áreas rurales).
Levantar los techos verdes es posible cuando están pensados desde la génesis del proyecto, pero también sobre un edificio ya existente. En este último caso, se deben hacer estudios pertinentes para saber si es factible o no. Eso es lo que harían Rubén y Carlos para su trabajo final.
El primer reto para ellos fue la visita al Departamento de Ingeniería Municipal de la Alcaldía, ubicado en Plaza Venezuela. Llegaron con la intención de recoger los planos del edificio de Postgrado e irse. Pensaban que en cuestión de minutos estarían listos. La persona que los atendió les dijo que los archivos estaban, pero debían encontrarlos. Había cajas y cajas amontonadas unas sobre otras, desordenadas y llenas de polvo. Para moverlas tuvieron que buscar una carretilla. Ese día se expusieron a la suciedad que no habían respirado en meses.
Una vez encontrados, contaban con los insumos para iniciar las pruebas y comprobar si la idea del techo verde era viable sobre una estructura que no fue diseñada desde el comienzo para soportar ese peso adicional.
Pasaron días midiendo la temperatura del edificio para analizar si se podía disminuir con un techo verde, así no habría necesidad de usar aires acondicionados dentro de las aulas; visitaron otros techos verdes en Caracas (el del Central Madeirense en Santa Fe y el de la Biblioteca Eugenio Montejo, en Los Palos Grandes); investigaron teorías sobre la instalación de techos verdes y sus beneficios para la estructura, la comunidad y, por supuesto, el medio ambiente. Esta pesquisa teórica no les resultó tan fácil porque no hallaron precedentes de trabajos académicos de este tema en Venezuela y los pocos que precisaron respondían a contextos diferentes.
Sin embargo, lograron hacer buenas estimaciones y se decantaron por la instalación de un modelo extensivo, pensado precisamente para edificios que no fueron construidos para soportar mayor peso sobre el techo. Este modelo es igual de efectivo, y más económico que el otro, llamado intensivo. Para no colapsar la estructura, precisaron que el espesor de las jardineras sería de 15 centímetros y solo sería prudente sembrar especies de plantas pequeñas. Para verificar esas proyecciones aplicaron sus cálculos, diseñaron planos en AutoCAD y crearon un prototipo con todas las capas que serían necesarias para la construcción.
El empeño para que su proyecto cumpliera con los objetivos y los estándares necesarios para su implementación fue el combustible para que no pararan hasta lograr su cometido. Finalmente, concluyeron que el edificio de Postgrado estaba en plena capacidad para resistir un techo verde.
Una vez defendida la tesis, en noviembre de 2013, Rubén y Carlos sabían que su proyecto no quedaría engavetado, llevando polvo como las cajas del Departamento de Ingeniería, ni tampoco sería una tesis de ficción: el profesor Benítez les aseguró que la tomarían en cuenta cuando echaran a andar la construcción del Techo Verde.
Rubén y Carlos se graduaron y emprendieron sus carreras profesionales. Participaron como ingenieros de obra en varias construcciones. Mientras ellos asentaban las bases de nuevos edificios; las bases del país se fueron agrietando. Los cálculos ya no les daban en Venezuela y decidieron empezar en Europa.
En agosto de 2019, mientras Carlos cursaba la maestría en ingeniería sísmica en la Universidad Politécnica de Madrid, y Rubén trabajaba como ingeniero técnico de proyectos en Londres, recibieron un correo del profesor Benítez en el que les comentaba que la obra del techo, tal como les había prometido unos años atrás, había iniciado y esperaban terminarla para noviembre de ese mismo año.
Los trabajos, desarrollados por ingenieros de la UCAB, incluyeron un jardín de 330 metros cuadrados, con grama tipo esmeralda y varias especies de plantas ornamentales, ideales para crecer en suelos poco profundos y con bajo consumo de agua. Además de la instalación de las capas para recubrir la superficie y su debida impermeabilización, el sistema de drenajes y alumbrado, y el enrejado.
El 25 de noviembre de 2019, las autoridades de la universidad inauguraron el Techo Verde. Ninguno de los dos pudo estar presente ese día, pero Carlos cuenta, con orgullo, que su papá fue en su lugar.
No solo la comunidad ucabista al asomarse por las ventanas del edificio Cuatricentenario, el más alto del campus, veía el Techo Verde. También lo hacían los vecinos de Antímano, sector aledaño a la universidad. Entre los techos de Caracas, antes rojos, luego grises, ahora había uno verde.
El techo sirve de aula para más de 600 estudiantes cada semestre, es el primero dentro de una universidad venezolana y el único de Caracas abierto a todo público. Ha logrado reducir la temperatura interna del edificio, mitiga la emisión de gases del efecto invernadero y produce su propia energía gracias a las placas fotovoltaicas y el aerogenerador.
La labor del profesor Benítez, su equipo y colaboradores ha rendido frutos: actualmente la UCAB es la segunda universidad más sustentable del país y la primera en relación campus/infraestructura y manejo eficiente de la energía, de acuerdo con el UI Green Metric World University Ranking 2020, una clasificación internacional anual del desempeño en sostenibilidad de las universidades.
En vista del avance implacable del cambio climático y el compromiso de la Asociación de Universidades de América Latina confiada a la Compañía de Jesús, de la que forma parte la UCAB, para impactar positivamente sobre esta tendencia, desde la Dirección de Sustentabilidad Académica se han propuesto seguir expandiendo el Techo Verde con la instalación de una estación meteorológica para registrar los parámetros climáticos, medir temperaturas, humedad relativa, calidad del aire, dirección del viento… Valores que contribuirán para entender mejor y, por ende, buscar la manera de hacer más armoniosa la relación de los humanos con el ambiente.
Techos verdes para subsanar, hasta cierto punto, la deforestación que se lleva a cabo cuando se limpia un terreno para levantar un edificio. Techos verdes imaginados por otros ingenieros civiles. Techos verdes con árboles altísimos, que envidien los grises rascacielos. Techos verdes para dejar a un lado el mero crecimiento e implementar el desarrollo sustentable de nuestra sociedad y nuestro planeta. Como esos sobre los que un día caminaron Carlos y Rubén mientras se permitían soñar.
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Keyla Brando
Mi primer nombre es Keyla y mi segundo nombre es Kristhina. Intercambio una K por otra dependiendo de la ocasión. Estudié letras, trabajo con todo lo que necesite ser comunicado. Entre todos los oficios, prefiero el de la escritura.