Harta de la rutina, la periodista Adriana Herrera renunció a su trabajo de oficina para dedicarse a viajar, escribir y vivir de eso. Desde aquel día de 2010, viajó mucho, ligera y con poco presupuesto. Siempre volvía a Caracas, su ciudad, segura de que era su lugar. Pero en 2019, en medio de un recorrido por Europa, comenzó a imaginarse en Madrid, desde donde, entre lágrimas, escribió este texto para La Vida de Nos.
En su casa no había muchos libros. Los domingos, cuando el padre llegaba con el paquete de periódicos, le saltaba encima para arrebatarle los encartados, que leía durante el día. Fue así que Carolina Lozada se hizo lectora y después escritora. Un oficio que le permite sobreponerse a la desesperanza, y en el que siempre encuentra un puente hacia aquellos años de su niñez.
Apenas aterrizó en Bogotá junto a su esposo y su hijo, Francis Zambrano se enteró de que estaba embarazada. El plan migratorio familiar comenzó a complicarse cuando el negocio de comida venezolana en el que invirtieron buena parte de sus ahorros fracasó. Angustiados, se les ocurrió una idea para poder mantenerse en la ciudad que, desde que la visitaron años antes como turistas, les pareció idónea para vivir.
Un niño de 8 años que sale por primera vez a unas cortas vacaciones sin su madre. Un hermano que le enseña que, para llegar a la cima de la montaña, aunque se llore en el camino, hay que seguir hasta el final. Ese niño que descubre, lejos de la ciudad, una dimensión diferente de las palabras paz, satisfacción y felicidad.
Fernanda Espinasa migró en 2014. Aunque evitaba reencontrarse con Venezuela, lo hizo finalmente para cumplir con el deseo de su padre de que sus cenizas descansaran en el Ávila, la enorme montaña que separa a Caracas del mar. Fue un viaje físico y emocional que le permitió ahondar en sus raíces.
Era muy pequeño todavía cuando un sacerdote le dijo que, aunque no todos éramos buenos para todo, siempre seríamos bueno para algo. La frase quedó resonando en la mente de Rongny Sotillo, quien, a lo largo de su vida, se dedicó a descubrir para qué era bueno él.
Nunca había vivido con su padre. De él, Ariadna García solo sabía que era violento y que, de tanto en tanto, mandaba dinero para la casa en Yaracuy, en el noroccidente venezolano, donde ella vivía con su madre y su abuela.
Esta historia transcurre en una de las llamadas “zonas de paz”: lugares en los que la policía no puede entrar a cambio de que las bandas delictivas que allí operan no cometan crímenes.
Al llegar a España, a donde migró al terminar su carrera de letras, José Miguel Ferrer tuvo la ilusión de volver a escribir y así reencontrarse con su vocación de escritor.
El bebé nació a los ocho meses de gestación. A las tres horas, la doctora informó que tenía síndrome de Down. Desde entonces, sus padres se propusieron brindarle la mejor atención para que fuera un niño feliz. A ello se dedicaron.