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Son vestigios del tiempo y la cal

Jun 14, 2025

Luis Vera y Juana Flores salieron de Caracas, en 1968, con sus dos pequeñas hijas, con destino a Ciudad Guayana, para contribuir, sin saberlo, a la fundación de la primera ciudad planificada de Venezuela. Y allí vieron crecer a su familia. Hoy, Juana vive en una casa que es una metáfora del país: sola y detenida en el tiempo. En este registro fotográfico de Verónica Bastardo, una de sus nietas, se rinde tributo a su historia.

FOTOGRAFÍAS: VERÓNICA BASTARDO

Cuando visito la casa de mi abuela materna, no puedo dejar de pensar que ese lugar que ella habita es una metáfora de la ciudad en que vivo y del país que nos ha tocado a las generaciones más jóvenes. No es solo que se haya detenido el tiempo en su interior, sino que también se ha ido quedando sola —la situación socioeconómica, la crisis, la migración— con el paso de los años. Su casa, que ella y su esposo levantaron en una época marcada por el progreso y el crecimiento, se cae a pedazos.

En abril de 1968, mis abuelos Luis Vera y Juana Flores emprendieron el viaje de mudanza desde Caracas hacia Ciudad Guayana, en el oriente de Venezuela. Los acompañaban sus dos hijas pequeñas, Raquel, de 4 años, y Luisa —mi mamá—, de 1. Luis iba con la misión de echar a andar la sede del Instituto Nacional de Capacitación y Educación (INCE). La idea era capacitar a la población de Puerto Ordaz y las zonas aledañas como fuerza de trabajo profesional para fortalecer las empresas básicas, que comenzaban a trabajar por el desarrollo industrial de la región. Él era licenciado en administración y ella licenciada en educación con una especialización en desarrollo organizacional, ambos egresados de la Universidad Central de Venezuela. Ellos no lo sabían, pero iban a contribuir en la construcción de la primera ciudad planificada del país.

En las semanas siguientes, como no se trataba de un trabajo que el abuelo Luis haría en cuestión de meses, y no querían quedarse más en viviendas provisionales de alquiler, decidieron buscar una casa en la que acomodarse con las hijas. Fue así como llegaron a una residencia amplia de esquina en el sector Villa Alianza, en el este de una incipiente Ciudad Guayana. Los esposos vieron que había suficiente espacio para las niñas, que tenía muy buenas entradas de luz, y además quedaba muy cerca del trabajo de Luis. 

En junio de 1968, se mudaron a esa casa, y la bautizaron como “RaqueLuisa”.

Con el transcurrir de los años, Luis y Juana hicieron remodelaciones, ampliaron algunos espacios, construyeron un agradable jardín en la parte trasera. Viviendo allí nacieron los hijos menores de la pareja, Juan Luis y José Miguel.

En ese entonces, Ciudad Guayana ofrecía oportunidades de crecimiento a sus habitantes, la posibilidad de seguir desarrollándose en el ámbito profesional. Cuando mi abuelo Luis vio que ya había logrado encaminar el proyecto del INCE, él y la abuela aprovecharon las condiciones que había para seguir prestando sus servicios como docentes en instituciones educativas y en centros de capacitación. Luego trabajaron en la Siderúrgica del Orinoco (Sidor). Luis ingresó a esta empresa como supervisor de tiempo y producción, participó en el equipo de la construcción del Plan IV y fue parte del comité de licitaciones. Hasta que la empresa fue vendida a la argentina Ternium, completó 34 años. Allí mismo, Juana comenzó como analista del departamento de entrenamiento, y se jubiló siendo jefa de administración de personal en la gerencia de la Acería Siemens-Martins.

Hoy la abuela Juana vive sola en RaqueLuisa, tratando de mantenerla como puede. Bueno, ella y los recuerdos acumulados durante años junto a los suyos. 

Aquí vio crecer a sus cuatro hijos; despidieron a Raquel cuando se mudó a Mérida para estudiar en la Universidad de Los Andes; también recibieron a Mauricio, el hijo mayor de Luisa y el primer nieto de la familia, que hoy vive en Chile; y celebraron juntos el matrimonio de Juan Luis y su esposa, quienes ahora están en España.

Esa esquina del sector de Villa Alianza se convirtió en punto de encuentro de nuestra familia. Primero con los hermanos y los primeros nietos, Mauricio y Génesis —hija mayor de Raquel—; luego con la segunda generación de primos —Abraham, Isaías, Alejandra, Samuel, Fabiola y yo— que nos lanzábamos por la bajada de la calle en bicicleta. Y luego regresábamos corriendo a la casa buscando consuelo y atención a los golpes y los raspones por las caídas en el pavimento. Allí nos reuníamos todos para algunas celebraciones como el Día de las Madres o el cumpleaños de alguno de los primos. 

El abuelo Luis ya no está. En la sala de estar rezamos su novenario y allí la abuela conserva sus cenizas. Los primos no nos reunimos; algunos viven en España, otros en Chile, y uno en particular se despidió de esta vida. 

Juana hace todo lo posible para conservar su casa en pie con la ayuda de sus hijos, quienes realmente mantienen la nevera.

El aire acondicionado de la sala de estar no funciona desde hace más de dos años. La biblioteca, que Luis y Abraham usaban como espacio para la creación, es solo libros y cajas acumuladas. El cuarto de Raquel y Luisa está casi vacío y tiene una filtración grande en el techo. Y el gran patio de fiestas, donde nos sentábamos a charlar y compartir entre todos, ya no tiene quien arranque el monte que crece libremente desde que mi abuelo Luis se enfermó en 2022.

A pesar de todo, Juana continúa acá. Y así como ella muchos de los tantos profesionales que construyeron Ciudad Guayana. Son vestigios del tiempo y la cal.

Mi abuela está decidida a permanecer en esta casa, aunque siga cayéndose a pedazos, aunque ya su pensión no le permita cubrir los gastos de mantenimiento. Para ella esta es la fortaleza que construyó junto a su esposo para su familia, donde atesora recuerdos y experiencias vividas intensamente.

Allí fueron suficientes el respeto, la tolerancia y el amor. Y eso le basta. 

 

Esta historia fue producida en el curso Los relatos de la imagen. ¿Cómo contar historias a través de la fotografía?, dictado por la fotógrafa Martha Viaña y organizado por La Vida de Nos.

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Crear es mi lugar seguro en medio del abismo. Periodista, fotógrafa, cantante y bailarina aficionada. Profesora en la Universidad Católica Andrés Bello, Guayana. Colaboradora de la Red de Periodistas de la Amazonía y fact checker.

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