Repensando Caracas desde distintas partes del mundo
Dos jóvenes arquitectos venezolanos, residenciados en España y Chile, se enteraron de un concurso que invitaba a proyectar una imagen más amable de Caracas a través de intervenciones. Entraron en contacto y decidieron, junto a sus equipos, unir sus esfuerzos para presentar un proyecto denominado Caracas vinculada. De esta manera, desde Santiago, Madrid, Ciudad de Panamá y Caracas, fueron armando el rompecabezas de su propuesta, la cual ganó la convocatoria.
Fotografías: ccs_vinculada
Cinco arquitectos venezolanos, ubicados en distintas partes del mundo, llevaban más de tres horas con los ojos fijos en el computador. Se preguntaban si sería posible cumplir con el plazo de entrega, si de verdad valdría la pena el esfuerzo que habían invertido en aquel proyecto. Después de todo, se habían planteado una tarea ambiciosa: repensar, desde la distancia, una ciudad como Caracas, apretada, caótica, precipitada que, en el fondo, no dejaban de añorar.
Dos meses antes, el 3 de octubre de 2017, Óscar Rodríguez se había topado con una publicación en Instagram que anunciaba el lanzamiento de CCScity450, un concurso promovido por la Fundación Espacio, la Universidad Simón Bolívar, y la Universidad Central de Venezuela, que invitaba a reflexionar sobre el espacio público a partir de intervenciones urbanas que proyectaran, desde una mirada optimista y constructiva, una Caracas con un rostro más amigable.
A Óscar le interesó el llamado, pese a que desde enero de 2017, con 27 años y una pasantía previa por Panamá, se había instalado en España para cursar un postgrado en vivienda colectiva, en la Universidad Politécnica de Madrid. Terminó quedándose contratado en distintos proyectos, y desde allá lidera, junto a su socio Gustavo Sosa, su propia firma de arquitectura.
El mismo día que se encontró con el anuncio, Jesús Belmonte, venezolano también, de 31 años, estaba en su oficina, en Santiago de Chile, cuando le llegó la convocatoria a través de un grupo de Whatsapp. Leyó la reseña y revisó las bases. Pedían propuestas de urbanismo táctico que ofrecieran características y atmósferas distintas en 10 sectores de Caracas. De inmediato, pensó que era una buena oportunidad para poner en práctica algunas de las premisas que había aprendido durante la maestría en arquitectura del paisaje, que realizó en la Pontificia Universidad Católica de Chile y, sin dudarlo, llamó a Óscar Aceves, a quien había conocido unos meses después de haber llegado a Chile, en 2014, y con quien ya había realizado algunos proyectos para otros concursos similares.
El otro Óscar, desde Madrid, contactó a Gustavo y a Karlys Pulido, dos jóvenes como él que formaban parte de su empresa MODO Grupo Arquitectura. La primera aún residía en Caracas y el segundo se había mudado a Panamá, unos años atrás.
Solo pasaron un par de horas para que los dos equipos terminaran juntándose.
—Mano, yo quiero hacer este concurso contigo —le dijo Jesús a Óscar R., vía telefónica, luego de recordar lo bien que habían trabajado en los proyectos que hicieron juntos cuando acababan de salir de la Universidad Simón Bolívar, en Caracas—. ¿Te activas?
Empezaron por escoger dos lugares, de los 10 planteados por el concurso. Óscar R. apostaba por algo que tuviese un impacto social importante, así que eligieron el punto más cercano al Hospital Ortopédico Infantil, en la Avenida Andrés Bello, no solo por su atractivo urbano, sino también por los retos que planteaba un espacio donde los vehículos le ganaron la batalla a los peatones. Su idea fue simple: conectar a la gente con la gente. La otra parte del grupo, motivada por el interés de Jesús en la arquitectura del paisaje, eligió irse por algo que tuviera más contacto con la vegetación y la naturaleza. Por ello, seleccionaron una zona que colinda con el Country Club de Caracas y los campos de golf.
Comenzaron a hilar los dos planteamientos bajo una lógica en común: intentar que la gente caminara más por la ciudad y que se sintiera más segura en ella. En los años 50, cuando gran parte de la infraestructura vial comenzó a construirse, los aires de modernidad nublaron todo sentido práctico y se desarrolló una Caracas donde los carros tuvieran acceso a todos lados, mientras se creía que los peatones desaparecerían. Ahora, 60 años después, los caraqueños sufren los trajines de vivir en una urbe donde trasladarse a pie es un deporte de riesgo.
En el transcurso de las semanas, Óscar A. y Jesús se dedicaron con intensidad al desarrollo del espacio contiguo al Country Club, al tiempo que los chicos de MODO se dedicaron a pensar en el proyecto cercano al hospital. Periódicamente, se reunían —desde sus computadoras— y echaban mano a ambos trabajos. En paralelo, unos se encargaban de los planos y otros de los renders (representación en tres dimensiones de un proyecto que no está aún construido), mientras Óscar A., profesor universitario con experiencia en los planteamientos teóricos, iba desarrollando el discurso y las memorias descriptivas. Cuando llegó la hora de establecer un sistema para almacenar la información, de manera que todos tuvieran acceso oportuno a cada actualización, decidieron crear una carpeta en la nube, a la que cada quien iba sumándole kilobytes a medida que iba avanzando.
La principal preocupación que surgió fue que el acceso al Hospital Ortopédico Infantil discurría por medio de aceras, donde no había rampas para los adultos y niños con discapacidad. Se dieron cuenta de que en la estrecha calle se producía una especie de simbiosis: pese a sus restringidos caminos, era bulevar, mercado, vía expresa y parada de moto-taxis. Era todo y a la vez nada.
Acordaron de forma unánime que había que sectorizarlo y darles prioridad a los peatones, especialmente a aquellos con movilidad reducida. Inspirado en un proyecto similar, realizado en Chile, Jesús propuso demarcar con pintura las vías de circulación para los peatones, de modo que fueran las propias personas quienes se apropiaran y reclamaran sus usos. Además, la propuesta de pisos ayudaba a disminuir la presencia de vehículos para lograr que la gente pudiera caminar con mayor libertad, sobre todo aquellos que se acercan en sillas de ruedas, muletas y andaderas, y no cuentan ni siquiera con rampas por donde transitar.
Los proyectos comenzaron a robar cada vez más horas a sus ya apretadas rutinas. Óscar R., por ejemplo, hizo mucho de su trabajo mientras viajaba en el metro madrileño. Del trabajo a la casa, de la casa al trabajo, iba siempre rayando cosas, pensando en nuevas ideas y, cuando se le ocurría algo que le entusiasmaba demasiado, le tomaba una foto a sus bocetos y la enviaba al grupo de Whatsapp que habían creado. En uno de esos destellos de inspiración, y luego de hablarlo con Gustavo, se propuso crear una campaña de concientización con retratos, en forma de gigantografías, de los pacientes del hospital. Querían dar a conocer las historias de los niños y, con suerte, buscar una forma de solicitar ayuda económica para ellos.
Aunque al mes ya habían logrado considerables avances, aprendieron a la fuerza a no depender tanto de las llamadas por Skype. Las diferencias de huso horario y el pésimo Internet de Karlys, la única en Venezuela, hicieron fracasar todos los intentos. Ya estaban resignados a comunicarse únicamente por medio de mensajes y audios de Whatsapp.
Óscar R. despertaba todos los días con más de una docena de mensajes del resto del equipo y los iba respondiendo en el transcurso de la mañana. Ellos, desde otro continente, los revisaban una vez que despertaban, varias horas después. Jesús ya se estaba acostumbrando a que la voz de Karlys, experta en enviar audios, se convirtiera en el soundtrack de todas sus mañanas.
Faltando cuatro semanas para la entrega, Jesús empezó a presentir que podían verse comprometidos con la producción que debía salir de Venezuela, en manos de Karlys. Aunque a la más joven del equipo, con 27 años, no le faltaba competencia, la velocidad de banda ancha jugaba en su contra. Sumado a eso, desde hacía meses no tenía servicio de Internet en su casa, lo que la obligaba a trabajar hasta bien entrada la noche en la oficina de MODO, sin saber siquiera cómo regresaría a su hogar.
El resto, todos con casi la misma cantidad de años en el exterior, estaban ya acostumbrados a otro ritmo de vida. Casi habían olvidado que en Venezuela todo transcurría mucho más lento. Volver a estar en contacto con esas dificultades era tan frustrante como padecerlas en persona.
—Esto no sé cómo lo vamos a lograr —pensaba, a veces, Karlys en silencio.
El viernes 24 de noviembre de 2017 era el plazo final para la entrega. La Fundación Espacio había establecido en sus bases que todo debía enviarse de manera digital. Una vez más, Karlys era la que más dificultades tenía.
Ese día, Jesús estaba en su oficina trabajando, por un lado en el computador de escritorio para terminar una asignación pendiente y, por el otro, con su computadora personal sincronizando los archivos que todos iban cargando desde cada país.
—Chicos, ya se está subiendo —les escribía Karlys por el grupo para intentar calmar su ansiedad.
—Oye, se está tardando demasiado, mándalo por e-mail —le respondía alguno desesperado.
Gustavo y Óscar R. estaban también desde sus respectivas oficinas concentrados en finalizar los últimos detalles de las propuestas, mientras se aseguraban de que los archivos se cargaran correctamente. Jesús, por su parte, tecleaba frenéticamente mientras Óscar A. daba el toque final a las descripciones. Pero, en el fondo, no estaban preocupados por su parte del trabajo; sabían que les daría tiempo de terminar. Lo único que les preocupaba era aquello que no podían controlar: el Internet de Karlys.
—¿Cómo vas, Karlys? —le preguntaron una vez más.
Pasaron varios minutos sin ninguna respuesta y, de pronto…
—¡Listo! Ya sincronizó todo —y con esas palabras, todos respiraron hondo, por primera vez en mucho rato. Ahora, solo les tocaba esperar el veredicto final.
Ocurrió el 14 de diciembre. Los ganadores serían anunciados a las 10:00 de la mañana, en un evento dispuesto con gran parafernalia en el Hotel Tamanaco de Caracas. Pero a las 9:30, Karlys, la única que podía asistir en persona, tuvo un percance que la mantuvo retenida en su casa.
—Muchachos, de pana se me hace complicado llegar. El transporte es una locura, el metro no sirve… no sé cómo hacer —les escribió al grupo de Whatsapp cuando se dio cuenta de que su retraso era inevitable.
—Bueno, Karlys, tranquila, igual intenta llegar —le respondió Óscar R., mientras todos los demás lo secundaron.
Al ver su desesperación, el papá de Karlys decidió sacar la camioneta, que mantenía estacionada desde hace varios días mientras lograba sustituir unas piezas que ya avisaban con chillidos que habían dado todo lo que podían dar.
Pero antes de que pudieran terminar de montarse en el vehículo, el celular de Karlys estalló con decenas de pitidos.
—¡Ganamos! ¡Ganamos!
—Karlys, ¿dónde estás?
—Karlys, dime que llegaste.
—Karlys, ganamos, ¡no puedo creerlo! ¡Apúrate!
Todos mensajes de sus compañeros, quienes a través de las pantallas de sus teléfonos y laptops, vieron la ceremonia gracias a la transmisión en vivo que hicieron por las redes sociales. Así pudieron escuchar sus nombres, justo en el momento en que anunciaban el primer lugar.
Cuando finalmente Karlys llegó al Tamanaco, ya había terminado el evento; sin embargo, logró recibir el premio tras bambalinas de manos de uno de los organizadores, tomarse fotos y firmar algunos papeles más.
Al ver la felicidad de Jesús ante su triunfo, sus compañeros de trabajo, todos chilenos, lo felicitaron con entusiasmo.
—¿Cuántas lucas son? —fue lo siguiente que preguntaron queriendo saber a cuánto ascendía el premio en metálico.
—No, chamo, aquí no es por lucas, esto es por otra cosa… Ustedes no lo van a entender —les respondió Jesús con una sonrisa.
Pero igual intentó explicárselos:
—Entregarle esto a la ciudad, entregárselo a la gente… Ese es el premio.
Caracas Vinculada, el nombre con el que terminaron bautizando sus proyectos, empezó a cobrar forma a partir de abril de 2018, cuando inició la ejecución de la propuesta que interviene el área que colinda con el Hospital Ortopédico Infantil, justo con la que ganaron el primer lugar. Desde entonces, y gracias en gran parte al apoyo en sitio de Enrique Giran, el último en incorporarse al equipo, niños, pacientes, vecinos de la comunidad y voluntarios se han involucrado en todo el proceso, documentado paso a paso en la cuenta que crearon en Instagram.
Lo que inició como un planteamiento diseñado para un concurso, se convirtió en un movimiento que busca transformar una ciudad a la que algún día estos jóvenes esperan volver. O quizás, a la que nunca dejaron. Es lo que muchos intuimos: que Venezuela no solo es una geografía física, sino también espiritual, que vayas donde vayas, siempre llevarás contigo.
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Estefanía Reyes
Periodista y politóloga. Leo para desaprender y escribo historias para poner en duda lo que parece aceptado. Redacto para el portal Noticia al Día y soy activista de Proyecto Mujeres.
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