Quizá vayan a Barquisimeto por cinco días
A Yamilet Pacheco le enseñaron en su casa que las vacaciones son muy importantes. En su infancia y adolescencia, viajó mucho con su familia o a campamentos donde compartía con jóvenes de su edad. Hoy no puede garantizarle esa diversión a Gabriel, de 13 años, el menor de sus dos hijos.
Fotografías: Lara Blacklock
Gabriel no despega la mirada del Nintendo DS. A sus 13 años, sin posibilidad de unas vacaciones fuera del sofá de su hogar en Catia, al oeste de Caracas, el videojuego de Pokemón que le prestaron es lo más parecido a un viaje. A su lado está su primo menor, con los ojos fijos en la pantalla de una laptop. No escuchan a la mujer que trata de llamar su atención y repite sus nombres una y otra vez. Es Yamilet Pacheco, la madre de Gabriel, para quien el recuerdo de sus vacaciones dista mucho del encierro que les ha tocado a su hijo y su sobrino.
Ya van más de dos meses de asueto escolar y Gabriel no tiene mucho que hacer. Su tío de Barquisimeto lo ha visitado, ha ido dos veces al cine, estuvo unos días en casa de unos familiares en Guarenas y el fin de semana pasado fue a El Junquito. Esas han sido sus distracciones.
Pero no siempre fue así.
—Gabriel tuvo la oportunidad de hacer planes vacacionales del Seguro Social y del trabajo del papá. A veces incluso hacía los dos. Eran dos semanas. Eso te aligeraba, porque los llevaban a ciertos sitios y uno trataba de llevarlos a otros lados. Así visitó la casa de Simón Bolívar, el Parque del Este y el teleférico —cuenta Yamilet.
Este año no encontró muchas opciones para que Gabriel, el menor de sus dos hijos, pudiera disfrutar de sus vacaciones. Lo que vio estaba en dólares y desbordaba su presupuesto. Por eso son tantos los días que se le van entreteniéndose con la tablet, viendo programas de misterio en la televisión y ojeando tutoriales en Youtube.
En medio de la crisis económica que arropa al país, a Yamilet se le dificulta organizarse para hacer un viaje. O un simple paseo. La inflación le desinfla el bolsillo. Y a eso se le suman las dificultades con el transporte para moverse hasta los destinos a los que quisiera ir. Todo es distinto a unos años atrás, cuando podía pasear con sus hijos sin comprometer el presupuesto para la comida o el colegio.
Y no era necesario estar de vacaciones para que sucediera algo así. A veces salían algún día de marzo o de noviembre, en temporada baja. O aprovechaban un feriado. O los días en los que los niños no tenían muchos pendientes en la escuela.
—Los llevaba a un parque que se llama Dunas, en Valencia, y pasábamos todo el día ahí.
De los 50 años que tiene, Yamilet trabajó 30 como enfermera. Se jubiló en 2018. Alguna vez, con su solo salario, se pudo comprar un carro. Con un mapa de Venezuela bajo el brazo, se montó en su auto con su hija y se fue hasta Mérida. Allá pagó un paquete vacacional.
Años después, también en su vehículo, recorrió el oriente del país: pasó por Puerto La Cruz, Playa Colorada, Las Aguas de Moisés, Río Caribe, Playa Medina.
—En esa época me preguntaba: “¿Qué quiero hacer? ¿Qué quiero conocer? ¿Cuál es la ruta? ¿A quién tengo que contactar?”. Y listo.
Pero ese tiempo quedó atrás. Tuvo que vender el carro en 2015. Ahora, de solo pensar en todo lo que implica un viaje, desiste.
—Hace año y medio íbamos a viajar a Puerto La Cruz y yo abandoné la idea porque dije: “Va a ser una tortura”.
Yamilet, que es testigo de una Venezuela próspera —esa en la que sus hijos no han podido crecer— suspira antes de enumerar los rincones del país que pudo conocer cuando las cosas eran distintas. Fue a Margarita, a Mochima, a San Cristóbal, a Trujillo, a Mérida, a Cata, a Guárico, a Maracay, a Barquisimeto, a San Felipe, a Guanare, al Salto Ángel.
Cuando era una niña, Yamilet disfrutó de muchas vacaciones espléndidas. El rostro se le ilumina al recordarlas. En casa le enseñaron que el tiempo libre era importante. Que había que desconectarse. A los cuatro, siete, nueve años sus vacaciones eran en familia. Con los tíos, los primos, los primos de los primos. Se iban hasta San Felipe, de donde era oriunda su familia materna. Allí pasaban días desconectados de una Caracas muy caótica. Jugaban al escondite, echaban cuentos de muertos, se bañaban en los ríos, corrían al aire libre, se conectaban con la naturaleza.
Ya cuando estaba en el colegio, fue a campamentos en los que pernoctaba hasta 15 días.
—Hicimos fogatas, estuvimos en natación, carrera de obstáculos, jugamos volibol, hacíamos una ruta interna para una cueva. Siempre preparábamos los morrales para acampar.
La aventura no terminó cuando creció, ni cuando decidió estudiar enfermería. Al contrario, juntó su profesión con ese lado aventurero que bullía en ella desde niña. Y de esa mezcla de la fiebre excursionista con el conocimiento y la precaución nació un emprendimiento. Junto a unos compañeros creó una compañía de paramédicos para planes vacacionales que funcionó por dos años.
Tiempo después, sus compadres establecieron un campamento de adolescentes y adultos llamado La Granja El Sol, en una hacienda en Barquisimeto. De ese lugar guarda los mejores recuerdos: los sancochos, las piscinas, las mesas de billar, celebraciones de cumpleaños. Hasta una tirolina de ocho metros que instalaron y que sus hijos, estando aún pequeños, pudieron disfrutar.
—Llegamos a entrar hasta 200 personas en esa casa —recuerda.
Anhela aquella época: “La gente necesita un periodo de descanso. Uno no puede estar 24 horas conectada. Hay que recargar las baterías porque llega un momento en que estás fundida”.
En boca de Yamilet, esas palabras no son un lugar común sino una convicción. Por eso, a pesar de la crisis, ha intentado que sus hijos pasen las mejores vacaciones posibles. El último gran viaje que hizo Gabriel fue a la isla de Margarita, en 2016, donde permaneció ocho días. Fue la primera vez que se subió a un avión. La madre quiere que él también pueda recorrer oriente, como ella lo hizo. Y que conozca Mérida y su teleférico. Y los Médanos de Coro. Pero eso no será este año.
En esta temporada, han ido al cine en día lunes. Vieron Spiderman. Y planean una ida por vuelta a las playas de La Guaira, llevando todo desde casa.
—Y cuando digo todo, es todo: las bebidas, el hielo, algún postre, la comida.
Quizá vayan a Barquisimeto por cinco días, a casa de su tío, para seguir aprovechando los días junto a él antes de que emigre a España.
Gabriel dice que sus vacaciones ideales serían viajando a ese país.
—Allá es donde va a estar mi tío.
Esta historia forma parte de la serie Lo que queda de las vacaciones, desarrollada en alianza con el Centro Comunitario de Aprendizaje (Cecodap)
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Valeria Pedicini
Periodista venezolana egresada de la Universidad Católica Andrés Bello. Pateo la calle con un bolso cargado de libretas, mucha curiosidad y ganas de caerle a preguntas a la gente. Divido mis pasiones entre la escritura y la fotografía. Y decidí que así quiero contar historias que (me) conmuevan: con palabras y muchos clics.
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