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Niñez dejada atrás: ruptura

May 29, 2018

Juan se fue de vacaciones con su mamá. Mariana (4 años), su hermanita por parte de papá, lo esperaba de regreso en unas semanas. Pero no fue así. Sin que hubiera una despedida, ese vínculo quedó convertido en vacío y nostalgia.


Ilustración de portada: Rosana Faría

 

Despedidas sin voz

Nadie les pregunta a los niños qué opinan.

Documentos, dinero, hospedaje, colegio, pasajes, visas, maletas, permisos; todo es parte de las diligencias contrarreloj del adulto que decide marcharse del país.

Pero a los niños nada les preguntan; mucho menos cuando la decisión, lejos de ser planificada, responde a una oportunidad que surge en vacaciones. Y no hay regreso.

Por eso, tampoco esta vez nadie les preguntó a Mariana y a Juan.

No hacía falta.

Mariana tiene 4 años, Juan 7.

Son hermanos por parte de papá. Medio hermanos, como dicen.

—Mi hermanito —dice Mariana.

Para ella es un todo.

—Íbamos a los Estados Unidos con el carro, nos estacionamos, después nos soltamos los cinturones, después papi se quitó el cinturón y fuimos al aeropuerto para saludar a mi hermanito.

Pero eso nunca pasó. Mariana lo inventó jugando con un carro de plastilina que pintó para Juan. Para recordar los paseos en familia al Museo del Transporte, en Caracas. En su imaginación creó esa despedida que no tuvo.

En julio de 2017, apenas terminó el año escolar, Juan se fue de vacaciones con su mamá. Eso era lo que sabía la familia. Mariana lo esperaba de regreso en unas semanas para seguir jugando.

Y no volvió.

Se fue. Sin ver a papá. Sin ver a Mariana.

Sin saber que no volvía.

Sin decir adiós.

Los espacios vacíos

Mamá la mira. La conmueve ver a su niña, tan pequeña, tan frágil, sobrellevando esta separación que ya es dura para los adultos. Busca las palabras para responder cada vez que Mariana pregunta cuándo vuelve Juan. Va reuniendo fuerzas para cuidarla: a Mariana acaban de diagnosticarle una miocarditis. Pequeño corazón abrumado.

—Me gusta jugar con mi hermanito cuando saltamos en el trampolín. Yo salto durísimo. Juan hace muchas cosas muy divertidísimas. ¡A veces saltamos en la cama!

Mariana se ríe. Su voz celebra cada salto recordado en la cama de mamá, “¡pum, pum pum!”. De pronto, se calla y mira los muñecos de papel con los que estaba jugando, donde se dibujó a ella y a Juan. Entonces los hermanos dejan de saltar en sus manos.

—Hace años que no salto en la cama. Tengo que estar de reposo porque mi corazón me latiaba rápido. Muy rápido. Hacía como un remolino —su garganta copia el ruido del tornado tricolor que dibuja ahora sobre la hoja de papel.

Mariana descubre que el tornado que dibujó se parece a la portada de uno de los libros que están sobre la mesa y pide que se lo lean. Ella convierte el libro en un juego para aliviar penas, en un escenario para tomar una fotografía: ordena a la familia de muñecos de papel sobre los colores del libro, organiza los creyones y dispara.

—Ahora Juan vive en los Estados Unidos y a mí siempre me hace falta. Cuando él se va me siento sola. Me siento sola.

Entonces aparecen los recuerdos bonitos: cepillarse los dientes juntos en el banquito, porque ella no alcanzaba y él sí porque es más alto. Cuando jugaban al escondite con mamá; a la ere con Valentina, la prima más grande.

—Pero ya no puedo jugar a la ere, porque no me sé las reglas. Solo Juan las sabe.

Juan, el hermano mayor; el que la salvaba de las hormigas.

—Cuando yo gritaba por las hormigas, él las mataba. Mi hermanito me cuidaba mucho. Ahora que no está, grito por él y él me escucha de los gritos tan altos y corre desde allá. Nos abrazamos y me siento feliz.

Y es que los seres humanos completamos la ausencia. Llenamos el espacio vacío. Las llamadas que no llegan. Las fotos mudas en el celular. Las cosas que no hicimos con quienes amamos.

Los muñecos de papel cobran vida nuevamente en las manitos de Mariana y bailan una canción de moda que ella tararea, Happy.

—Cuando Juan no está me gusta jugar solita. Pienso en mi hermanito…

A Mariana se le escapan las palabras. Busca lo que quiere decir en el diccionario de su experiencia. Solo son 4 años. Sus ojitos se iluminan cuando lo encuentra. Entonces continúa en voz baja, revelando un secreto cómplice:

—…con el sol yo le veo su sonrisa.

El espacio vacío se llena de poesía.

—Cuando el sol brilla más, yo siento que está mi hermanito. 

El que no está

Juan no habla. Juan no dice.

—Yo no lo vi con sus dientes nuevos que le trajo el Ratón Pérez. Y tampoco me contó cómo era la nieve —Mariana desliza este reclamo entre las acuarelas.

Cuando llaman de Estados Unidos Juan no quiere hablar. O no puede. Luce incómodo. Serio. Sus respuestas son siempre las mismas. Casi se han convertido en monosílabos. Pero a veces, cuando su mamá no está y lo llaman de Venezuela, Juan vuelve a ser el hermano resplandeciente como el sol. Y cuenta que está solito. Que Mariana le hace falta.

Allá, Juan también se acuerda de Mariana. De las fotos de cuando ella nació y él se puso una franela que decía “hermano mayor”. De cuando le operaron la pierna y ella gateaba detrás de él arrastrando su yeso. De cuando la enseñó a caminar. Del susto de Mariana cuando mudó los dientes y ella se metió debajo de la mesa al ver la sangre. De las veces que se pintaban la cara y el cuerpo con los pintadedos y tenían que enjabonarse dos veces más. Del Museo del Transporte y la moto que le gustó porque iba más rápido. De todas las veces que lo encontraron de último cuando jugaban a las escondidas. Del cepillo de dientes que dejó en la casa de su hermana.

Y de cuando se inventaron ese saludo que es único de ellos:

—¡Hola, cara de tetero!

Hoy Juan es una ausencia.

Un hermano mayor que ya no puede jugar con Mariana.

 

Sanar con lo bonito

La mesa está repleta: helados, acuarelas, pinceles, plastilinas, creyones de cera, hojas de papel, cartón, cartulina, títeres, figurines en blanco, una cámara fotográfica y cuentos. Pocas cosas más se necesitan para pintar, para crear en otra dimensión lo que modifica el ritmo de la vida y aprieta en el pecho hasta cambiar la velocidad del corazón. Para contar lo que se va dibujando.

Mariana escoge un libro: Coco y Pío.

Entonces salió el sol.

—Ese pajarito es como la sonrisa de mi hermanito.

Coco y Pío crecieron juntos.

—Como nosotros.

Supongo que debemos decirnos adiós dijo Pío.

¡Adiós! dijo Coco.

—¿Y se están extrañando mucho? —ella baja la voz, susurra despacio—. Yo extraño a Juan. Mucho. ¡Muchísimo!

El cuento termina. Coco y Pío se reencuentran.

—Buenas noches, que sueñes bonito —cierra quien lee el cuento.

—Bonito…

Las manos otra vez dan vida a los muñecos de papel. Mariana y Juan se mueven entre los dedos de Mariana. Se acercan. Se abrazan.

—Hola, hermanito. Cara de tetero. Te quiero.


Esta historia pertenece al microsite Niñez dejada atrás, desarrollado en alianza con el Centro Comunitario de Aprendizaje (Cecodap).


Esta historia está incluida en el libro Semillas a la deriva, la infancia y la adolescencia en un país devastado (edición conjunta de Cecodap y La vida de nos).

Con su compra en Amazon Ud. colabora con la importante labor que lleva a cabo Cecodap.

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Me gusta contar historias. Por eso leo, escribo un poco, soy cuentacuentos y estudié comunicación social. De ese poquito que escribo nacieron dos libros: Poética domestica y Jugando entre libros, leer y crear para convivir. Salto contenta con La rana encantada y escucho autores en Librería sónica. Creo que los cuentos convocan y que la ciudad se puede hacer más amable encontrándonos en sus palabras.

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