
Mervis también consiguió alimento para el alma
Una niña carga a su hermanito. Camina con él, por una vía rodeada de maleza, sin un rumbo claro. Solo quiere conseguir al padre que ha salido en busca de alimentos. Una desconocida los aborda, entiende que esos niños no están bien y se dispone a ayudarlos.
ILUSTRACIONES: WALTHER SORG
Un paso tras otro, Natalia carga con el peso de Mervis en sus brazos mientras camina. Llevan más de tres horas de peregrinación en búsqueda de su papá. Son las 4:00 de la tarde, pero el sol todavía hace hervir el asfalto. Hace rato los niños pasaron la estación de bomberos del pueblo, ahora se internan hacia Caño de Indio, un suburbio rural de Tinaquillo. Se mueven al margen de la carretera rodeada de maleza indómita.
De repente, un carro se detiene y una mujer baja el vidrio.
—Mami, venga acá —dijo, mientras se bajaba para abrir la puerta trasera e invitar a subirse a los niños.
Desde el asiento de conductor, se percata de que visten ropa vieja y desgastada, casi hecha harapos. El niño, además, le dirigía una mirada perdida, sin sustancia. Se notaba a kilómetros que había algo que no andaba bien en él.
—¿Dónde están sus papás?
—A papá lo estamos buscando, pensamos que estaba en casa de una amiga que vive por acá —responde Natalia.
Mervis lucía cansado.
—¿Y su mamá?
—No vive con nosotros.
—¿Qué está haciendo su papá y por qué los dejó solos?
—Está buscando comida para Mervis —Natalia señala a su hermano—, no se siente muy bien…

Katherine García vivía el cierre de una jornada normal. Recién llegaba del gimnasio tras las respectivas ocho horas de atención que dedica a su modesto emprendimiento de ropa en la avenida más comercial del pueblo. Sentada en el mueble de su casa, escuchó el teléfono sonar a una hora poco habitual para las llamadas. Reconoció el número y atendió enseguida.
—Tenemos a un niño en el hospital, tiene desnutrición severa. Está mal. Averigua si pueden darle una mano a la familia, porque no tienen nada.
Menos de una hora después, llegó al Joaquina de Rotondaro, el centro de salud más grande de todo Tinaquillo. Sabía moverse en el sitio: junto a otros comerciantes del pueblo trabajaba en Dibujando Sonrisas, una fundación sin fines de lucro que se dedica a apoyar a pacientes sin recursos para enfrentar enfermedades, especialmente en los casos que involucran a menores de edad.
Entró a la habitación donde tenían al niño y lo vio por primera vez. La luz tenue acentuaba una evidente delgadez en su rostro y en sus costillas. Su aspecto tampoco se correspondía con el de alguien de su edad. Mervis era uno de los 134 mil niños que padecen desnutrición aguda en Venezuela, de acuerdo con datos que maneja la defensora de derechos humanos Susana Raffalli. Formaba parte, además, de los miles de casos de menores de edad cuyo proceso de desarrollo se ve afectado por la mala alimentación.
A simple vista, Mervis aparentaba tener tan solo 1 año, no caminaba ni se mantenía en pie, y ni siquiera daba signos de poder balbucear o emitir algún tipo de forma incipiente de comunicación. Su sistema cognitivo se deterioraba a un ritmo alarmante en un momento clave para el crecimiento de una persona: si no se actuaba, los daños serían irreparables.
Lo más inquietante del panorama con el que se topó Katherine era que al lado de la cama donde el niño estaba postrado solo se encontraba su hermana adolescente, también víctima de una desnutrición que en su caso no se había acentuado tanto —al igual que el resto de los hermanos—. No había señales de ningún adulto que respondiera por ambos. Merquiades, el padre, había recibido la visita de una funcionaria de la policía municipal que le notificó la situación. Sin recursos para afrontar el problema, decidió esperar para ir al hospital hasta la mañana siguiente, cuando tenía previsto cobrar algo de dinero.
Katherine intentó informarse con las enfermeras. Habló con Natalia y escuchó el testimonio de lo que había ocurrido a viva voz: un alma caritativa los había recogido en el camino y los había llevado hasta allí. Luego salió de inmediato. Informó sobre el caso en el grupo de WhatsApp de Dibujando Sonrisas, y se afanó en recolectar personalmente la primera donación. Si Mervis iba a sucumbir ante la desnutrición, no sería mientras ella tuviera la oportunidad de ayudarlo.
Un par de horas después, volvió al Joaquina de Rotondaro. Recorrió los pasillos con varias bolsas en las manos: llevaba zapatos, ropa, comida, papel higiénico, cepillos de dientes y demás. La recuperación no solo pasaba por restablecer los valores nutricionales del pequeño, sino por darle condiciones óptimas. A veces, humanizar no solo es ofrecer un plato caliente, sino también brindar un aspecto digno.
El sufrimiento de Mervis inició incluso desde antes de venir al mundo, cuando su destino fue sellado a fuego por la falta de oportunidades y la pobreza. Con tan solo cuatro meses de nacido, su madre partió hacia Brasil en búsqueda de una mejor vida. Una vez allá, se desentendió de la responsabilidad que conlleva la maternidad y dejó al niño a su suerte, junto a sus otros cuatro hermanos mayores.
En pocos meses, la pareja de Merquiades engrosó la lista de refugiados venezolanos que se ven obligados a recurrir a ayuda humanitaria. La vida en Brasil no era lo que ella había imaginado en un principio, así que decidió volver al país e instalarse en Anzoátegui con tres de los niños. Mervis formaba parte de ese grupo. Allí la situación no mejoró; la mujer no era capaz de sostener a la familia y la comida comenzó a escasear en casa.
Varias semanas después, Merquiades recibió un mensaje en su teléfono: Mervis estaba hospitalizado por primera vez con un cuadro de desnutrición. Ante esta vorágine de problemas, decidió ir a buscar a sus hijos y traerlos de vuelta a Tinaquillo. Una vez en casa, consiguió un trabajo que le permitió mantener por un breve tiempo la dieta asignada por los doctores. Sin embargo, la omnipresente carencia de ingresos volvió a cernirse sobre la familia cuando el padre fue despedido por una situación que la empresa nunca quiso aclarar. Paradójicamente, son muchas las vidas que corren el riesgo de morir por no acceder a los mismos productos que Cojedes alguna vez engendró de sus propias entrañas, con abundancia: la ganadería y la agricultura.
Katherine reunió a varias personas a través de su organización para que contribuyeran con el caso. En cuestión de días, financiaron los exámenes que aclararon la condición médica de Mervis. En un principio, había tres patologías presentes: desnutrición severa mixta, abdomen agudo médico secundario a desnutrición y parasitosis intestinal. A esto se sumó un cuadro de neumonía que surgió un tiempo después.

No obstante, el empeño en recuperar al niño fue una muestra de un civismo poco común en un estado que parece haber olvidado ciertas formas de organización civil. A diario, los voluntarios visitaban la habitación del hospital, muchas veces con juguetes, ropa y, sobre todo, leche de fórmula, que era un elemento clave para la recuperación. También decidieron ayudar a Merquiades para que este no tuviera que moverse del sitio en busca de otro trabajo de malas condiciones. El trato era que únicamente se dedicaría a su hijo.
Así, el hombre pasaba los días y las noches junto a Mervis y Natalia. Katherine se integró a ellos como si fuera parte de la familia. Tras varias jornadas, los voluntarios le recomendaron a Natalia abandonar el sitio e intentar volver a su rutina, que consistía en ir a la escuela por la mañana y atender a sus hermanos por las tardes.
Sin embargo, cuando Mervis la vio salir por la puerta, una sensación de desespero lo embargó por completo. Lo único que el niño era capaz de expresar, a pesar de los estragos que la desnutrición ya causaba en su desarrollo neurológico, era su amor incondicional por Natalia; esa figura que vagaba entre lo fraternal y lo maternal, pero que le había ofrecido cobijo en su corazón cuando nadie más lo hizo.
Las jornadas siguientes fueron duras. Finalmente, Merquiades y las personas que se involucraron en el caso convencieron a Natalia de irse. Katherine también fue clave en esta decisión, puesto que los visitaba con tanta frecuencia que la adolescente comprendió que su presencia en el lugar no era del todo indispensable.
Un par de semanas después, por fin podía notarse algo de mejoría en Mervis, quien comenzó a responder de forma positiva a los tratamientos y al programa de alimentación que le habían recetado. Por esos días pudo dar algunos pasos por sus propios medios; un hecho ordinario en niños de su edad, pero que en él se traducía en un logro sin precedentes. También dejó salir un poco más de su verdadera personalidad: era inquieto y pasaba horas jugando junto a los voluntarios, con los juguetes que había recibido. Incluso, podría decirse que la mayor victoria de su proceso de recuperación fue el haber vuelto a sonreír, haber recuperado su alma.
En ese entonces, el Consejo de Protección de Niños, Niñas y Adolescentes ya tenía conocimiento del caso. Se emitió una citación tanto a Merquiades como a su expareja. Ella no apareció. A él le notificaron que Mervis sería enviado a la Fundación Amigos del Niño Desnutrido (Fundanides) junto a su hermano mayor, que tenía un cuadro de desnutrición más leve, y a Natalia, a quien tomaron en cuenta por el vínculo que desarrolló con el pequeño.
Mervis culminó más de tres semanas de un tratamiento intenso y un riguroso proceso de recuperación que no hubiera sido posible sin el apoyo de varias personas y especialmente de la organización de Katherine. Los doctores notificaron que los valores nutricionales habían alcanzado el mínimo necesario para autorizar el alta médica y referirlo al sitio deparado para él por parte de las autoridades.

El día en que por fin pudo salir, ella organizó una pequeña despedida junto a las integrantes de Dibujando Sonrisas y un voluntario disfrazado de un personaje animado infantil. Si bien es cierto que el pequeño todavía no se había recuperado del todo, sí inició un extenso proceso que, de cumplirse a cabalidad, podrá representar una notable mejoría en su calidad de vida.
Ese día, en la habitación que se convirtió en uno de los tantos hogares que ha tenido a lo largo de su vida, Mervis jugó rodeado de regalos y de globos, sin separarse de Katherine en ningún momento. Hacía más de un mes estaba en brazos de su hermana bajo el sol de Cojedes, mientras ambos caminaban sin rumbo. Ahora, parecían haberlo conseguido.

Esta historia fue producida en la tercera cohorte del Programa de Formación para Periodistas de La Vida de Nos.
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Ángel Torres
Soy un periodista venezolano nacido en Cojedes en 1999. Desde mis primeros contactos con la carrera he explorado géneros mixtos, como reportajes y crónicas. Actualmente mi labor está centrada en la fuente cultural.