Las marcas que lo acompañarán de por vida
A los nueve meses de nacido, a Adrian le diagnosticaron una cardiopatía congénita, por lo que debieron someterlo a una compleja y larga intervención quirúrgica. Durante el procedimiento le pusieron un marcapasos para estimular los sosegados latidos de su corazón. Desde entonces, ese aparato ha marcado el ritmo tanto de su vida como de la de Arianny, su madre.
ILUSTRACIONES: SHARI AVENDAÑO
Eran las 9:00 de la mañana y el característico calor pegajoso y abrasante de la isla de Margarita hizo que Adrián despertara antes de lo habitual. Sudoroso, se sentó en su cama, bostezó y se quedó mirando fijamente el suelo. Fue directo a la cocina.
Iba cargado con un montón de dudas. De espaldas estaba Arianny lavando unos platos. Cuando la madre sintió sus pasos se volteó, le sonrió, le dio los buenos días y le preguntó si quería desayunar.
Pero la sonrisa que le regaló a su hijo no tuvo respuesta. En lugar de cariños lo que recibió fueron preguntas que la dejaron pasmada.
—Mami, ¿por qué yo tuve que nacer así? ¿Por qué me tocó a mí? Si en la familia no hay nadie así, ¿por qué yo tengo esto?
Arianny sacó fuerzas de donde no tenía para disimular el fuerte nudo que se le había atorado en la garganta. Su mente se puso en blanco y le faltaba el aire. Se armó de valor y respiró profundo para contener las lágrimas que querían asomarse a sus ojos.
—Ni yo misma lo sé, Adrián. Esas son cosas de Dios.
Al llevarle el desayuno, se sentó lo más cerca que pudo de él, acarició su rostro y le besó la frente. Quiso hacerle sentir que todo iba a estar bien.
Once años no eran suficientes para entender que la emoción que sienten otros niños de su misma edad, que se creen Messi cuando corren desesperadamente detrás de una pelota para llevarla hasta la arquería, no le tocará experimentarla porque podría terminar en un hospital.
Adrián nació en marzo de 2005. Era un bebé como cualquier otro. Lloraba, reía, comía y dormía sin dar mayores preocupaciones. Pero a los nueve meses su pediatra notó que su respiración era muy agitada, que el color de su cara se tornaba azulada y que sus ojos los bordeaban unas ojeras similares a las que aparecen por un trasnocho. Fue remitido a Caracas, donde se confirmó que padecía de una cardiopatía congénita con comunicación intraventricular. Su corazón tenía un hueco y estaba creciendo más de lo normal.
—Hay que operar de emergencia, vuelve a la isla y prepara todo —dijo la doctora.
Arianny no entendía lo que le decían.
—¿Y ahora qué hago?
—Prepara todo y te vienes a Caracas —le repitió.
Cuando llegó, no tuvo tiempo ni de escoger su ropa. Tomó lo primero que vio que parecía cómodo y lo metió en la maleta. Con las cosas de Adrián sí fue más selectiva. No podían quedarse los remedios para la fiebre, para la gripe, para el dolor; además de dos cobijas, paños, medias, pijamas, artículos de aseo personal, y lo más importante: el dinero que había logrado recolectar entre sus familiares y amigos más cercanos. En menos de cuatro días Arianny y Adrián estaban instalados en el Hospital San Juan de Dios.
Durante la larga operación, que duró al menos medio día, los médicos se dieron cuenta de que el corazón de Adrián no podía seguir andando sin ayuda, porque solo trabajaba al 20 por ciento de su capacidad. La junta médica decidió rasgar su pequeño pecho y dejar su corazón abierto para sanar la cardiopatía e insertar un marcapasos. El dispositivo electrónico de litio, que funciona con una batería, genera impulsos que estimulan los latidos del músculo.
Cuando Adrián cumplió tres años, su madre le encargaba su cuidado a una vecina porque tenía que trabajar. Le daba miedo dejarlo en una guardería por el temor a que se fuera a caer u otro niño lo fuese a golpear.
Una de esas tardes, de hecho, él estaba viendo por la ventana a unos niños que jugaban pelotica de goma. Emocionado con aquella algarabía, caminó hasta la puerta que rara vez estaba abierta, la haló y se lanzó a la calle. Se puso como un espectador en primera fila, ese que no permite que nadie se le atraviese. El derroche de gritos, risas y emoción lo tenían seducido…
Pero un pelotazo directo al marcapasos lo hizo volver en sí.
Su madre estaba en el trabajo cuando la llamaron.
—Buenas tardes, por favor con Arianny.
—Un momento.
Arrianny se puso al teléfono.
—Sí, soy yo —dijo.
—Vente ya, que a Adrián le dieron un pelotazo en el pecho.
«Fractura de los cables del marcapasos» fue el diagnóstico que le dieron en una clínica en Margarita. Había que volver a operar para cambiar el aparato. Arianny y su familia tardaron un mes en conseguir uno nuevo, pero sus esfuerzos fueron en vano. Al año de esa intervención, también a corazón abierto, se supo que no había sido exitosa. Los médicos no habían puesto bien los cables que conectan el marcapasos con las arterias del corazón. Adrián debía volver a quirófano para otra cirugía. Para otra cicatriz. Para otro dolor.
Ya con cinco años, Adrián era capaz de molestarse: cruzaba los brazos, hacía gestos con su boca, fruncía el ceño y exigía salir del hospital. Quería volver a casa para jugar con su primo Marcelo. Arianny le explicaba pacientemente que a su corazoncito había que hacerle unas reparaciones y lo consolaba con la idea de que pronto jugaría con su primo y sus otros amiguitos.
Arianny conoció desde muy temprano el dolor de una madre. Tenía 18 años cuando dio a luz y cargaba con la ausencia de una pareja. Durante la tercera operación de Adrián, estuvo un mes internada con él en el Cardiológico Infantil, en Caracas, sin apoyo familiar por los gastos que generaba trasladarse desde Margarita. Pasó un Día de las Madres sola, en cuatro paredes blancas y frías, viendo por una ventanita el ir y venir de los carros.
Estuvo sola, pero feliz de ver evolucionar a su hijo.
Ocho años han pasado. Adrián ya no es un niño inquieto aunque sigue haciendo preguntas que calan directamente en el corazón de Arianny.
—¿Me van a operar otra vez?
—Sí. Esta y todas las veces que sean necesarias.
En el año 2018 comenzó nuevamente la lucha de Arianny. El marcapasos que le habían puesto a Adrián cuando tenía cinco años se estaba quedando sin baterías. Pero ahora las condiciones eran muy distintas y más difíciles a las de años anteriores. Estaba preocupada, le costaba conciliar el sueño. Un marcapasos para Adrián era la súplica diaria que esta mujer hacía ante la Virgen del Valle, programas de ayuda social y redes sociales.
Pronto, como la pólvora corre cuando se enciende, la etiqueta #UnMarcapasosparaAdrian se volvió tendencia y muchos venezolanos y extranjeros se solidarizaron con la causa. Con los donativos que recibió compró todos los insumos que se requerían para la operación: gasas, inyectadoras, guantes y antibióticos. Viajaron nuevamente a Caracas para programar la cirugía, pero sin tener a la mano lo más importante: el marcapasos.
La estadía en Caracas, que debió durar una semana, se extendió a dos y luego a tres. Fueron largas horas y días recorriendo los pasillos del Hospital Universitario, viendo cómo un centro de salud, que en algún momento fue referencia mundial, colapsaba por la falta de insumos, de médicos, de agua y hasta de luz.
Y, por supuesto, del marcapasos.
Exactamente un día antes de la operación apareció el aparato que tanto habían esperado. Lo donó un conocido de esos que a su vez tienen por delante no menos de cinco conocidos más. Ese nuevo dispositivo le devolvió la esperanza y la fe a la madre.
Adrian sueña con ser cantante de reggaetón. Cuatro veces ha pasado por el quirófano, así como cuatro han sido las marcas que lo acompañarán de por vida como un tatuaje indeleble. Y aunque los médicos tratan de hacer las incisiones lo más disimuladamente posible, Adrián le dice a su madre que le preocupa que, cuando tenga 20 años o más, ya no tendrá espacio en su pecho para tantas marcas.
Historia elaborada en el XIII Seminario de Periodismo Narrativo de Cigarrera Bigott 2019.
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Yeannaly Fermin
Caraqueña, periodista y community manager. El periodismo y yo nos encontramos en un momento difícil, y aunque nada ha cambiado, no me imagino haciendo otra cosa que no sea informar lo que ocurre cada día.
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