
Fue un abrazo y una promesa
En 2017, ese año difícil de escasez e inflación, la familia que protagoniza esta historia decidió separarse. Desde entonces han sido varias las migraciones y los reencuentros. Hay una madre en Maracaibo que espera terminar pronto su carrera para volver al lado de su hija, en Colombia.
FOTOGRAFÍAS: ÁLBUM FAMILIAR
Joseanny estaba agotada. Había caminado 5 kilómetros bajo el sol de Maracaibo hasta su casa. Pero ese día el cansancio no importaba. Desde que tenía 19 años había estado tratando de obtener un cupo para estudiar medicina. Ahora, un par de años después, lo había conseguido: en febrero de 2017 comenzó esa carrera en la Universidad Científica de Salud Hugo Chávez Frías (UCS). Por eso estaba tan cansada como feliz.
Llegó a su casa con la satisfacción de quien se inicia en el camino que ha soñado recorrer. Abrió la puerta de zinc de la vivienda, y saludó a Ángela, su mamá de 43 años; a Andy, su hermano de 14; y a Areangely, su hija, de 2.
Pero Ángela no estaba para recibirla ese día, estaba trabajando: había cruzado la frontera de Venezuela con Colombia (salía de Maracaibo rumbo a Maicao) para vender allá comida, ropa y utensilios de cocina.
Con los estudios de Joseanny toda la familia se turnaba el cuidado de la niña. Algunos salían a trabajar, otros para estudiar o para hacer filas por horas para comprar alimentos.
Pero un día de julio de 2017 la rutina se alteró:
—Hija, me ofrecieron un mejor trabajo en Colombia. Me iré a Maicao con una amiga a limpiar casas y cocinar —le dijo Ángela.
…Y ahí el nervio vago de Joseanny se estimuló: de pronto le dolió el estómago.

Ese 2017 había sido un año difícil para Venezuela: la inflación y la escasez de comida hacían de la cotidianidad un trajín. Por ese entonces mucha gente migraba tratando de ponerse a salvo de la crisis. Y Joseanny lo llegó a pensar, pero, ahora que estaba comenzando la carrera después de tanto insistir, no quería desertar.
Por eso se quedó. Se prometió a sí misma que retiraría la carrera un semestre mientras ella y su familia mejoraban sus ingresos. Ángela, en cambio, se marchó en enero de 2018. Y meses después, en mayo de ese año, les insistió que se fueran con ella: allá le iba bien, en poco tiempo había logrado ahorrar y tenían un lugar espacioso en el que podían estar todos.
Al fragor de la crisis venezolana, que no hacía sino aumentar su intensidad, le hicieron caso. La familia se reencontró en Maicao. Joseanny buscaba trabajos como cajera, como animadora de fiestas y no encontraba. También intentó buscar una carrera universitaria en Colombia, pero las matrículas eran muy costosas para ella. La verdad es que no se terminaba de sentir a gusto en ese lugar. Por eso se le metió en la cabeza que era mejor volver a Venezuela.
—Tranquila, mija, yo te cuido a Are —dijo la abuela a la madre.
—No, ma’. Ya es suficiente que empieces de nuevo con Andy. Yo haré lo mismo en Maracaibo —respondió Joseanny.
El primer año sola, en 2018, Joseanny empezó a trabajar de animadora de fiestas, de paramédico en la empresa de un amigo… Pero el sueldo no le alcanzaba. Necesitaba la ayuda de Ángela y de José, el padre de la niña con quien ya no tenía una relación, para costear los gastos de la pequeña.

“Podré pasar hambre, pero Are nunca se acostará sin comer”, pensaba.
Atareada con el trabajo, no podía llevarla al preescolar, así que tuvo que pedirle a su amiga Chiquinquirá que lo hiciera por ella. Joseanny se dio cuenta de que cuidar a su niña sola no era tarea fácil. Menos en Venezuela, donde todo era tan difícil. En 2019 ocurrieron protestas y un gran apagón nacional; en 2020 la cuarentena por la covid-19. La inflación era una constante: los pesos que le mandaban de Colombia cada vez rendían menos. Seguían las cuarentenas, la gasolina escaseaba, las tiendas cerraban…
¿Qué podía decir?, ¿qué gasto podía reducir?, ¿qué podía hacer para mejorar la vida de Are?
“¿Y si traes a la niña a Maicao conmigo?”, recordaba que le decía Ángela.
No. Ni siquiera se entretuvo con la idea por mucho tiempo. Ella veía cómo muchos niños en las fiestas que animaba lloraban porque no estaban con sus padres o sus madres, porque estos habían migrado. No quería que eso le pasara a su hija.
Ese fenómeno se denomina “niñez dejada atrás”. Sucede cuando los padres dejan el cuidado de sus hijos a cargo de abuelos u otros responsables, y se van a tratar de subsistir lejos. No hay una cifra oficial, pero en 2020 la ONG Cecodap estimó que, a la fecha, casi 1 millón de niños estaban en esa situación. El dato tiene sentido: en aquel entonces 6,5 millones de venezolanos ya habían migrado, según las Naciones Unidas. Y el número no ha parado de crecer: para 2025 se estima que hay más de 7,8 millones de venezolanos migrantes, con un porcentaje importante de esa cifra en Colombia.
Josenny pensaba que podía mejorar sus ingresos si tenía un título de medicina, por eso no quería dejar de estudiar.
“Sí, es una estrategia a largo plazo”, se dijo a sí misma.
Llamó a su tía Katiuska. Ella no dudó en ofrecerle a Joseanny un cuarto en su casa por algunos días e ir mudándose con los meses, así se quedaría en el barrio José Gregorio Hernández, una zona más cerca de la universidad.
Ya era febrero de 2021, Joseanny retomó la carrera desde cero. Pero, pese a la cercanía de la familia a la academia, las agendas de todos chocaban: Joseanny tenía una clase pendiente, Chiquinquirá no podía atender a Areangely…
—Yo te estoy diciendo desde hace tiempo que si quieres me traigo a Are para que se te haga más fácil seguir estudiando. Ahora ando en Mingueo como cocinera de un colegio —le insistía Ángela desde otra ciudad colombiana, a 150 kilómetros en carretera al oeste de Maicao—. Ella puede estudiar allí.
—Pero no la quiero dejar sola…
—Entonces te propones que se reencontrarán cuando te gradúes. El tiempo pasará igual. Tú decides.
Lo pensó varios meses, hasta que se decidió: el 5 de abril de 2021, el padre de Areangely la llevó a Colombia con la abuela.
Joseanny se quedó en Maracaibo.
La despedida fue un abrazo y una promesa.
—Cuando termine mi carrera iré por ti, ¿de acuerdo?

Areangely fue parte del 1 millón 842 mil 390 venezolanos que se fueron a Colombia a vivir ese año, según el Ministerio de Relaciones Exteriores de ese país.
Así, Joseanny se convirtió en una “madre dejada atrás”.
En la despedida no hubo lágrimas. Pero a los días Joseanny no logró contenerlas. No quería salir de la casa, le costaba mucho estudiar. No fue hasta que dos amigas —entre ellas Chiquinquirá— la visitaron que se sintió un poco mejor.
—Si te quedas encerrada, ¿qué valor le estás dando a tu decisión? —le decían.
Poco a poco, semana a semana, Joseanny fue formando una nueva rutina: en las mañanas estudiaba en la universidad, en las tardes trabajaba y los fines de semana se dedicaba a estudiar de nuevo.
Ahora hacía prácticas en los Centros de Salud Comunitarios de Maracaibo. Entre las prácticas y los trabajos como paramédico a destajo pudo ahorrar y, por fin, se compró un teléfono celular.
—Mi amor, ¿cómo estás?, ¿cómo vas en el colegio?
—Bien, mami, saqué otro 5 en mate. Ya sé sumar.
Ahora Areangely tiene 9 años, ya ha crecido.
Ángela le explica a Joseanny que el 5 es la calificación más alta en el sistema educativo colombiano. Que Are, en su 4to grado, es una de las más aplicadas del salón.
—¡Qué bueno, mi vida! Estudia mucho, hija. Cuando nos den un descanso, nos vemos otra vez, ¿sí?

Are le sigue contando sus logros en el colegio: le va bien en la lectura, está aprendiendo inglés, presume de sumar y restar en segundos. Pero, sobre todo, le encanta dibujar: ya esboza objetos con bastante precisión.
La abuela le dice a Joseanny que Are es una niña sociable, que se gana las risas de las maestras y amigos por igual. Cuando le preguntan por sus padres, dice que su mamá anda de “vacaciones” estudiando duro y que su papá se fue hace meses a Estados Unidos de “vacaciones” para conseguir un trabajo que le dé más dinero.
Cada vez que las vacaciones escolares de Venezuela y de Colombia coinciden, en diciembre, Joseanny se va a Maicao para reunirse con su familia. Juega con Areangely: salen a correr, van al centro comercial, se bañan en los ríos. Eso sí, no juegan a las escondidas.

Esta historia fue producida en el Programa Formativo Contar Fronteras, una alianza entre El Bus TV, Runrun.es y La Vida de Nos para mostrar la realidad en estados fronterizos de Venezuela.
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Pahola Villasmil
Tengo 28 años y estoy cursando el 11vo trimestre de comunicación social, mención publicidad y relaciones públicas en Maracaibo. Me gusta contar historias que inspiren y generen impacto, mientras disfruto aprender en cada paso del camino.