
Esa postal pegada en la pared
En su voluntariado en el hospital pediátrico JM de los Ríos, las activistas de Prepara Familia entendieron que la desnutrición infantil era un problema importante en Venezuela. Preocupadas, se les ocurrió crear un espacio —una suerte de refugio— en el que niños, niñas y adolescentes pudieran recibir atención adecuada y recuperarse. En cuatro años ese centro ha ayudado a más de 2 mil 800 niños y más de 800 mujeres madres y cuidadoras.
—¿Te gusta el pollo? ¿Te gusta el pescado? ¿Te gustan las frutas? ¿Comes todo lo que te sirven en el plato?
La nutricionista no para de hacerle preguntas a Carlos, un adolescente de 11 años que, en compañía de su madre, acaba de entrar a su consulta. La especialista necesita entender su historia, sus hábitos, el modo en que se alimenta: quiere ayudarlo, como ha ayudado a tantos en ese consultorio.
Ahora lo pesa, lo mide. Y sigue haciéndole interrogantes. Cada dato le permite conocerlo mejor. La conclusión de su pesquisa es que Carlos padece desnutrición aguda severa. De acuerdo con las tablas de referencia de crecimiento de la Organización Mundial de la Salud, su Índice de Masa Corporal está por debajo del percentil 3, más bajo de lo esperado para su edad y sexo. El rango considerado normal está entre los percentiles 15 y 85.
La nutricionista les explica a Carlos y a su mamá lo que el adolescente debe consumir, de qué manera y en qué horario… todo lo que debe hacer para recuperarse. Además, le entrega un récipe a la mujer para que en el cubículo de al lado retire suplementos nutricionales que le acaba de recetar a su hijo.
—¡Nos vemos en tres semanas!
El niño asiente, se despiden chocando los puños.

Afuera, en el pasillo, sentados en una hilera de sillas plásticas, más niños, niñas y adolescentes esperan para entrar al consultorio. Los acompañan sus mamás, sus papás o sus abuelas. Todos, como Carlos, están en el Centro de Protección Nutricional Ponte Poronte, de la asociación civil Prepara Familia, ubicado en San Bernardino, en el centro norte de Caracas.
Una pediatra dicta un taller sobre alimentación saludable en casa.
Otra pediatra sostiene un muñeco para mostrarles a la madre y a la abuela de una bebé las posiciones adecuadas para sacarle los gases. “Lactancia es paciencia”, les dice.
En la cima de un mueble archivador, las acompaña la figura de Nuestra Señora de La Leche, una advocación de la Virgen María que amamanta al Niño Jesús.
Aquí los reciben con calidez, con sonrisas. Es un espacio agradable. Las puertas son amarillas como los girasoles, y hay paredes de tonos pastel decoradas con arcoíris y árboles de hojas verdes, anaranjadas, azules, fucsias. En los estantes —donde guardan medicamentos y suplementos alimenticios— reposan osos de peluche, figuritas de superhéroes.

Este lugar es una melodía alegre. El nombre le queda bien: Ponte Poronte es una rima infantil, una canción que se entona mientras se van chocando las manos en un juego divertido.
Pero, que quede claro, esto no es un juego. Aquí todos se toman su trabajo muy en serio. Cada día un equipo de especialistas, nutricionistas y pediatras atienden a niños —de 0 a 14 años— que están en riesgo de desnutrición, y ofrecen consultoría a mujeres embarazadas y lactantes. En una pared de la entrada, muestran fotos de los niños que se recuperaron gracias a este servicio: es un mosaico con decenas de imágenes de bebés en los brazos de sus madres; niños y adolescentes, con el pulgar hacia arriba.
Quizá lo exhiben como una muestra de que siempre es posible mejorar.
Es una postal motivadora.
En 2008 un grupo de personas, entre ellas Katherine Martínez, abogada de profesión, comenzó a hacer voluntariado en el Hospital de Niños José Manuel de los Ríos, el principal centro asistencial pediátrico del país. Gestionaban donaciones, les cantaban a los pacientes, celebraban sus cumpleaños. En 2014, ese voluntariado se convirtió en la asociación civil Prepara Familia, dirigida por Katherine, dedicada a acompañar y defender los derechos de niños, niñas y adolescentes enfermos y de las mujeres cuidadoras.
Esa labor fue tejiendo un vínculo no solo con médicos y especialistas, sino con los niños y sus familias. Un vínculo que, en esos años duros de 2016, 2017 y 2018, ya se había consolidado. Inflación. Escasez. Desabastecimiento de insumos médicos. Migración de especialistas. Deterioro de la infraestructura. La realidad en el JM estaba entretejida por los hilos de distintos problemas que se convertían en una red que impedía que los niños gozaran de sus derechos.
En el último trimestre de 2016, el sistema de monitoreo en niños menores de 5 años de Cáritas Venezuela documentó que 8,9 por ciento de los evaluados presentaban desnutrición moderada o severa. A finales de 2017, ese indicador aumentó a 16,2 por ciento. En 2018, 34 por ciento estaba en riesgo de desnutrición.

Katherine recuerda el agobio de los médicos, quienes se encontraban en sus consultas a niños que no tenían enfermedades de base, pero que no crecían ni ganaban peso. En el Hospital de Niños no podían proporcionarles los suplementos nutricionales porque no había.
En agosto de 2019, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos aprobó medidas cautelares para que el Estado protegiera a los niños, niñas y adolescentes de 13 servicios del hospital, incluyendo el área de nutrición, crecimiento y desarrollo, al considerar que estaban en riesgo debido al desabastecimiento de medicamentos, el estado de las instalaciones y falta de personal e insumos médicos.
Al no contar con los suplementos nutricionales, los doctores hacían sugerencias a las madres: “Cambia la dieta”, “Intenta este menú”, “Prioriza las proteínas”. ¿Pero cómo comprar pollo, carne o pescado? A las familias el dinero, sencillamente, no les alcanzaba para atender esas recomendaciones. Resolvían saciar el hambre con lo que podían. Era una realidad nacional. En 2018, la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida, desarrollada por la Universidad Católica Andrés Bello, reportó que 89 por ciento de los hogares recibían ingresos insuficientes para comprar alimentos.
Las voluntarias de Prepara Familia veían a niños que salían de las consultas de nutrición y tiempo después volvían al hospital sin recuperarse. Por eso, empezaron a ofrecer apoyo: hacían cuanto podían para conseguir donaciones de suplementos nutricionales y vitaminas para esos niños en situación de vulnerabilidad.
Haciéndolo sentían que podían aportar más. Que esa labor podría tener un poco más de estructura. Y así impactar en más vidas. Fue de esa preocupación que nació la idea: ¿qué tal abrir un espacio en el que a los niños se les hiciera el tamizaje nutricional (proceso rápido para detectar riesgo nutricional) y recibieran la suplementación que requerían para recuperarse?

En 2020 se aliaron con varias organizaciones (entre ellas Mapani y Meals4Hope, que en varias regiones del país trata de erradicar la desnutrición) para crear Ponte Poronte. Entre un grupo de médicos y Susana Raffalli, nutricionista especializada en seguridad alimentaria y emergencias humanitarias, diseñaron un protocolo de atención gratuita. El objetivo era preciso: que en 14 semanas los niños recibieran acompañamiento y suplementos adecuados según sus requerimientos.
Los niños tendrían sus consultas con nutricionistas, que les harían seguimiento a su evolución. Les entregarían suplementos según el diagnóstico (entre los que se podría incluir el RUTF amarillo o rojo, alimento terapéutico listo para usar), desparasitantes, vitaminas, ácido fólico y Lactovisoy. En algunos casos, podrían indicarle exámenes para descartar patologías y, de ser necesario, remitirlos al hospital. Les darían vitaminas a las mujeres embarazadas y lactantes que lo requiriesen. En paralelo, durante el tratamiento, ofrecerían talleres sobre buenas prácticas alimenticias.
Hasta que el paciente se recuperara.
Ese era el norte hacia el que debían transitar siempre.
Conformaron un equipo de especialistas para que trabajaran en el centro. Entre ellos, pediatras y nutricionistas que conocían la labor de Katherine y Prepara Familia.
Pero la idea era eso: una idea. Necesitaban un espacio físico para que ese sueño pudiera hacerse realidad. Y ese era un problema. En plena pandemia de covid-19 era difícil conseguir un alquiler. En medio del confinamiento, nadie accedía a mostrarles algún espacio. Pero un voluntario sirvió como mediador para que alguien accediera a enseñarles y alquilarles una oficina.

Era perfecta. Quedaba cerca del hospital. No hizo falta buscar más.
Con mascarillas y escudos faciales para protegerse de la covid-19, empezaron a transformar ese espacio: quitaron la alfombra vieja de los pisos, pintaron las paredes y consiguieron y cargaron los muebles. Se dice fácil. Se dice rápido. Pero les tomó seis meses convertir esa oficina en la sede llena de color que habían imaginado.
En enero de 2021, el Centro de Protección Nutricional Ponte Poronte abrió sus puertas. Comenzaron a ofrecer atención nutricional gratuita a niños y a mujeres embarazadas y lactantes, y en el tiempo estipulado en el protocolo los primeros niños se recuperaron de la desnutrición.
Hasta 2024 atendieron a más de 2 mil 800 niños y más de 800 mujeres.
Una madre o representante que considere que su hijo está en riesgo de desnutrición, porque no gana peso, no crece o no quiere comer o que necesite consejería de lactancia materna puede llamar a los números de Ponte Poronte y agendar una consulta gratuita. Si el niño está en riesgo de desnutrición, los especialistas lo sumarán al protocolo.
Aquí, en medio de los desafíos, siempre están buscando motivos para celebrar. Festejan los cumpleaños, cada mes hacen una fiesta para los niños que van al centro. Todos llevan algo para compartir, y hay torta, música y juegos.
Para Katherine todos aquí son como una familia. Por eso procuran entender el hogar de cada niño, ver de qué otras maneras pueden apoyarles.

—Se les hace el tamizaje nutricional y si el niño no tiene desnutrición, ¡gracias a Dios! Las doctoras a veces dicen: “Vamos a ayudarle con algunas vitaminas porque no está en riesgo”. Evalúan la situación de la familia para ver si hay que prevenir que llegue al estado de alarma, explican a las mamás que deben hacer algunos cambios en la alimentación o las invitan a algunos de los talleres —cuenta Katherine.
Hay mamás que les han dicho que no pueden asistir cada semana porque se les hace difícil costear el transporte. En esos casos han resuelto espaciar las consultas de control a cada 15 días. Han ajustado el protocolo a 7 consultas distribuidas en 14 semanas e, igualmente, en cada cita se evalúa el avance de los pacientes y les entregan los suplementos hasta el próximo encuentro.
Se esfuerzan en ofrecer acompañamiento y las herramientas para que los niños terminen el programa con éxito, pero a veces se enfrentan a los casos de reingreso: niños que, tras haberse recuperado, luego de un tiempo vuelven al centro con riesgo de desnutrición. Entonces evalúan qué ocurrió. Y el proceso vuelve a comenzar.
El trabajo que se hace en Ponte Poronte va trenzando una red de apoyo que se extiende. Invitan a la gente a observar en sus comunidades si algún niño o niña presenta signos de alarma que requieran atención nutricional.

—Es un espacio donde la gente vuelve, sabe que siempre estamos aquí. Las madres vienen y traen a las cuñadas, a los sobrinitos, a los vecinitos, aquí hay muchas herramientas que se les dan.
Allí esperarán también a Carlos y su mamá. En 21 días, volverán a evaluar su peso, talla y circunferencia de su brazo para determinar qué suplementos y vitaminas deben suministrarle para que continúe con su recuperación.
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