Emmanuel siempre vuelve a Yare
Semirrural, a poco más de una hora de Caracas, San Francisco de Yare es una de las cinco ciudades de los Valles del Tuy. Cada año, en la fiesta de Corpus Christi, llegan cientos de turistas a ver a los Diablos Danzantes de Yare, la cofradía más grande y la más antigua de Venezuela. Después, el pueblo se vacía y muchos, a diferencia de Emmanuel Graterol, lo olvidan.
FOTOGRAFÍAS: VICTORY ABI
Pocos embarazos son planeados a los 17 años. A esa edad, es más algo que pasa y que se acepta, o no, pero que no se busca con conciencia. Para Emmanuel Graterol fue inesperado, lo que no significa que no fuera querido.
La ilusión de la paternidad era mayor que el miedo. Nervios había, claro, pero no era nada que no pudiera enfrentar. Decidieron llamarle Misael, y mes a mes lo veían crecer, nadando en líquido amniótico. El cariño que le tenían a su hijo también crecía entre consultas médicas y celebraciones familiares.
Todo iba bien, hasta que un día no.
En una consulta rutinaria, en medio de un eco como cualquier otro, el médico notó algo extraño en las borrosas imágenes de la pantalla. El cuerpo parecía estar bien formado. Brazos, piernas, todo en su lugar. Pero la cabeza era pequeña en relación con su cuerpo.
El doctor arrugó la frente y fijó los ojos en la pantalla, recorriendo la barriga con el transductor, como esperando otro resultado. Pero su impresión diagnóstica era acertada: Misael nacería con microcefalia. Esta afección congénita suele detectarse entre las semanas 20 y 28 de embarazo. Después de que te haces a la idea de tener un hijo, cuando ya organizas tu casa, tu tiempo, tu vida, para hacerle espacio a un nuevo integrante: a solo 2 o 3 meses del nacimiento.
“Yo les aconsejo provocar un aborto clínico”, dijo el doctor: “Lo más probable es que el bebé fallezca poco después de nacer”. Ahora eran los padres quienes arrugaban la frente y contenían un nudo que subía por su garganta. A pesar de la insistencia del médico, prefirieron no seguir esta recomendación. Su presencia ya estaba entre ellos y no lo iban a dejar ir tan fácil.
Emmanuel, el padre, tiene ahora 26 años. Es actor, cantante, comerciante. En una semana cualquiera de su vida va un día a grabar la serie en la que actúa; al siguiente, va a un mercado popular a vender ropa. Toma un bus, toma un tren, y va a Caracas. Luego vuelve a Yare, su lugar.
Siempre vuelve a Yare.
San Francisco de Yare, una de las 5 ciudades de los Valles del Tuy, está a unos 75 kilómetros al sur de Caracas. Es conocida, principalmente, por la cárcel de Yare y por sus Diablos. La cofradía de los Diablos Danzantes de Yare es la más grande y la más antigua de Venezuela, con más de 2 mil 500 promeseros. Es un lugar pequeño, semirrural, que ha intentado en ocasiones ser una zona industrial, pero no deja de ser agrícola.
En cada uno de sus recorridos, desde y hacia Caracas, Emmanuel canta. A los 17 años, cuando Misael anunció su presencia, Emmanuel comenzó a componer temas de rap. En todas las curvas que ha tomado su vida (y han sido unas cuantas), sus canciones se han mantenido como música de fondo, como narrativa que le ayuda a explicarse y también a entenderse.
A sus 22 años, 5 años después de que naciera Misael, luego de pasar de un trabajo a otro, con un rezago de inquietud adolescente y ganas de hacer algo que de verdad le gustara, se montó a cantar por primera vez en un autobús en Yare. Un excompañero del colegio, también rapero, fue quien le dio el empujón que necesitaba. Estaba como en un lapsus mental, sin saber qué hacer, hasta que se consiguió a Ángelo Darío.
—Cuéntame, ¿estás rapeando? —le preguntó Ángelo.
—No.
—Ajá, ¿y por qué no?
—No lo había pensado.
—Yo estoy rapeando aquí en los buses. Me va súper bien.
—¿En serio? ¿Y tienes buena receptividad?
—¡Claro! Mañana te vengo a buscar tempranito.
Y así fue. A las 6:00 de la mañana, Ángelo estaba tocando a su puerta.
El formato de distribución musical tiene un peso en la duración de cada canción. Cuando surgieron los primeros discos musicales, su tamaño solo permitía grabar unos tres minutos por cada lado. Esta restricción material estandarizó una longitud promedio para las canciones, que se mantiene aún hoy, cuando ya nadie usa esos primeros discos. La variante de música de autobús también tiene sus restricciones. Esto lo descubrió Emmanuel en sus primeros días rapeando junto a Ángelo.
La distancia entre una parada y otra es el factor decisivo, así que Emmanuel aprendió de nuevo a componer, para adaptarse a su nuevo formato de distribución. De los autobuses pasó a toques, a conciertos, a fiestas.
Pero siempre, invariablemente, volviendo a Yare.
A los autobuses de Yare.
Hasta que una semana, cada año, su dinámica cambia.
Durante el Corpus Christi, Emmanuel es uno de los promeseros de la cofradía de los Diablos Danzantes de Yare. La fiesta religiosa, que honra al Santísimo Sacramento del Altar, ocurre estrictamente los jueves, aunque en Yare la celebración dura un poco más. Durante esa semana, los promeseros deben estar en sus casas y prepararse para cumplir con el rito.
En la calle, en los medios, la celebración dura más aún. Durante ese mes, las estaciones de radio recuerdan datos históricos, a promeseros legendarios y a cultores insignes. Las calles y las paredes se llenan de color (que el sol perenne matizará en pocos meses y obligará a volver a pintarlas para la próxima fiesta).
Cada jueves de Corpus Christi, Emmanuel sale de casa con su traje rojo, sus alpargatas y sus maracas. La máscara es más grande que su cara y está rodeada de una gran tela roja. Cuando se la pone, pasa a ser otro más de la cofradía.
Detrás de la máscara está todo Yare. Las particularidades y las diferencias quedan ocultas, unidas bajo el manto rojo. Las familias se entrelazan en la tradición. El hermano de Emmanuel es promesero, también su primo y su abuela. A él no se le da bien la creación de la máscara, pero a su primo sí, y a su tía, artesana, también. En conjunto, diseñan una nueva cada año.
El día de la fiesta, las calles se llenan de turistas, los artesanos salen a la calle y los locales de comida ocupan todas sus mesas. Las instituciones culturales presentan nuevas exhibiciones, las autoridades anuncian tours por lugares emblemáticos de la localidad y prometen, cada año, aunque nunca lo cumplen, que permanecerán activos cuando haya pasado la fiesta.
Al anochecer, cada promesero se quita la máscara, va a la fiesta y luego amanece, de nuevo, en Yare, sin turistas y de vuelta a la rutina.
Entonces quedan siempre las mismas calles y las mismas personas. Los locales que cambian de fachada cada pocos meses: un abasto que pasó a ser un gimnasio, una charcutería que pasó a ser una frutería, una frutería que pasó a ser un cyber.
Y los habitantes que deben ir a Caracas cada día, para conseguir las fuentes de empleo que Yare no puede ofrecerles. Para esas personas, en esos viajes, es que canta Emmanuel.
Los promeseros cumplen su ritual para pagar un favor al Santísimo Sacramento. Para algunos, la ayuda en un examen o un trabajo; para otros, la vida de un ser querido o la cura de una enfermedad.
Misael, el hijo de Emmanuel, nació en diciembre del 2015. La opinión médica advertía que tendría poca esperanza de vida. La microcefalia puede ocasionar problemas motores, cognitivos o de desarrollo. Hay casos en los que ciertamente puede ser fatal. Pero la familia tenía esperanzas.
Una tarde, Emmanuel estaba junto a su madre en la casa de su abuela. Se encontraban alrededor de la mesa, una mesa amplia junto a la ventana, que recibía de lleno el sol de la tarde, pesado. En las paredes de la casa colgaban maracas y máscaras rojas.
Nadie sabía qué decir, pero todos compartían la misma preocupación. Cruzaban miradas y se tomaban de las manos, con un apretón suave. La abuela fue la primera en sugerir la idea.
—Bueno, hijo. Encomiéndaselo al Santísimo Sacramento.
Emmanuel recordó tantas historias sobre vecinos, tíos, amigos que estaban pagando promesa y concluyó que no había mucho que pensar: danzaría por Misael, para que tuviera una vida larga y saludable.
Sentado en la mesa, cruzó las manos, se concentró y le habló:
—Lo pongo en tus manos, Santísimo Sacramento. Que sea tu voluntad. Cuida a mi hijo y te danzaré para toda la vida.
Le danzaría en Yare.
El tamaño del favor determina la duración de la promesa. Emmanuel, en su niñez, ya había danzado. Para curarlo de una enfermedad respiratoria que lo afectó cuando tenía 3 años, su madre lo prometió, ya que ella, al ser mujer, no podía hacerlo. Hasta los 11 años, el niño Emmanuel se vistió de rojo y recorrió las calles, para agradecer la cura de su afección temprana.
Ahora, debía volver a ponerse la máscara.
Pero, como una de las tantas curvas que tuvo que tomar en su recorrido, el destino puso una gran distancia entre Emmanuel y su promesa. Una mañana de 2017, con 19 años, guardó algo de ropa en un bolso y salió de su casa. Hacía un año que se había prometido al Santísimo, pero decidió irse a Colombia con su primo, engrosando la lista de los más de 900 mil venezolanos que se fueron del país entre 2015 y 2017.
Luego de llegar a Cúcuta, junto a su primo y un grupo grande de migrantes, comenzó a caminar y caminar y caminar. Ocho días le tomó llegar a Bogotá, pero ese fue solo el comienzo de la historia. Estaba en una ciudad que no conocía, mucho más grande que las que sí, sin un lugar donde dormir y sin un amigo a la vista.
Si hay algo que nunca ha tenido Emmanuel es pena. Su primo lo dudó un poco, pero él comenzó a vender en el transporte público. Los días eran fríos y turbulentos y él consiguió refugio, estabilidad, en la escritura. En sus ratos libres, componía canciones sobre lo que vivía.
Un día lo decidió. Para hacer dinero, comenzaría a cantar en los Transmilenio. Su experiencia formal como cantante de autobús comienza aquí. Sin guías ni acompañantes.
Todos los días hablaba con Misael, a distancia, y también a distancia pagó su promesa ese año. El jueves 31 de mayo de 2018, el día de Corpus Christi, antes de salir, encendió un velón, se arrodilló y rezó. En su mente sonaban los tambores y su cuerpo recorría las calles de Yare. Sus recuerdos danzaban entre su hijo y su hogar. Estuvo un rato sin moverse, con los ojos cerrados frente a la luz de la vela. Después se levantó y salió a trabajar.
A pesar de las dificultades, lo que lo hizo dejar Bogotá fue el clima. Los 30 grados en los que creció lo prepararon para muchas cosas pero no para el frío, así que emprendió el viaje de regreso.
Y un día de octubre de 2018, Emmanuel atravesó de nuevo la puerta de la casa de su abuela.
—¡Mamá, yo no me voy más! —fue lo primero que dijo cuando se reencontró con su madre.
—¿Por qué, hijo? ¿Qué pasó? —preguntó la señora, mientras su mentón se debatía entre la sonrisa y la preocupación.
—Bueno, mamá, déjame descansar y después te cuento.
Había vuelto a su tierra, a su hijo y a su promesa. Hoy, Misael ya tiene 9 años y 2 hermanos más. Emmanuel sigue danzando, cantando, actuando y viajando.
Pero esté donde esté, vaya a donde vaya, siempre vuelve a Yare.
Esta historia fue producida en la primera cohorte del Programa de Formación para Periodistas de La Vida de Nos.
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Carlos González
Soy periodista de facto. Estudiante de muchas cosas. Curioso. Un poco ermitaño, pero buscando historias en cada salida.