El ultraje a un centinela que no estaba vivo
El pasado 5 de mayo la Villa del Rosario, un pequeño pueblo de la sierra de Perijá, fue noticia nacional cuando los pobladores tumbaron una estatua del fallecido Hugo Chávez. Ese día, que comenzó con una jornada de protesta tanto allí como en Machiques, culminó con lacrimógenas, una activista herida en la cabeza por una bomba y la destrucción e incendio de oficinas públicas. Un muchacho que se tomó una foto sobre el pedestal iba a ser procesado por el delito militar de ultraje al centinela, pero a los seis días fue liberado.
Fotografías: Margioni Bermúdez
Sobre una tosca base de concreto, pintada de rojo, reposa un busto de marmolina con el rostro del ex presidente Hugo Chávez, en señal de desagravio por la destrucción de su estatua, un poco menos de 24 horas antes. Dos mujeres wayuu escupen aguardiente ante la imagen; así honran ellos a sus muertos. En contraste con la columna que la sostiene, la escultura luce pequeña, desproporcionada. Las mujeres también lanzan bocanadas de ron Cacique al gobernador de Zulia, Francisco Arias Cárdenas, y a Pedro Carreño, dirigente del ala más radical del Psuv, quien se apuró en viajar a la región. Un wayuu toca un tambor. Hay aplausos. Música. Vítores para el comandante.
La “fiesta fúnebre” transcurre en la Plaza de las Madres, una de las tres que, junto a la Urdaneta y la del Ganadero, forman una hilera en plena Calle Larga de la Villa del Rosario. El ritual tiene como público mayoritario a militares, cuyos uniformes sobresalen entre los civiles, formando un semicírculo verde oliva, y a milicianos con sus atuendos beige. También asisten miembros de consejos comunales, empleados públicos y wayuu ataviados con mantas y sombreros guajireros.
Es sábado, 6 de mayo. El olor a gas pimienta aún impregna el aire. Pocas horas atrás, en Machiques y en la Villa del Rosario, los civiles vivieron una batalla campal con fuerzas públicas, que transcendió gracias a la viralidad de videos y fotos que mostraban a muchachos quemando y derribando la estatua de Hugo Chávez.
Un grupo de estudiantes del Liceo Nacional Julio César Salay, acompañados por unos pocos adultos, desbarataron la estatua ante la euforia colectiva. No pasó mucho tiempo para que las agencias internacionales de noticias se interesaran en el episodio. La Villa del Rosario había adquirido un lugar protagónico en el mapa de Venezuela. En las redes sociales circulaban brazos, piernas, pedazos de torso. “A seguir el ejemplo que la Villa dio”, se leía en uno de los tantos post que circularon ese día.
De Machiques se habló poco, y no porque faltaran razones para hacerlo: media hora antes, unos 35 militares habían reprimido una concentración opositora y llovieron gases lacrimógenos. Pero allí nadie tumbó a Chávez de una plaza.
La efigie, hecha de fibra de vidrio y diseñada por un coronel, a quien la Alcaldía de Rosario de Perijá le pagó por la obra, hacía un sonido hueco cada vez que la lanzaban contra el piso para que se desarmara. Y, en efecto, se desarmó, quedando solo las botas en el pedestal. Las imágenes del hecho se convirtieron en ‘memes’ con chistes sobre la “caída de Chávez”.
Este sábado, la Villa se espabila apenas de una noche larga. De persecución a los responsables del derribo de la estatua ante lo que ha sido considerado “ultraje al centinela”, aunque ningún militar vivo fue víctima de agresión. También se buscó, con menos ahínco, a los que cometieron hechos de vandalismo en la sede de la Alcaldía y en la Notaría Pública, las cuales fueron saqueadas e incendiadas por encapuchados que llegaron en motos con pimpinas cargadas de combustible. Desde las ventanas de la Alcaldía lanzaban computadoras. Se llevaron aires acondicionados y televisores. La Notaría se quedó sin registro de documentos. Todo fue pulverizado por el fuego mientras una columna de humo negro se alzó sobre el cielo de la Villa.
A unas cuadras de la plaza, en la urbanización Las Colinas, se colaron los gases lacrimógenos, producto de una persecución que trajo corriendo a los manifestantes por un tramo de kilómetro y medio desde la Troncal 6, que une a Zulia con los estados andinos. La represión se extendió hacia las zonas residenciales, asfixiando a vecinos que no habían salido a protestar. La destrucción de la estatua no estuvo relacionada con la marcha, como tampoco la posterior incursión en las oficinas públicas. Se dice que algunos de los causantes de los destrozos recibieron dinero al calor del momento para generar anarquía. En las grabaciones se evidencia que en el lugar había 20 efectivos de Polirosario, quienes jamás frenaron a los muchachos que acabaron con la estatua. Ni tampoco a quienes quemaron y saquearon. Un policía municipal resultó golpeado durante el saqueo.
La detención más emblemática por lo ocurrido en la Plaza de las Madres fue la de José Miguel Martínez Primera, un mototaxista de 30 años que instala cámaras de seguridad cuando le salen contratos, quien se hizo tomar una foto, a modo de broma, posando sobre lo que quedó de la estatua.
La globalidad de las redes lo convirtió en símbolo de ‘memes’.
José Miguel, quien se sintió popular mientras posaba, había llegado tarde. No participó del festín colectivo de hacer caer el facsímil de Chávez. Lo invitaron, pero prefirió no ir en el momento del despelote. Se acercó después y, para bromear con su familia y amigos, selló el momento con una fotografía.
Meri, su madre, se mordía los labios para contener las lágrimas el martes pasado. A su hijo lo llevaron a los tribunales militares, en Maracaibo, luego de buscarlo y detenerlo gracias a la foto que él mismo colgó en las redes. Formó parte de los 14 civiles detenidos.
—Le pasó por tonto. No es porque sea mi hijo, pero es un buen muchacho, no le gusta meterse en cosas malas —se quejaba Meri. Sentía culpa por no haberle advertido que no se acercara a la plaza.
En la Villa del Rosario, abrazada por el verde del piedemonte de la Sierra de Perijá, fronteriza con Colombia, todos se conocen. La vida allí, que gira en torno a la ganadería, comienza tempranito. Camiones que transportan leche y ganado empiezan a rodar desde las 3:00 de la madrugada.
El viernes 5 de mayo esa tranquilidad se asfixió con gases lacrimógenos y candela. Ese día la oposición había convocado movilizaciones en todo el país para protestar contra el llamado a una Constituyente hecho por el presidente Nicolás Maduro, y en Perijá la concentración tenía dos puntos: uno en la Villa del Rosario y otro en Machiques. En ambos municipios se plantearon acciones de calle que incluían el cierre de tramos de la Troncal 6. Ya anteriormente, el 1 de Mayo, se había protestado cerrando vías. Se dejaban pasar emergencias y casos especiales.
Casi entrado el mediodía, alrededor de 60 militares llegaron en convoyes y motos al punto de la Villa del Rosario, a pocos metros del peaje. Venían de reprimir a los manifestantes en Machiques. El capitán al mando exigió que se diera por terminado el bloqueo de la carretera, mientras los efectivos, a puntapiés, quitaban las ramas atravesadas en la troncal.
Un grupo de mujeres avanzó hacia ellos para persuadirlos de que les permitieran seguir la protesta, cuando comenzaron a disparar bombas lacrimógenas, que lanzaban a quienes corrían para refugiarse en el cafetín de la estación de servicio cercana al peaje.
En el otro punto, en Machiques, los militares se enfrentaron a punta de lacrimógenas con los manifestantes para que despejaran la vía, quedando un grupo menor en el que estaba María Angelina Morán, una mujer menuda y atlética de 59 años, que ha marchado desde sus tiempos de estudiante universitaria. Ese día se puso una gorra tricolor y se llevó su bandera para asistir a su quinta marcha del año.
Ya lo había hecho el 1 de Mayo. No hubo problemas. Cada hora, durante 10 minutos, dejaban pasar carros. Fue el acuerdo al que llegaron para no bloquear por completo la carretera.
En la mañana, María se acercó al punto de concentración poco después de haber comenzado el desfile siniestro de cartuchos lacrimógenos. Nunca los había sentido tan de cerca. Sonaban como tiros. Uno, y otro, y otro. Parecían ‘saltapericos’ brincando en el suelo. Algunos impactaron sobre los manifestantes, quienes corrían despavoridos.
A María la derrumbó una bomba lacrimógena que cayó en su cabeza. Tenía la cara cubierta de sangre. Se la llevaron al hospital. Luego supo que en la Villa de Perijá había destrozos. No se sorprendió porque a Machiques debieron llevar refuerzos para dispersar la concentración.
La adrenalina, piensa María, condujo a un grupo de muchachos a secuestrar una gandola de gas. Maltrataron al conductor, un señor mayor. María los convenció de dejarlo. También buscó la manera de sofocar el fuego que estaba por expandirse hacia una gandola de Pdvsa.
Desde aquel agitado día se instaló el miedo en la Villa. Pocos quieren hablar con nombre y apellido. Temen engrosar la lista de detenidos bajo cargos tales como terrorismo o ultraje al centinela. La mayoría repudia los actos vandálicos y el asalto a sedes públicas de las que se sirve la comunidad. La destrucción de la imagen, en cambio, goza de una celebración mayoritaria. “Si ponen otra la vamos a volver a derrumbar”, dicen.
Ante la advertencia, los militares levantaron una tienda de campaña al costado de la plaza, mientras esperan una nueva estatua de dos metros que le haga honor al ex presidente. En la fachada de la carpa exhiben un cuadro de Chávez a la izquierda, uno de Maduro a la derecha, y en el centro, hacia el interior y menos visible, uno del Libertador Simón Bolívar.
Unos 20 militares vigilan día y noche para impedir que “profanen” el nuevo busto. Tres cornetas dejan colar con estridencia música de Alí Primera y temas en honor a Chávez. Hasta ese viernes 5 de mayo la Villa no había visto tantos militares en la calle. Muchos se preguntan dónde están cuando los delincuentes asaltan casas y roban sin piedad.
Ya recuperada de la lesión que le produjo la bomba en la cabeza, María Angélica, quien ya vio emigrar a su segunda hija a España hace año y medio, está dispuesta a seguir luchando en las calles por lo que considera justo. No quiere que su hija menor, de 22 años, se vaya también acorralada por la falta de oportunidades y el cataclismo económico que ha hecho de Venezuela el país con la tasa de inflación más alta del mundo.
La libertad llegó para José Miguel el jueves 11 de mayo, luego de una semana de angustia, acusado de haber cometido el delito de ultraje al centinela, que tipifica el Código de Justicia Militar. Esa suerte no la corrieron siete perijaneros, que fueron privados de libertad y serán juzgados por tribunales militares, desoyendo el pedido de activistas de derechos humanos y del Ministerio Público. Todos fueron trasladados a la cárcel de Santa Ana, en el estado Táchira.
Mientras, en el pueblo se respira un tenso pulso entre los uniformados y los residentes, por un busto que sustituyó a una estatua de plástico que casi nadie recordaba.
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Margioni Bermúdez
Egresé de LUZ en diciembre de 1999. Tengo esa constante necesidad de querer contar historias. ¿Qué sería del periodismo sin una historia? Soy una aprendiz de narradora que encuentra en la frontera colombo-venezolana un mundo apasionante.
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