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Decía que lo veríamos envejecer junto a mamá

May 26, 2020

El 15 de agosto de 2017, Oswaldo Pellicer salió de su casa en San Felipe, estado Yaracuy, a buscar un repuesto para el camión con el que trabaja como chofer. A eso de las 6:00 de la tarde, avisó que iba en camino. A casi tres años, su familia todavía lo espera.

Fotografías: Ricardo Tarazona

—Después de aquel 15 de agosto de 2017, las cosas no volvieron a ser iguales. Las fechas importantes del calendario, esos días que para otros tienen un significado especial, han pasado a ser solo días comunes y corrientes… Mientras pasa el tiempo, yo solo espero que papá regrese. O siquiera saber qué le pasó. Supongo que así al menos me sentiré completa.

Stephany habla y los ojos se le ponen muy rojos, no puede controlar las lágrimas. A ratos su mirada parece perdida, como la de alguien que tiene preguntas para las que sabe que no encontrará respuestas.

La casa de San Felipe, estado Yaracuy, en la que viven ella y su familia, es la misma que compró el padre con la intención de alejarlos de la vida agitada de Caracas, a unos 280 kilómetros de aquí, donde vivieron por 20 años. Cada objeto les recuerda a Oswaldo Pellicer, y cada objeto permanece en el mismo lugar, porque todos aquí todavía albergan la esperanza de que él regrese y encuentre todo como lo dejó.

Sentada en un sillón de la sala, Stephany juega con un pañuelo mientras habla, lo dobla, lo extiende una y otra vez; y, a ratos, llora. No le resulta fácil contar esta historia.

 

A las 8:00 de la noche del martes 15 de agosto de 2017 comenzaron a preocuparse. La cena estaba casi lista. Allí estaban Dora Cárdenas y sus tres hijos —Stephany, Manuel y Jonatán—muy pendientes de abrir el portón de la casa para cuando llegara Oswaldo. Ese día él había viajado a Maracay, la capital del estado Aragua, a unas dos horas de distancia, a buscar un repuesto para el camión con el que trabajaba como chofer.

 Cuando llamó por última vez, a las 6:00 de la tarde, le dijo a su esposa, que ya iba por la ciudad de Valencia hacia Yaracuy. Que estuvieran pendientes para que le abrieran el portón a su llegada. Valencia, en el vecino estado Carabobo, queda a poco más de hora y media por carretera.

Hacía al menos media hora, Oswaldo debía haber llegado.

En casa todos estaban extrañados porque él, que estaba acostumbrado a viajar, calculaba el tiempo y las distancias a la perfección.

Así que a comenzaron a llamarlo. El teléfono repicaba y no atendía. Siguieron insistiendo, sin éxito. Pensaron que se había accidentado y tal vez por eso no podía contestar. Al cabo de unos minutos, volvieron a marcar, y fue entonces cuando recibieron un mensaje de texto.

“Ya te llamo”, decía.

Definitivamente algo debía estar ocurriendo porque Oswaldo nunca escribía mensajes de texto: él siempre llamaba. Pensaron que ese mensaje no lo había escrito él.

¿Qué pasó?, ¿dónde está papá?, ¿quién estará detrás de ese mensaje?, se preguntaban. La angustia comenzaba a ganar terreno.

Encendieron el GPS del camión. A través de la computadora podrían ver el recorrido. Así se percataron de que el trayecto que registraba no correspondía a una avenida de circulación rápida. La ruta a casa debería ser por la autopista Cimarrón Andresote, pero el GPS indicaba que el vehículo circulaba por un sector conocido como El Guayabo, una de las zonas más peligrosas del estado Yaracuy.

Tratando de mantener la calma, fueron a casa de sus primos, a unas cuantas cuadras de la casa. Allí llamaron al 171 Yaracuy, el número de emergencia, y alertaron a las autoridades.

Unos minutos después, funcionarios de la policía estadal crearon un perímetro en la zona, usando la información arrojada por el GPS, para dar con el paradero de Oswaldo. Pero el sistema indicaba que el camión seguía en movimiento.

—Nos sentíamos en una lucha contra reloj, no sabíamos qué estaba sucediendo.

A las 9:00 de la noche, el carro se detuvo en las adyacencias del supermercado Kromi, en el centro de San Felipe. La familia estaba a la expectativa. Dora Cárdenas, la mamá de Stephany, no dejaba de rogar por la vida de su esposo. Cuando vieron en el monitor del GPS que el vehículo se detuvo, se movilizaron al lugar.

Un primo fue el primero en llegar.

—Recuerdo que me llamó por teléfono y me dijo: “Aquí está el camión, ¿qué hago?”. Yo sabía que había probabilidades de encontrar a mi papá muerto dentro del vehículo, pero con mucho miedo le respondí: “Ábrelo”.

Cuando lo hizo, no había nadie adentro. En ese momento Stephany sintió que su corazón se detuvo y la cordura y la fortaleza que había mantenido comenzaban a flaquear. Las dudas la asediaron: ¿estaba su papá secuestrado? ¿O lo habían asesinado?

Su mamá se desplomó en una silla. En ninguna otra ocasión los hermanos habían visto a su madre mostrar tanto sufrimiento. Stephany trató de recomponerse para poder ayudar a la familia a recobrar la calma. No les quedaba más que esperar que los cuerpos policiales hicieran su trabajo.

Desde ese momento hubo un gran despliegue policial. El Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (CICPC) se sumó a la búsqueda. Hasta las 3:00 de la madrugada buscaron y buscaron, sin ningún resultado.

Al día siguiente, 16 de agosto, se abrió una investigación del caso en la Fiscalía con la colaboración del Comando Nacional Antiextorsión y Secuestro (CONAS). En el historial registrado por el GPS pudieron ver que el camión había hecho dos paradas antes de ser abandonado cerca del supermercado Kromi. La primera en plena autopista, en las adyacencias del municipio Veroes en Yaracuy, sector El Guayabo, y la segunda en el sector Las Tapias de San Felipe. En esta zona las autoridades policiales ordenaron un allanamiento. Allí lograron ubicar dos cauchos de repuesto del camión. Aunque el comprador insistió en que no tenía nada que ver con la desaparición de Oswaldo, la policía logró recabar información adicional y algunos nombres claves para la investigación.

Los 15 días posteriores a la desaparición fueron de continuas inspecciones en los sectores aledaños del municipio Veroes. Dieron con varios sospechosos, pero ninguno habló.

 

—A mí papá lo buscaron hasta debajo de las piedras y no aparecía ningún rastro de él, como si se lo hubiese tragado la tierra —dice Stephany, todavía con los ojos rojos.

Es un día de marzo de 2020. Falta poco para que se cumplan 3 años de aquella noche que cambió la vida para la familia Pellicer Cárdenas, y todavía hoy no hay certezas de qué ocurrió.  De acuerdo con las investigaciones policiales, y basados en la declaración de uno de los delincuentes, se sabe que esa noche Oswaldo se detuvo para subir al camión a una mujer y llevarla a Yaracuy desde Taborda (a poco más de 80 km, en Carabobo). La mujer se bajó en plena autopista, y en ese momento aparecieron dos delincuentes que apuntaron con pistolas a Oswaldo y lo bajaron del camión. Lo llevaron a una finca mientras otra persona se hacía cargo del vehículo que iban a trasladar a Barquisimeto para venderlo. Pero esa otra persona desistió: abandonó el camión y huyó del lugar. Fue quien declararía ante las autoridades. Su testimonio permitió ubicar a otros dos implicados, a quienes detuvieron y todavía siguen en prisión.

—Apareció el camión, hay una lista de sospechosos, pero no hay información de mi papá. Ninguna de las dos personas detenidas ha compartido su ubicación, o ha dicho si está muerto. Solo queremos saberlo, tenemos derecho a saber qué le pasó y cerrar este trágico capítulo de nuestras vidas.

Todo les parece absurdo. ¿Cómo teniendo a dos sospechosos detenidos no se sabe del paradero del Oswaldo? Y lo que es peor, dice Stephany, es que hasta ahora no se habla de homicidio: las audiencias ante los tribunales han sido suspendidas en más de 15 ocasiones, y el argumento ha sido que no hay suficientes elementos probatorios para una acusación.

Entonces la familia, frustrada, ha hecho algunas campañas de difusión a través de los medios de comunicación para exigir justicia, pero no han obtenido resultado alguno.

  

En la sala de la casa reposa, impecable y brillante, un piano. Fue un regalo de Oswaldo a su hija, porque él era amante de la música clásica y tradicional. También hay un arpa que compraron en un viaje a la Colonia Tovar, y que guardan con celo. En Caracas, Stephany recibía clases de teclado y canto. Al padre le gustaba escucharla tocar o cantar junto al resto de la familia. Nunca más Stephany volvió a tocar esos instrumentos. No hay música, solo silencio. Y el peso de sobrevivir con el vacío que dejó la ausencia de Oswaldo para ella, sus hermanos y la madre.

El pequeño Jonatán, que ya tiene 6 años, una vez le preguntó si su papá se había muerto.

—No supimos qué responder, solo se nos ocurrió decir que estaba haciendo un largo viaje y que no había vuelto a llamar.

Stephany, de 30 años de edad, trabaja para ayudar a mantener a la familia, y para colaborar con su mamá en las cosas de la casa. Porque ella, muy afectada con todo, debe lidiar con los padecimientos de la presión arterial, con los insomnios y la pérdida de apetito. Intentan llevar una vida normal, pero los recuerdos llegan, especialmente en fechas significativas, como los cumpleaños, o cuando se iban de viaje a cualquier parte del país. Esas fechas que, insiste, ahora son días corrientes en esta casa de San Felipe, donde el padre pensaba que la familia podría tener una vida más apacible y pacífica, muy diferente a la de Caracas, a la que nunca terminaron de acostumbrarse.

—Cuando estábamos allá, papá siempre decía que un día nos iríamos a una ciudad tranquila. Allí estudiaríamos y trabajaríamos. Lo veríamos envejecer junto a mamá. Esos eran sus deseos. Pero jamás pensamos que aquí encontraríamos la fatalidad.

Stephany se limpia las lágrimas.

—Recuerdo que siempre me decía: “Si yo llegase a faltar debes cuidar de tus hermanos, o debes hacer esto o tal cosa por la familia”. Como soy la hija mayor, él siempre tuvo la idea de prepararme para lo que pudiese venir, para afrontar la vida con todo y lo dura que pudiese ser. Pero jamás nos preparó para algo como esto.


Esta historia fue producida dentro del programa La Vida de Nos Itinerante Universitaria, que se desarrolla a partir de talleres de narración de historias reales para estudiantes y profesores de 16 escuelas de Comunicación Social, en 7 estados de Venezuela.

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Nací en Yaracuy en 1987. Periodista, egresado de la Universidad Bolivariana de Venezuela, especialista en marketing y periodismo 2.0 de la Universidad Central de Venezuela, actualmente hago una especialización en derechos humanos en la Universidad Nacional Abierta, y una actualización en periodismo de investigación con IPYS Venezuela. #SemilleroDeNarradores

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