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Con frecuencia se repite la misma pregunta

Jun 24, 2025

En una casa de Tronconal, en Barcelona, estado Anzoátegui, transcurren los días de María del Valle Arriojas. Allí, entre recuerdos de una vida feliz y llena del calor de los suyos, Vallita, que es como la conocen familiares y vecinos, solo se pregunta cuándo se reencontrará con Rafael Márquez, su esposo fallecido hace 30 años.

FOTOGRAFÍAS: ROMAYR TAPIAS

Entre sus familiares y vecinos la llaman cariñosamente Vallita, pero en realidad su nombre es María del Valle Arriojas, tiene 78 años y vive en Tronconal, Barcelona, en el estado Anzoátegui.

Algunas veces, sentada en el borde de su cama y mirando al cielo, dice en voz alta: “Mi Negro, ¿cuándo será el día que vengas a buscarme?”. Es una pregunta que quizá, también, es la expresión de un deseo. 

Para comprender de dónde proviene la tristeza que marca el ritmo de sus días, tenemos que ir al pasado, a 1977. Entonces Vallita era joven y trabajaba como enfermera en un hospital de Barcelona. Allí conoció a Rafael Márquez, con quien inició un romance. Los dos estaban muy ilusionados y enamorados. Unos pocos meses de noviazgo bastaron para convencerse de que querían estar juntos el resto de sus vidas. Así que decidieron casarse. Y se fueron a vivir a San Miguel, a poco más de una hora de Barcelona. 

En la convivencia cotidiana Vallita se dio cuenta de que Rafael era un hombre trabajador y paciente. Se mostraba especialmente atento con los dos hijos que tuvieron. Por su carácter dócil y su personalidad pacífica, se convirtió no solo en pilar de la familia, sino que también se ganó el corazón de muchas personas a su alrededor. Acaso porque ella era la tormenta y su esposo la calma, una fórmula que en este caso funcionó muy bien, durante varios años edificaron un amor y un hogar basado en la tolerancia, el respeto y el cariño.

En 1995, Rafael comenzó a sufrir desvanecimientos, desmayos y dolores punzantes en el pecho. Preocupado, fue al médico. Le diagnosticaron mal de Chagas, el estado de su corazón era muy delicado.

En septiembre, tal vez afectado por el diagnóstico reciente, el marido le preguntó a Vallita qué pasaría si alguien se llegaba a morir en medio de las fiestas de San Miguel. Desde hacía algunos años, repartían su vida entre el pueblo y Barcelona, porque en esa ciudad él estaba construyendo una casa para la familia. Sin embargo, tenían por costumbre estar en el pueblo para las fiestas patronales.

Aunque ahora ella recuerda la pregunta con un sentido premonitorio, en ese entonces no le hizo mayor caso al marido y le respondió que no pasaría nada, que todo seguiría como estaba planeado porque ya había contrataciones e inversiones hechas que no se podían aplazar.

En las fiestas de 1996, Vallita llegaba al pueblo para reunirse con el esposo y los hijos en las fiestas. Pero alguien que la conocía la detuvo en la entrada para darle la noticia: Rafael había muerto en plena calle en los brazos de su hijo. 

Vallita corrió hasta donde se encontraba su familia, y allí mismo le dijeron que había sido un ataque al corazón. El sepelio fue el día siguiente. En esa última despedida, ella sintió que el mundo se le venía encima y hasta deseó que la sepultaran junto a él. El Negro, como ella lo llamaba, dejaba un vacío tan grande que ella supo desde ese momento que lo iba a echar de menos el resto de su vida.

A pesar del dolor, ella se prometió seguir adelante para guiar a sus hijos como un gesto de agradecimiento y compromiso con Rafael. Sus hermanas la ayudaron. La hija mayor mostró mucha madurez en esa etapa, y el hijo menor la apoyó sin condiciones. Trabajó para darles a ambos las mejores condiciones de vida. Mantenerse ocupada le permitía olvidarse un poco de la tristeza y la desesperanza que se apoderaban de ella. 

El nacimiento de su primera nieta le dio color a sus días. Los hijos siguieron creciendo, formaron sus propias familias y se marcharon de la casa. Ella se quedaría cada vez más sola. Y con la soledad se intensificaban la nostalgia y el duelo por Rafael. Varias veces al día lloraba al recordarlo.

Lo extrañaba más que nunca.

Como si los padecimientos del alma no fuesen suficientes, Vallita ha tenido que lidiar con un cáncer de piel, que le produce ronchas casi a diario y dolores en los huesos, además de quistes que le impiden desarrollar sus actividades diarias. 

Ella sigue allí en su casa en Tronconal, convencida de que así se mantiene cerca del recuerdo de Rafael. Allí mismo, entre las paredes de la vivienda, se repite entre suspiros la misma pregunta que tal vez expresa su más profundo deseo:

“Ay, mi Negro, ¿cuándo será el día que vengas a buscarme?”.


Esta historia fue producida en el curso Los relatos de la imagen. ¿Cómo contar historias a través de la fotografía?, dictado por la fotógrafa Martha Viaña y organizado por La Vida de Nos.

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Nací en Caracas y resido en Puerto la Cruz, estado Anzoátegui. Actualmente trabajo en el área de fotografía para redes sociales de empresas. Me interesa demasiado la fotografía documental debido al poder que tiene para contar historias.

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