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¿Cuántos nos graduaremos?

Dic 08, 2019

La primera cohorte de la carrera de Comunicación Social en el núcleo de Mérida de la Universidad de Los Andes arrancó en julio de 2016. Eran 25 estudiantes. Tres años después, son apenas 8. Paula Rangel es parte de ellos. En esta historia fotográfica del #SemilleroDeNarradores de La Vida de Nos, cuenta cómo las aulas en las que estudia se fueron quedando vacías.

Fotografías: Paula Rangel

Éramos 25 estudiantes cuando entramos al salón por primera vez. Era julio de 2016. Sentía que, de algún modo, estábamos marcando un hito, éramos parte de la historia: era la primera cohorte de la carrera de Comunicación Social en el núcleo de Mérida de la Universidad de Los Andes. Venezuela ya atravesaba una severa crisis que ha tardado en extinguirse, pero en aquellos días, quizá por la emoción de comenzar la carrera que había decidido estudiar, podía avizorar un futuro prometedor.

Mis compañeros y yo pronto logramos forjar un vínculo muy fuerte. No había un día que no pasáramos juntos. Veíamos las materias en un solo salón con los mismos profesores, tal cual como en el liceo. 

Pero también era un reto. El horario era muy exigente y contábamos apenas con entre una hora y una hora y media para almorzar. La comida que ofrecía el comedor no era la más nutritiva ni nos saciaba. Cuando no nos daban carne, se nos iba el tiempo dando vueltas buscando cómo completar, para que, sobre todo los hombres, quedaran satisfechos. A pesar de eso, y de que vivo a unos 10 minutos de la facultad, prefería quedarme a almorzar en la universidad, para compartir con mis compañeros. 

Pasábamos la mayor parte del tiempo libre en un bosquecito. Siempre nos entreteníamos con las historias de alguno o jugando con las cartas UNO. 

El día a día era más difícil para los que vivían lejos, como Simón, un compañero que residía a una hora de la facultad. Su familia no contaba con muchos recursos económicos, por lo que empezó a trabajar cuando entramos en segundo año. Se le notaba el cansancio físico y mental. Pero lo admiraba, porque él, que era la persona que peor la estaba pasando en el salón, nos apoyaba y nos animaba. 

Cuando me sentía cansada, lo recordaba a él, siempre puntual y alegre en cada clase, animándonos con sus chistes. Yo me repetía siempre: “Si él puede, yo también”. 

Comenzamos a quejarnos porque el dinero no nos alcanzaba, pero aún así compartíamos. Estábamos juntos en los desayunos, las meriendas, el almuerzo. Solíamos ir por un café, unas cervezas, a tomar merengadas, o a comer helados. A veces nos íbamos a la casa de alguno. Para nosotros esos ratos valían oro. 

Hubo un momento en que muchos dejaron de hacerlo, no por no querer sino por no poder. Tratábamos de ayudarnos: “Yo pago la mitad, tú la otra mitad”, decíamos. La idea era que ninguno se ausentara.

Pero la crisis crecía, se desbordaba. Vinieron las protestas en contra del régimen de Nicolás Maduro y la universidad detuvo sus actividades. A pesar de eso, como somos la primera cohorte de Comunicación Social y éramos tan poquitos, pudimos manejar la situación viendo clases a distancia. O en casa de alguien. O en un café. 

Nunca paramos. 

Recuerdo que después de las guarimbas, esas barricadas con las que trancaban las calles, fui a cenar al comedor y lo que me sirvieron en la bandeja fue una naranja. Además, había paro de transportistas y la universidad implementó unas rutas con buses, pero poco a poco dejaron de funcionar porque las unidades comenzaron a requerir mantenimiento y repuestos que la universidad no podía costear.

Los profesores se empezaron a retirar. Los notábamos desanimados: no sabía si nos motivaban a estudiar o a rendirnos. 

Fue entonces cuando por la mente de algunos empezó a rondar la idea de abandonar la carrera. A quienes lo manifestaban, les decíamos que siguieran, que no echaran por la borda todo el tiempo transcurrido. Pero no funcionó con todos. 

En el 2017, cuando entró la segunda cohorte de Comunicación Social, nosotros ya éramos 18. Recordábamos a los que se habían ido y nos preguntábamos: ¿Quién será el siguiente?

Los sucesivos paros universitarios, a los que ahora sí se sumaron los profesores, fueron el punto de quiebre: nos vimos en la encrucijada de decidir si seguíamos o no. 

Esta disyuntiva rondó por la mente de Simón, agotado de trabajar como operador de radio en las noches. Yo le prestaba mi sleeping para que “descansara mejor” durante sus guardias, pero su energía disminuyó al igual que sus chistes.

No pasó mucho tiempo para que se fuera caminando hasta Perú.

En el aula quedaban asientos vacíos que se llenaban con solo recuerdos. En esos momentos mi motivación parecía una montaña rusa. Me hacía muchas preguntas. Yo también consideraba la idea de emigrar.

En 2018 el salón nos quedaba grande: 11 estudiantes cursábamos el tercer año. Casi no compartíamos: ninguno tenía tiempo para quedarse hablando. Ya ni sabía dónde estaban guardadas mis cartas de UNO. Los momentos juntos se redujeron a las horas de clases, o a las prácticas periodísticas.  

Está por terminar 2019 y quedamos solo 8. 

¿Cuántos nos graduaremos?


Esta historia fue producida dentro del programa La Vida de Nos Itinerante Universitaria, que se desarrolla a partir de talleres de narración de historias reales para estudiantes y profesores de 16 escuelas de Comunicación Social, en 7 estados de Venezuela.

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Tengo 21 años. Actualmente curso el 5to año de comunicación social de la Universidad de Los Andes en Mérida. Soy amante de los deportes extremos, en especial las disciplinas que combinan el arte y el deporte. Aunque no pensaba estudiar mi carrera, cada día me gusta más, sobre todo por su versatilidad. #SemilleroDeNarradores

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