Como cuando sientes que has creado un monstruo
Nació como un pequeño blog en el que sus creadores abordaban noticias reales en clave satírica y las difundían por correo electrónico. Al tiempo que la democracia en Venezuela se desmoronaba, el proyecto se fue convirtiendo en un portal sólido, de referencia internacional, que narra el país con una irreverente voz propia. Lo insólito, lo paradójico, lo absurdo y tragicómico de estos días. He aquí la historia de El Chiguire Bipolar.
Fotografías: Chigüire Bipolar
“Es difícil escribir una obra maestra de humorismo que no sea, al mismo tiempo, una reflexión moral.”
Juan Villoro
Cuando Juan Andrés Ravell entró al Moulin Rouge vio al periodista Carlos Sicilia acodado sobre la barra. Sudó. Juan estaba ahí porque él lo había invitado a presenciar una de las incipientes noches de stand up comedy.
—Hola, Carlos. Soy Juan Andrés Ravell.
Sicilia abrió mucho los ojos.
—¡Guaaau! ¡Chigüire! —respondió el otro, mientras dejaba caer al piso el vaso con lo que estaba tomando.
Juan Andrés, quien hasta ese momento de 2009 solo había conversado con su ídolo por teléfono, hizo un intento de sonrisa. Pero antes de que pudiera hablar, Carlos lo interrumpió:
—Ya va —dijo, muy serio—, que no salió bien. Por favor —con un gesto, pidió al barman otro trago y cuando lo tuvo entre sus dedos, de nuevo se dirigió a Juan—… Ajá, vamos a repetirlo. Sal, acércate y vuelve a presentarte.
Juan Andrés obedeció.
—¡Guaaaaaau! ¡Chigüire! —gritó, esta vez más fuerte, mientras dejaba caer, con un gesto exagerado de sorpresa, su bebida.
El vaso se estrelló contra el suelo, dejando un reguero pegostoso alrededor suyo.
—Ahora sí —sonrió—, ¿cómo estás?
El Chigüire Bipolar ya producía risas como un virus que amenaza con devenir en epidemia: generaba respeto. Y Carlos condujo a Juan tras bastidores. Allí estaban los comediantes que saldrían a escena: “El Vampiro”, José Rafael Guzmán, un tal Led Varela.
“Que de pinga que se esté haciendo stand up comedy en Caracas”, pensó Juan. Ni por error podía imaginarse que, simbólicamente, se estaban cruzando dos caminos que definirían el inicio del boom humorístico del país.
Era el 2003 y Caracas era la sede de muchos canales de televisión latinoamericanos: se estaba produciendo el contenido creativo que entretenía a millones de hogares en todo el continente. Sony Entertainment Television quedaba en la urbanización Las Mercedes y hacía poco había sumado al equipo a Juan Andrés Ravell, un joven que aún no obtenía su título universitario.
El chico destacaba con el brillo de las estrellas en ascenso. Pero para que el talento se potencie necesita de, precisamente, más talento. Oswaldo Graziani también era de la carrera de comunicación social de la Universidad Católica Andrés Bello, aunque nunca había entablado mayor relación con Juan. Cuando llegó a Sony —luego de que el canal adquiriera la televisora AXN, donde trabajaba— demostró que más temprano que tarde jugaría junto a los grandes. Juan y Oswaldo brillaron con tanta fuerza que el gerente les propuso que renunciaran y formaran su propia productora de contenidos. Eso hicieron y su primer cliente, por supuesto, fue Sony.
Con Plop TV, en el 2007, desarrollaron Nada que ver: una serie animada de humor. Pero un capítulo —en el que hicieron un chiste verde sobre la entonces presidenta de Chile, Michelle Bachelet— generó demasiada polémica: fue discutido hasta en el parlamento chileno. Sony se asustó y decidió cancelar la producción.
Juan y Oswaldo pasaron de Nada que ver a nada que hacer: tuvieron que despedir a todo su equipo, quedándose solo ellos.
Elio Casale estaba trabajando en el canal A&E, luego de haber dado muestras de su talento como redactor creativo en Sony y en AXN. Recordaba esas experiencias con esa forma de la nostalgia que solo sabe producir risas. El ambiente laboral que había conocido era uno en el que abundaban bromas. Eso le gustaba. Por eso cuando, en 2008, Andrés y Oswaldo lo contactaron, los recibió con agrado: no era particularmente amigo de ninguno, pero se llevaba bien con ambos y valoraba su talento. Estos le contaron la delicada situación de Plop TV, le preguntaron si sabía de algún trabajo y, además, le hablaron de un proyecto que traían entre manos. Algo intrascendente, dijeron, solo para pasar el rato mientras conseguían qué hacer.
El proyecto era un blog de sátira. Una especie de parodia al portal informativo Noticias 24. La premisa era agarrar una noticia, darle la vuelta al titular para convertirlo en un chiste y redactar el contenido. No debería haber límites, pensaron: tendrían que meterse con todos, sin distinción. ¿Por qué lo llamaban a él? Oswaldo desarrollaba ideas a nivel macro, Juan se fijaba en los detalles. El primero pensaba premisas y titulares a granel, el segundo afinaba las propuestas: identificaba qué funcionaba, qué no y trazaba hipótesis sobre cómo podía reaccionar la gente. Elio tenía los ingredientes que faltaban: una precisión de cirujano al escribir. Si a eso se sumaba su manejo de los venezolanismos y su comprensión de la cultura popular, además de sus habilidades con photoshop, no quedaba dudas de que era la persona destinada a completar el equipo que daría vida a un proyecto que pronto acordaron llamar El Chigüire Bipolar.
Lo montaron en blogspot y difundieron sus contenidos por correo electrónico. Una semana después, los tres creativos se llevaban las manos a la cabeza, lelos frente a las pantallas de la computadora: los números de visitas se contaban en miles. El servidor colapsaba. Les resultaba difícil responder todos los comentarios. Con olfato de sabuesos, percibieron que habían creado algo más que un pasatiempo.
El éxito es una telaraña en la que se unen diversos caminos. Nadie sabe muy bien cómo se cruzan los puntos. Solo hay que trabajar, persistir y confiar: formar, sin saberlo, una red de hilos de plata, literalmente.
Plop TV compartía oficinas en la urbanización Macaracuay con la productora de audio Pararrayos. Un día, estaban los miembros de ambos equipos en el estudio de grabación y se empezó a rumiar la frustración por la salida del aire de Nada que ver. En eso, alguien dijo:
—¿Qué tal si hacemos algo como la serie Lost, pero con presidentes?
Era el 2009, América Latina estaba llena de mandatarios de izquierda que formaban una versión adulta de La pandillita, un montón de niños traviesos. El continente se había vuelto un gran show en el que muchos políticos interactuaban entre sí, o bien para aliarse a través de una narrativa marxista—leninista, o bien para adversarlos. A Juan y Oswaldo se les ocurrió hacer una serie animada en la que esos presidentes acaban en una isla desierta y deben apañárselas para sobrevivir. La llamaron Isla presidencial.
Pasaron alrededor de un año yendo a preventas y reuniéndose con gerentes de televisión del continente. Sin excepción, todos dijeron lo mismo: nos encanta, pero esto es política y no queremos meternos con política.
Eran tiempos donde la peor censura era el miedo.
Un día Juan le mostró el piloto que habían hecho a su papá, un famoso gerente de medios.
—¿Estás en drogas? Tienen que lanzar esta vaina a Internet ya mismo —le respondió.
Tenía sentido: los episodios de Nada que ver habían logrado buena receptividad en YouTube. Y ya era hora de que el proyecto se publicara: si se seguían tardando podría perder vigencia. Así que no solo lo subieron a la red social, sino que lo promocionaron a través del Chigüire.
Fue como tirar carne a una piscina de pirañas.
Recibieron llamadas de BBC, The New York Times, Efe. Isla presidencial los hizo conocidos en todo el mundo de habla hispana. A Juan, Oswaldo y Elio —quien trabajó como guionista en la serie—, pero sobre todo a su hijo de mayor proyección y apuesta a largo plazo: El Chigüire Bipolar.
Los pichones que se conocieron en Sony ahora volaban cual águilas. El blog de sátira ya era una página web con unas redes sociales robustas. Cada vez demandaba más tiempo. Fue entonces cuando Juan Andrés identificó por Twitter a Led Varela, un estudiante de ingeniería que aspiraba a dedicarse al humor. Le gustó el tono de sus tuits, lo vio actuar en stand up comedy. Habló con Oswaldo, luego con Elio: se tomó la decisión de convertirlo en el primer redactor contratado. Comenzó a gestarse así una simbiosis que alteraría el ecosistema de la comunicación en Venezuela: Chigüire se convertiría en la escuela de casi todos los humoristas del país, quienes de una u otra forma estarían ligados al proyecto. Algunos, por ciertos periodos, cobrando un quince y último (como Led Varela, Chucho Roldan, Víctor Medina, entre otros); la mayoría, casi para la eternidad, formando parte de una gran red de colaboradores que no para de alimentarse.
Alguien ve una noticia. La pasa a una lista de correos. Uno de los miembros de esa lista responde con una premisa interesante. Las siguientes respuestas tienen que ver con posibles titulares y con los consecuentes debates. Así, hasta que se llega a un consenso mayoritario. Luego, se procede a desarrollar el post.
Y boom: decenas de miles de venezolanos comentan, comparten, se ríen con publicaciones como: “Plátano quiere quedarse verde para que no le digan coño ‘e tu madre”.
Pero el bebé de Juan, Oswaldo y Elio crecía al mismo tiempo que la democracia se deterioraba y el chavismo se volvía cada vez más autoritario: comenzaban a aparecer las señales inequívocas de una crisis que alcanzaría unos niveles que ni el más cruel chiste hubiese previsto.
Aunque nunca hubo una conversación formal, sí fue objeto de discusión varias veces el camino a seguir. Los tres fundadores estaban de acuerdo en que, sin perder la esencia de meterse con todos, había que denunciar las arbitrariedades del régimen.
Los días de elecciones se convirtieron en el Día de Chigüire. El despliegue al momento de generar contenido era más completo que el de la mayoría de los medios de comunicación: el estrés que significaban las jornadas electorales se drenaba con sus titulares ingeniosos. Tanta notoriedad adquirieron, que una vez fueron hackeados.
El chavismo les había puesto el ojo.
Empezando febrero de 2011, se propusieron parodiar una portada de El Nacional del 5 de febrero de 1992: el día después de que Hugo Chávez intentara dar un golpe de Estado. El objetivo era, mediante la sátira, mostrar que muchos de los más acérrimos opositores habían, en su momento, apoyado a quien luego sería presidente de la República.
Elio consiguió un scan en Internet de la portada original y puso manos a la obra. Las horas se alargaron, la tensión se instaló en sus hombros y los párpados se llenaron de una dosis excesiva de fastidio. Decidió apurarse: sacrificó prolijidad en beneficio de la rapidez. Si la genialidad se caracteriza por lo imprevisto, esta agarró desprevenido hasta al creador.
La portada se publicó el 4 de febrero de 2011. El contador de visitas en la página subió más rápido que el precio del dólar. La ola de comentarios en redes tuvo el ímpetu similar al que generaba cualquier comentario de Chávez. Pero lo que mantuvo durante un buen rato riendo al equipo de Chigüire fue la cantidad de personas que daban la portada por cierta.
En VTV —el canal propagandístico del régimen— aparecían programas que comentaban la portada como una “prueba” de que millones de personas habían apoyado la revolución. Pero el chiste estaba a punto de romper el límite de lo inverosímil. A dar miedo.
La Patilla @la_patilla – 6/28/13
INSÓLITO: Gobierno publica satírica portada del Chigüire Bipolar en libro de historia de Venezuela.
XXXXX – en respuesta a @la_patilla
Yo tengo ese libro 🙁
Oswaldo Graziani L @oswaldograziani– en respuesta a XXXXX
te lo compro!
Oswaldo no sabía si reírse o pegar un grito. Le escribió al chamo por DM: le dijo que necesitaba ver el libro, que se lo compraba y que, por favor, se lo enviara. Cuando días después lo tuvo en sus manos, casi se frota los ojos cual comiquita: era surreal lo que estaba viendo. Un libro de “historia venezolana contemporánea”, hecho por el Ministerio de Educación y distribuido de forma gratuita en los liceos públicos, contenía la parodia que hizo El Chigüire Bipolar, dándola por verídica y usándola como una prueba histórica de la importancia de Chávez.
¿Ustedes conocen ese momento en el que un genio de la ciencia dice “he creado un monstruo”? Así se sintieron Juan, Oswaldo y Elio.
Fueron a la Biblioteca Nacional, buscaron el ejemplar de El Nacional del 5 de febrero de 1992. Recopilaron todas las pruebas necesarias y se las hicieron llegar al comando de campaña de Henrique Capriles Radonski, candidato a la presidencia, para denunciar el hecho. Capriles, en una rueda de prensa, desnudó ante el país lo que todavía no se sabe si fue una torpeza, un acto extremo de mala intención o una mezcla de ambas.
Cuando Mario Silva —el conductor del programa chavista La Hojilla— dijo por televisión abierta que Juan Andrés era dueño de Twitter Venezuela, los fundadores del Chigüire se desternillaron de la risa. Twitter no es una franquicia que tiene un presidente por país, y Juan ni siquiera tenía su cuenta verificada. La acusación era absurda: formó parte de una semana de odio que le dedicó el personaje a Juan, Oswaldo, Elio y su proyecto: los investigó, develó quiénes eran; pero, como no consiguió algo ofensivo, se limitó a inventar un absurdo y a decir que eran “mariquitos y drogadictos”.
Más allá de eso, los funcionarios de un régimen que devino en dictadura no se ensañarían demasiado: insultos, acusaciones, desprecios. Quienes han sido más insistentes, aunque estos generan menos miedo, han sido celebridades ofendidas. Y si hubo algún tipo de post que generó más insultos de los que podían digerir fueron los de béisbol: nada produce más verborrea que un fanático deportivo ofendido.
Con el paso del tiempo, las violaciones a los Derechos Humanos aumentaron, la censura ganó terreno: la crisis secuestró a Venezuela. Chigüire, entre tanto, se convirtió en el medio más valorado y que mejor permeó en todos los sectores con un mínimo de acceso a Internet. Ya no solo era percibido como una página de chistes, sino como una forma de narrar al país. Quien pasaba por el proyecto crecía y se transformaba con él. Chamos que antes ignoraban la política se convertían en estudiosos del tema.
El viernes antes de las elecciones parlamentarias del 2015, hubo una celebración en Plop TV: todos estaban muy confiados de que por primera vez el régimen iba a perder. Se tomaron un shot de anís por cada diputado que creían que iba a ser electo. Nadie se fue temprano de la oficina: surgió una fiesta tan espontánea como sinceros fueron los lazos que se formaron. Las oficinas de Plop eran ese refugio en el que podían encontrar las libertades que iban desapareciendo en la calle: sobre todo, la libertad de ser feliz.
Oswaldo releyó el correo varias veces. No entendía. El remitente, desconocido, decía que El Chigüire Bipolar había sido merecedor del Premio Václav Havel a la Disidencia Creativa 2017. Según, se trataba de un galardón que se entrega a disidentes que se enfrentan al autoritarismo a lo largo del mundo.
“Chamo, mira esto”, le escribió a Juan, quien estaba de vacaciones con su familia. Lo primero que pensaron es que alguien les estaba troleando, provocando con mala intención: el régimen, probablemente. Para ese momento, ya los tres fundadores vivían fuera de Venezuela.
Comenzaron a hacer llamada tras llamada hasta que se dieron cuenta de que sí, en efecto, su bebé había alcanzado el punto más álgido de su historia: un reconocimiento internacional que lo ubicó a la altura de los grandes disidentes del mundo. El galardón del 2017 lo compartieron con la poeta bareiní Aayat Algomozi y con el dramaturgo zimbabuense Silvanos Mudzvova.
En Venezuela las decenas de colaboradores comenzaron a revisar sus teléfonos, a ver las redes, los portales web: se decía que Chigüire había ganado un premio internacional. Aunque nadie entendía muy bien de qué se trataba. Horas más tarde, en Caracas, el personal de Plop encendió el televisor para ver a Juan Andrés dar una entrevista para CNN. Poco a poco, comprendieron que algo importante había sucedido.
Aunque la organización solo podía cubrir los gastos de dos representantes, los tres fundadores se apoyaron entre sí para viajar a Oslo a recibir el premio. Sobre la tarima, dieron las gracias y —como los discursos no son lo suyo— mostraron un video. Escucharon la experiencia de artistas y activistas, tomaron café con un periodista que luego sería asesinado. Se empaparon con los relatos de países en los que hacer lo que ellos hacían los condenaría a la muerte. Dejaron de ver a Venezuela como el ombligo del planeta y entendieron que las pérdidas de libertades eran un problema del mundo.
¿Se acuerdan que todo empezó como un blog para pasar el rato?
“Su humor crudo y análisis riguroso demuestran el gran poder que tiene la sátira al momento de criticar a los regímenes autoritarios”, dijo el secretario de la organización que les entregó el premio.
Era el 2017 y Venezuela ya vivía en una dictadura sin disimulo. Elio, Oswaldo y Juan recordaron los inicios: las primeras publicaciones, el hackeo, los dos libros, los tantos colaboradores que ahora eran comediantes reputados. Fue como un baño dorado que recubrió sus corazones con la certeza del trabajo bien hecho y la esperanza de que, un día, podrían vivir en una Venezuela en la que no tendrían que ser lo que, al parecer, ahora eran: disidentes.
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Lizandro Samuel
Lector. Escritor. Entrenador y analista de fútbol. Codirector de Círculo Amarillo Producciones.
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