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Las raíces profundas de Helymar Márquez

Nov 14, 2018

Helymar Márquez es psicólogo. En su consultorio, en Maracaibo, debe lidiar con los problemas con los que lidiamos todos los venezolanos. Sin embargo, siente pasión por los patrones de las personas que logran cambios, para poder aplicarlos en su consulta, en tiempos en que el desaliento es la constante entre sus pacientes. Por ello creó el taller «Raíces profundas», para fomentar una actitud de mayor resiliencia.

Fotografías: Ernesto Pérez

 

¿Y por qué tú, mala hora,
te enredas en un miedo inútil?
Eres, pues estás pasando,
pasarás –es bello esto.
 
Wislawa Szymborska

 

Esta mañana Helymar Márquez no se siente con ánimo para dar consulta. Es psicóloga y no sabe si puede lidiar hoy con los problemas que aquejan a sus pacientes. Venezuela la tiene golpeada. Llega al consultorio y no hay luz. Vive en Maracaibo, una ciudad que en promedio está en 35° de temperatura. Sin embargo, su primer paciente del día llega puntual. También el segundo y el tercero y el cuarto. Ella los admira. Se llena de orgullo porque, piensa, si en medio de este caos ellos siguen teniendo fuerzas para ocuparse de su salud mental, cuánto no harían cuando esto pase. Porque todo pasa. De eso está convencida.

De sus pacientes vuelve a tomar fuerza. Y continúa.

Antes de estudiar psicología, Helymar se graduó en el 2002 de ingeniera electricista, en la Universidad del Zulia. Esa mente matemática la usa en la búsqueda de fórmulas de motivación y resiliencia para compartirlas con los otros. Le gusta descubrir patrones, por eso uno de sus intereses son las biografías. Le encanta descifrar la mente de las personas que logran cambios, las características emocionales que puede tener alguien para lograr el éxito. Su gran pasión es observarlas, en especial porque, luego, descubre que hay muchas personas alrededor de ella que aún tienen mucho que dar al país. Ella se los hace saber.

Como psicóloga se licenció con honores en la Universidad Rafael Urdaneta, en el 2010. Ya entonces tenía ocho años de casada y un niño de 2, Santiago. En el 2011 nació su hija Ananda.

 

Crisis, escasez, migración, miedo, desesperanza.

Fue en el 2015 cuando Helymar encontró un patrón que no la entusiasmó. Las mismas palabras empezaron a hacerse más y más frecuentes entre sus pacientes. Venezuela era el diagnóstico. La atormentó, entonces, la idea de hacer algo como ciudadana y como psicóloga.

Tenía motivos para preocuparse. En el 2017, Venezuela tuvo el índice más alto de suicidios en los últimos 30 años. Así lo leyó en el informe de 2018 del Observatorio Venezolano de la Violencia, donde decía que, con una tasa de 19,09 por cada 100 mil habitantes, el país había superado la media mundial de muertes por esta causa.

“Lo mejor que yo sé hacer es ser psicóloga”, se dijo al advertir, dos años antes, que Venezuela se nos venía encima. Y desde ese rincón se propuso enseñar herramientas emocionales para lidiar con la angustia y la incertidumbre en todos los aspectos de la vida. Así comenzó, en el 2015, un ciclo de cinco charlas que llamó “El poder de la serenidad”. Quería explicar que la serenidad es un estado emocional que permite percibir lo que sucede a nuestro alrededor con una mayor amplitud de posibles soluciones. Y que, en consecuencia, los pensamientos y el sentir se van construyendo para generar una actitud más saludable ante momentos de crisis. Era la receta perfecta para el patrón de angustias que venía percibiendo.

 

Ya es mediodía. Esta tarde asistirá, como todos los lunes desde el 2011, a la Casa Hogar de la Fundación del Niño con Cáncer del Zulia. Allí provee asistencia psicológica a niños y padres, y asesora profesionalmente a otros voluntarios.

Esta crisis es coyuntural, se repite Helymar. Todas las crisis lo son. Tienen en común —les explica a sus pacientes— desesperanza, pensamientos catastróficos, miedo, incertidumbre. Pero también son una oportunidad para reinventarse, crecer, cambiar. Tanto para quienes se quedan como para quienes migran.

Esta certeza dilucidó su diagnóstico: Venezuela es una adolescente. El adolescente es egocéntrico, todo es por él y para él. Actúa desde la comodidad, ve que las cosas llegan a él sin ningún tipo de esfuerzo. Para Helymar, nos estamos convirtiendo en una sociedad adulta, sensible al sufrimiento del otro, responsable, capaz de reconocer que no todo nos está dado, sino que con trabajo estamos sembrando para obtener más adelante.

Así concibió un nuevo proyecto: «Cómo emigrar hacia el país que queremos». En ese coloquio planteó un necesario cambio de actitud hacia el problema porque, a su modo de ver, una de las cosas que más genera angustia es la espera de que otros resuelvan.

 

Pero 2017 fue el año de las protestas de calle y solo pudo realizar el taller una vez. Fue un año muy difícil. Entre abril y julio las manifestaciones derivaron en represión, ejercida por los cuerpos policiales y militares. En algún lugar leyó que ya se contaban en 120 los muertos. Con uno solo bastó para que sus alarmas se encendieran y dieran paso a la duda y la incertidumbre por su futuro, el de su familia y el de sus pacientes. Inexorablemente le llegó la hora de preguntarse: “¿Me voy o me quedo?”.

Sopesó las dos alternativas. Hizo un balance, siempre desde lo emocional, de lo que implicaba cada decisión. Sabía que una de las dos le daría serenidad, lo que le permitiría afrontar los momentos difíciles que inevitablemente llegarían. Si elegía la equivocada, por presión o miedo, la angustia subyacente no sería buena consejera en los momentos venideros.

Estaba segura de dos cosas: el que se queda tiene que trabajar y mirar la situación desde otro punto de vista porque, si no, la crisis lo arrasa. Y el que se va debe hacerlo con la bendición de su tierra. Esto es, irse con una actitud de agradecimiento por lo que sí logró aquí, de manera que no deje cuentas emocionales pendientes que lo seguirán adonde vaya. Irse desde la rabia y no sanarla es dejar que se vuelva a activar en cualquier momento y eso restará energía en los nuevos comienzos.

 

Con estas ideas empezó a darle forma al taller “Raíces profundas”. Y con este, llegó la certeza de su decisión: “Lo que yo necesito experimentar aquí todavía lo tengo”.

Como una gran cosecha, Helymar ha colectado por tres años las preguntas de sus pacientes en torno a la situación del país. Eso y su trabajo en un preescolar le han permitido moldear este proyecto que concreta su sueño de aportar desde su pasión al bien colectivo. En el preescolar trabaja una vez por semana desde el 2010. Allí, entre otras cosas, prepara y dicta charlas en la escuela para padres. Allí ha estrenado todos sus talleres, por eso lo llama “mi gran laboratorio para crear”.

Ayudar nutre. Con esas dos palabras, Helymar le ha encontrado respuesta a la interrogante que la angustiaba: ¿Qué puedo hacer para ayudar en medio del caos? La crisis colectiva va a pasar. Ella lo reafirma. Pero a su consultorio van a seguir llegando personas atormentadas. Por eso, define su terapia como un reencuadre del problema. Dar estrategias a las personas para afrontar esos momentos es su día a día. Entonces, ¿por qué no  enseñar a los demás a hacerlo?

El lema de “Raíces profundas” es: “Estoy donde debo estar haciendo lo que me corresponde hacer”. La primera recomendación que da es buscar el don individual. Desarrollarnos en lo que somos buenos es el primer paso para darle a nuestro país lo mejor que podemos. Ella lo encontró y hace de él lo mejor que puede. Se da cuenta de que la información de cómo usar las herramientas emocionales le permite a las personas mirar aquello que nunca han mirado y seguir adelante. Saber, los transforma.

 

Al final de la tarde, Helymar reflexiona sobre sus pacientes, incluyendo a Venezuela. Visualiza al país como un gran grupo de apoyo. Piensa que la única diferencia de esta crisis con otras es que esta es colectiva. En esta tribulación, las personas entienden lo que le pasa al otro, son empáticos con su sentir. No es reunirse para quejarse; al contrario, consiste en buscar soluciones grupales apoyándose en el mejor conocimiento que el otro te puede ofrecer.

Helymar sigue examinando patrones, leyendo biografías, viendo documentales, buscando reportajes que la inspiren para dar fórmulas a sus pacientes y a todo el que la quiera oír en sus talleres. La sonrisa la invade cuando comprueba que esas características que ve en personas que han logrado el éxito las está viendo ya en ellos. Se siente una coleccionista de esas historias.


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Soy licenciada en Letras (2011) y magíster en Literatura venezolana (2018) por la Universidad del Zulia. Trabajé por dos años como correctora de textos en el diario Versión Final (Maracaibo). Allí también publiqué reportajes especiales en el área de Cultura y formé parte del equipo fundador de la revista cultural Tinta Libre.

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