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De militar a activista en construcción

Nov 15, 2017

Un desafortunado incidente que marcó la vida del capitán Mario Aponte  puso en evidencia la homofobia que impera en los cuarteles. Fue dado de baja luego de un procedimiento administrativo, que consideró que había faltado a la moral, las buenas costumbres y mancillado el honor militar. Pero él no se resigna. Quiere volver a ser un miembro más del Ejército. 

Ilustraciones: Robert Dugarte

 

Mario Aponte siempre aprovecha el final del día para tomar aire fresco. Por las noches, sale a los alrededores de su casa, ubicada en un conjunto residencial habitado por civiles y militares en Fuerte Tiuna, en Caracas, y camina un poco, despeja la mente. En esos ratos suele toparse con el ministro de la Defensa, Vladimir Padrino López. Quiere abordarlo, pero no se ha atrevido. Le ha dado miedo. No sabe cómo contarle la razón por la cual lo botaron de las Fuerzas Armadas, cómo decirle que quiere volver a vestir el uniforme, cómo pedirle ayuda. Así que lo ve pasar muy cerca, siempre custodiado, y no le dice nada.

Durante cuatro años, hasta que lo botaron, Mario era el único militar del que se conocía públicamente su homosexualidad en el Ejército. Él al principio se lo calló. Cuando iba a ingresar, en 2003, le preguntaron, como a todos los aspirantes, si le gustaban los hombres. Y él respondió, lo más sereno que pudo, que no. No quería que lo excluyeran, porque veía en el Ejército una oportunidad –honrada– de generar dinero rápido para ayudar en esa casa austera que habitaba junto a su madre y sus dos hermanas, en Valencia.

Así fue: ingresó, se enamoró de la carrera militar, se graduó con honores, respetó los horarios, obedeció a los superiores. Mientras, sin comentarlo con nadie, fuera de los cuarteles, vivía su sexualidad.

 

Pero un día de enero de 2011 lo descubrieron. Tenía 24 años. Estaba en su natal Ciudad Bolívar, a casi 600 kilómetros de Caracas, visitando a unos familiares. Caminaba por esas calles vaporosas del sur del país, vistiendo un grueso suéter amarillo con capucha. Abrumado por el sol y el calor, entró a un negocio con aire acondicionado.

En los pasillos, la mirada y la sonrisa del vigilante retrasaron su paso. Transcurrieron unos segundos. Había picardía en aquel cruce de miradas. Así que escribió en un papelito su número telefónico y un mensaje: “Mi nombre es Mario Alfredo. Si quieres conocerme, llámame; si no, bótalo”. Dobló el papelito y lo dejó caer frente al destinatario. Después abandonó el local casi corriendo.

Afuera lo esperaban una patrulla y varios policías. Lo apuntaron y le dijeron que sería detenido: era sospechoso de robo. ¡La razón de las miradas!

—Él tiró ese papel —intervino el vigilante—. Pero no sé si sea marico. No parece.

—Ese no es marico. Se está haciendo. Va preso —resolvió uno de los funcionarios.

Llevaron a Mario hasta una celda. Lo desnudaron. Un policía revisó su cartera y encontró su carnet militar. Quien estaba a cargo de esa comandancia era miembro del Ejército y llamó al Fuerte Tiuna para comunicar la novedad. Luego entre risas burlonas, uno de ellos, con voz de mando, dijo:

Liberen a este marico. En tres días tiene que presentarse en el Ejército pa’ que le den su baja.

Pero su liberación no lo animó. Ahora habían descubierto que era gay.

 

Agobiado, Mario temió por su futuro laboral, por lo que dirían sus padres, sus hermanas, sus amigos más cercanos, sus superiores. Por lo que dijera el mundo. Sentía vergüenza. Volvió a la casa donde se hospedaba y, a escondidas, siguió llorando. Fue entonces cuando pensó en suicidarse.

Todavía lloraba cuando llamó por teléfono a sus hermanas y les contó lo sucedido. Ellas, contrario a lo que él pensaba, lo apoyaron. Lo convencieron de que fuera a Valencia y le contara a la madre. Y lo hizo.

A Mario le sorprendió la serenidad con la que ella lo escuchó. Lo calmó. Después no lloró más. Llamó a su papá y le repitió la historia. Y al hacerlo algo había cambiado: se sentía tranquilo, valiente. Solo entonces pensó que todo era más sencillo de lo que había imaginado.

Con ese brío, fue al día siguiente al Ejército y solicitó hablar con su superior.

Buenos días, mi general.

¡Capitán Aponte!

Le ordenó ir hasta otra sala donde le explicarían que sería dado de baja. Mario contuvo la respiración.

—No quiero irme, mi general…

El general inclinó su cuerpo hacia Mario, sin pararse de su silla.

— … No cometí ningún error. Quiero seguir en el Ejército.

Se hizo un silencio de varios segundos. Y el general finalmente resolvió el destino de Mario: no sería expulsado. Le dijo que era digno de un lugar en las Fuerzas Armadas porque tenía valentía.

Desde ese episodio, la orientación sexual del capitán Aponte se convirtió en un chisme de pasillo. Ese general, así como el que lo acusó desde Ciudad Bolívar, comenzaron a contarle a subalternos e iguales, a escondidas, que a él le gustaban los hombres. Y con ello, de algún modo, Mario comenzó a sentirse más libre. Eso le permitió conocer a otros militares que callaban su homosexualidad. Un número de teléfono por aquí, dos palabritas por allá y un compañero que encontraba más allá, en un bar de ambiente. Así tejió una suerte de red gay dentro de las Fuerzas Armadas. Tenían sitio de reuniones y un grupo de Blackberry Messenger llamado “Resteo a Mil”.

Eso fue hasta el 8 de mayo de 2015.

 

Ese viernes Mario iba manejando cerca de su casa cuando vio a un muchacho. Algo de él le atrajo. Su piel blanca, quizás su delgadez. Bajó la velocidad y lo abordó. Cruzaron palabras. Y en instantes aquel hombre estaba dentro del vehículo. Se llamaba Gabriel. Era sargento, jerarquía menor a la de él.

Carlos no lo había visto antes, pero lo sintió cercano apenas supo que también era de su natal estado Bolívar. Así que lo invitó a su casa. Le dijo que estaba solo, que podían beber o comer algo. Le preguntó si era de ambiente y celebró al obtener un sí. El tono de la conversación cambió y la atmósfera pasó de la tensión a la complicidad.

Al llegar a la casa, Mario le ofreció jugo a su invitado y le dijo:

—Mejor vamos a dormir. Si tienes ganas de hacer algo, fino. Si no, mañana es otro día. Tengo guardia a las 9:00 de la mañana.

Gabriel entendió el mensaje.

Carlos sonrió y caminó hasta su habitación. Gabriel lo siguió. Se acostaron en la cama y, bajo las sábanas, se excitaron. Pero en algún momento, la erección de Gabriel flaqueó. Por eso Mario prefirió continuar al día siguiente y, desnudo, se dispuso a dormir.

Estaba dormido cuando sintió un cuchillo entrando en su cuello. Fue lo que lo trajo de vuelta a una pesadilla. El hombre que había metido a su casa y conocido tres horas antes se lanzaba en su contra, puñal en mano.

Le clavó una segunda puñalada. Mario se puso de pie y comenzó a correr pidiendo auxilio a gritos. Se escondió en la habitación contigua y hasta allí llegó Gabriel, quien, tras tumbar la puerta, le produjo otra herida. Mario se escondió en el único baño de la vivienda. Pero Gabriel la echó abajo y lo hirió una vez más. Como pudo, mientras corría, Mario tomó las llaves de la casa y las arrojó hacia afuera. Las tomaron unos vecinos que escuchaban los gritos, y entraron a la casa.

Gabriel, al verse sorprendido, soltó el cuchillo y aseguró que habían intentado violarlo. Pero para los vecinos todo estaba muy claro. Así que un grupo de hombres amarró a Gabriel fuera del edificio mientras a Mario lo llevaron a un hospital.

¿Qué motivó el ataque? ¿Por qué Gabriel intentó matarlo después de querer tener sexo con él? Mario desconoce esas respuestas. Lo que sabe es que está preso.

 

Luego del reposo médico, Mario volvió al trabajo. Notó que nadie lo había saludado en el trayecto hasta la oficina. Sintió las miradas esquivas de quienes pasaban por su lado. Y recordó la sensación de abandono que experimentó al día siguiente de ser atacado al revisar su celular y encontrar el grupo “Resteo a mil” vacío: todos se habían salido.

Al llegar le explicaron su caso. Para los generales, Mario había faltado a la moral, las buenas costumbres y mancillado el honor militar, por lo que le abrirían un procedimiento administrativo para determinar las sanciones. Además, para el Tribunal Militar, él había incurrido en el delito de sodomía, tipificado en el Código de Justicia Militar. Así que debía enfrentar un juicio por “actos sexuales contra natura”. Eso significaba la posibilidad de ser expulsado de las Fuerzas Armadas y ser encarcelado hasta por tres años.

Durante el proceso administrativo, le hicieron muchas veces la misma pregunta: “¿Quieres pedir la baja?”. Generales, coroneles y mayores abordaban a Mario  en cualquier rincón para persuadirlo. “Pide la baja, aquí no aceptamos maricos”, “no vas a ganar”, “si te dejamos seguir, todos los maricos del Ejército van a querer lo mismo”, “no puedes tener esa condición sexual”, “no se trata de discriminación”.

En el ínterin, no pudo volver a su lugar de trabajo. Mientras duraron las averiguaciones, lo confinaron en un edificio administrativo en Fuerte Tiuna donde lo pusieron a servir café, a sacar fotocopias. Tampoco volvió al comedor por recomendación –casi una exigencia– de sus superiores.

Mientras, preparaba su defensa junto a su abogado, un primo suyo que, aunque homofóbico, decidió ayudarlo. Le dijo qué decir y cómo hacerlo. Que debía resaltar que lo sucedido la noche del 8 de mayo en su apartamento se trató de una situación extraordinaria en la que él actuó de tal modo para salvar su vida. Este argumento buscaba activar un artículo de ese Código de Justicia que pone por encima la defensa de la integridad del militar ante escenarios de peligro.

Llegado el momento, los generales lo escucharon. Le pidieron 15 días para deliberar la decisión del proceso administrativo, pero antes fijaron posición: repitieron que Mario había faltado a la moral, las buenas costumbres y había mancillado el honor militar al salir desnudo de su casa, causando conmoción a niños, ancianos y discapacitados.

Pasaron esos días y postergaron una vez más la decisión. Fue casi un mes después cuando recibió la respuesta: no la que quería pero sí la que esperaba.

Impaciente y vestido de civil, llegó hasta la oficina.

¿Qué quiere? le preguntó con desdén un suboficial.

Vengo a buscar la decisión de mi caso. Yo soy el capitán Mario Aponte agregó perturbado por la insubordinación del otro.

El joven le indicó con la mano que esperara. Se levantó de su silla y abrió la puerta que tenía detrás.

¿Que qué pasó con el caso del capitán Aponte? preguntó.

Ah… ¿No le han dado el papel? Está expulsado. El capitán Aponte fue dado de baja.

Carlos escuchó aquellas palabras y lamentó no haber estado sentado: las piernas le fallaron, palideció y creyó haber sudado. Intentó disimular ante el subalterno, pero no lo logró. Agradeció no tener ganas de llorar mientras cumplía la ruta de desincorporación que consiste en ir a varios sitios ese mismo día a firmar papeles, entregar su arma, su uniforme y sus distinciones. Su vida.

Completó la tarea en silencio. Pero en su mente la indignación era un escándalo de ideas y ocurrencias. Comenzó a pensar en luchar contra aquella injusticia. En ese momento el juicio por “actos sexuales contra natura” continuaba. Pero luego de la sanción del procedimiento administrativo, fue sobreseído.

Carlos fue dado de baja en noviembre de 2015. El ministro de Defensa, Vladimir Padrino López, firmó la orden. Tenía que hacerlo. El informe que le entregaron los generales sobre el caso recomendaba expresamente la expulsión. El ministro desconoce los detalles de la historia.

Carlos esperó los seis meses de rigor para que venciera el lapso de apelación administrativa. Por eso ahora, cada vez que lo ve en sus caminatas nocturnas en las cercanías de su casa dentro de Fuerte Tiuna, quiere explicarle lo sucedido con la esperanza de que le dé alguna opción de reenganche. Mientras, trabaja en una tienda de un centro comercial de Caracas y se instruye sobre las luchas de lesbianas, gays, bisexuales, transexuales e intersexuales alrededor del mundo. Le apasionan los casos emblemáticos. Es un activista en construcción.

 

* Mario Aponte es un nombre ficticio

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Crecí en Motatán, estado Trujillo. Estudié periodismo en la Universidad del Zulia. He trabajado en medios como Noticias24 y NTN24 Venezuela. Desde 2016 pertenezco a la delegación de la Agencia Española de Noticias (EFE) en Caracas. Soy un informólogo al que le gustan las historias bien contadas y sostenidas.

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