Considérese una científica ciudadana
Antes de comenzar la carrera de medicina, Lourdes Delgado se interesó por la medicina tropical. Sin todavía graduarse como cirujano, ideó junto a la Incubadora Venezolana de la Ciencia un programa para formar a “científicos ciudadanos”, quienes le ayudan a identificar dónde aparecen chipos, el vector que transmite la enfermedad de Chagas. Con los reportes que le llegan, ella alimenta una base de datos que es un aporte ante la ausencia de datos epidemiológicos en el país.
FOTOGRAFÍAS: ARNOLDO PORTA (revista Science Magazine) / INCUBADORA VENEZOLANA DE LA CIENCIA / ÁLBUM FAMILIAR
Un día de marzo de 2018, Lourdes Delgado estaba en su casa, en Barquisimeto, estado Lara, viendo la televisión. Un grupo de jóvenes con batas blancas daban una entrevista. Eran unos estudiantes de medicina del microbiólogo y epidemiólogo Alberto Paniz Mondolfi, quienes explicaban que Venezuela era un país propenso a sufrir infecciones que se contagian gracias a la picadura o contacto con animales. Comentaban que el dengue y el mal de Chagas son dos de las enfermedades más comunes y desatendidas en el país, porque era difícil documentar los casos.
Y sin registros, insistieron, la gente corre más riesgos.
Lourdes tenía 17 años en ese entonces. Estaba recién graduada de la secundaria, y ya se había inscrito para cursar la carrera de medicina en la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado, en Barquisimeto. Pensaba que los médicos siempre trabajaban en consultorios o quirófanos atendiendo a personas. Y poco más.
En aquella entrevista, los estudiantes dieron un dato que a Lourdes le llamó la atención: dijo que desde 2016 no se sabía con precisión dónde y cuándo surgían brotes de esas enfermedades en el país. Frente a ese panorama, ellos invitaron a estudiantes universitarios a que se sumaran a un programa para hacer investigaciones de campo en Lara para monitorear el mal de Chagas y el insecto que transmite esa enfermedad, unas chinches llamadas Triatominos, conocidas en Venezuela como chipos.
Unos dos meses después, antes de empezar en la universidad, se postuló al programa del doctor Paniz llamado Incubadora Venezolana de la Ciencia (IVC).
Antes de entrar a los salones de clase, Lourdes aprendió con la IVC que la rama de la medicina que estudia algunas de las enfermedades desatendidas se llama medicina tropical, y a los animales y otros organismos que las transmiten se les conoce como vectores.
Los libros de medicina decían que la medicina tropical se practicaba normalmente en las zonas rurales, casi nunca en las ciudades. Algunos textos eran de la década del 90. Pero ha ocurrido que, con el pasar de los años, ha aumentado el calor y los mosquitos y los chipos se han mudado a las urbes. Lourdes recordaba que años antes, cuando estaba en bachillerato, sus amigos de Barquisimeto se enfermaron de dengue y otros síndromes febriles agudos.
Encendía la televisión y escuchaba en las noticias al respecto:
—Según el Boletín Epidemiológico del Ministerio de Salud de la última semana de diciembre, en Venezuela resurgen los casos de dengue, del chikungunya y de zika, y el Instituto de Medicina Tropical de la Universidad Central de Venezuela reporta casos de mal de Chagas en Caracas —escuchó una vez a un periodista—. Estiman que una de las razones es el aumento del calor por el fenómeno climatológico El Niño, que disminuye las lluvias en el país.
Y fue en ese año que la IVC empezó a documentar los casos de dengue en el estado Lara.
Lourdes sabía que el dengue era un virus que se transmitía desde un mosquito a una persona, pero no conocía mucho sobre el mal de Chagas. Así que decidió estudiar bien de cerca a los chipos.
Buscó en artículos científicos y revistas arbitradas, y decían que el mal de Chagas solo afectaba a las zonas rurales, a los agricultores. Que el chipo solo era el mensajero de la enfermedad, el vector, porque transmitía a la gente un parásito llamado Trypanosoma cruzi, el verdadero causante del mal de Chagas. Buscó en la biblioteca y en internet los boletines epidemiológicos para saber en qué ciudades y zonas rurales estaba recientemente la enfermedad. No consiguió nada. En la IVC ya se venían asesorando a pacientes del estado Lara para prevenir y cuidarse de la enfermedad de Chagas. Pero en 2018 ya el ministerio de salud tenía dos años sin publicar documentos epidemiológicos.
No había datos recientes fuera de las publicaciones académicas de médicos en las universidades, principalmente de las academias de Caracas, de Mérida y de Lara.
Y casi todos los artículos hacían referencia a un posible aumento de los casos.
Al consultorio de sus profesores de la IVC iban pacientes que nacieron y crecieron en ciudades, otros venían de comunidades rurales. Lourdes habló con algunos de los pacientes que le decían los síntomas sugestivos del mal de Chagas, hinchazón en sus párpados, las náuseas, los ganglios inflamados y el cansancio, así como la medicación que tenían para sobrellevarlo.
Fue en las prácticas de laboratorio de la IVC, fuera de la universidad y de los consultorios, que ella pudo ver chipos por primera vez: eran más grandes que una chinche de cama y de lo que ella imaginaba, también tenían una especie de cuello, cosa que otras chinches normalmente no tienen.
Cuando los profesores de laboratorio le hicieron revisar un chipo disecado y unas muestras del contenido intestinal del insecto bajo un microscopio, notó unas manchas delgadas y diminutas que se movían como si fueran renacuajos. Esos eran los Trypanosoma cruzi.
“¿Los chipos son tan escurridizos que la gente no los nota?, ¿dónde se esconden?”, se preguntaba Lourdes. No pasaron ni dos meses para que la IVC la invitara a una actividad de campo: viajar a los pueblos del estado Lara para hablar con la gente y saber si había chipos en la zona.
En diciembre de 2018, el sol abrasaba el pueblo de Humocaro Alto, a 106,5 kilómetros al sur de Barquisimeto. Entre las casas coloniales, en su mayoría construidas a base de barro, los estudiantes de medicina preguntaban a los vecinos si conseguían chinches en sus casas, y si sabían a dónde ir si las atrapaban.
“Las aplasto como si fueran una cucaracha”, respondían muchos.
Ya cuando iban por la décima casa, un chico de 14 años se acercó a Lourdes y a su equipo.
Cargaba una chinche muerta en sus manos.
—Yo las consigo todas las semanas en mi casa, más de una si hace calor.
Lourdes vio que el insecto era de color marrón, con algunas manchas negras. Su cuerpo de 3 centímetros parecía una huella dactilar: angosto cerca de la cabeza y ancho en el medio de la barriga. Tenía la cabeza alargada como un alfiler y los ojos bien saltones y negros. Sus 6 patas estaban retraídas, porque estaba muerto, pero eran largas y delgadas. Y sus antenas le salían de la cabeza, justo después de sus ojos, parecían unos bigotes mal cortados porque una de ellas estaba rota.
No había duda: era un Panstrongylus geniculatus, una especie de chipo.
—¿Todas las chinches que consigues se ven iguales? —preguntó Lourdes—. Vamos a lavarnos las manos de una vez.
De camino a la casa del chico, bajo el sol y el calor, Lourdes le explicó que esas chinches, los Triatominos, se alimentan de la sangre y pueden transmitir el mal de Chagas. El chipo es el vector de esta enfermedad. Pero no contagia a las personas como lo hace el mosquito, solo con una picada: este primero pica la piel, para alimentarse, y al mismo tiempo defeca. Es en sus heces donde está el parásito. Cuando las personas se rascan por el prurito que produce la picadura, se forman pequeñas heridas, lo que hace que el parásito pueda entrar al organismo. Si se detecta el parásito rápido, las personas tienen más oportunidad de controlar la enfermedad. Pero este puede ser silente y las personas tardan años, décadas, en saber que fueron infectadas: se enteran cuando su corazón sufre alteraciones severas y deja de bombear sangre correctamente.
Por eso, los médicos siempre advierten que no se debe tocar un chipo con las manos.
—…Pero si es así, ¿cómo los recojo y los llevo al médico? —le dijo el adolescente a Lourdes—. Para la próxima le tomo una foto y te la paso para que veas que no miento cuando digo que encuentro uno cada semana.
El chico cumplió su promesa. Cada semana, Lourdes recibía un mensaje de WhatsApp con una foto: algunos eran chipos, otros eran chinches verdosas (que se alimentan de plantas y no tienen el parásito que causa el mal de Chagas). Él preguntaba y ella le explicaba. La dinámica se mantuvo por dos años, hasta que el adolescente ya reconocía cuándo era un chipo y le mandaba la foto solo cuando se trataba de uno.
Cada vez que, como parte del programa, Lourdes iba a una actividad de campo, a zonas recónditas de Lara o del estado Portuguesa, volvía con montones de reportes escritos con bolígrafo, que después tenía que digitalizar. Por eso, y porque esos recorridos eran cuesta arriba, a muchos de sus compañeros les agotaba la experiencia.
—¡¿Por qué viajar fuera de las ciudades cuesta tanto?! Hay que invertir tiempo, saldo, gasolina… ¿Por qué es el médico el que debe viajar? —le escuchó decir a una compañera.
En ese momento, llegó un mensaje del chico de Humocaro Alto con otra foto de un chinche.
Al ver la pantalla, le surgió una idea.
—¿Y si no viajamos tan seguido, sino que le pedimos a la gente que nos informen? Claro, hay exámenes que debemos hacer nosotros, pero podemos hacer que ellos nos llamen para enseñarlos a reconocer chipos y los síntomas del Chagas.
—Pero es que viajamos a esos lugares porque allí no hay señal telefónica ni internet… —respondió su compañera.
—…Nos adaptamos —dijo Lourdes.
Hacer eso en un país con difícil acceso a la tecnología, con frecuentes cortes de electricidad y pocos médicos fue más difícil de lo que parecía. Debió armarse de paciencia. Lourdes comenzó a hablar con sus profesores de la universidad y del IVC para idear programas pedagógicos para formar a líderes comunitarios, médicos y enfermeros de la zona para que aprendieran a identificar chipos. Ella, por su parte, aprendió herramientas de geolocalización y de bases de datos, y tuvo que hacer muchas investigaciones de campo más para enseñarle a los vecinos cómo identificar un chipo, convirtiéndolos en lo que ella llama “científicos ciudadanos”. Viajó a una decena de pueblos y ciudades en más de cinco estados del país para sentar las bases de su idea.
Su proyecto consistía en recibir reportes a distancia y asesorar a la gente a través de una pantalla. Cosa que no era descabellada, porque, de hecho, el Museo del Instituto de Zoología Agrícola de la Universidad Central de Venezuela llevaba varios años identificando a los insectos que los usuarios de X les mandaban por fotografías. Aunque algunos entomólogos venezolanos ya estaban viviendo en otros países, seguían atendiendo a las personas que se topaban con la fauna caribeña.
Lourdes no dudó en contactarlos para su proyecto, y aprendió que esa atención digitalizada se conocía como “tele-entomología”.
Pero como los chipos pueden tener parásitos, el IVC acuñó el término “tele-parasitología”.
Ya en marzo de 2020, en plena cuarentena por la pandemia de covid-19, el proyecto de Lourdes y el IVC comenzó a materializarse: una campaña llamada #TraeTuChipo.
Después de las primeras formaciones, un enfermero de Acarigua, estado Portuguesa, le mandó un mensaje de texto diciéndole que había encontrado lo que parecía ser un chipo y Lourdes le envió un formulario: cada respuesta que él mandaba describiendo al insecto y dónde lo había encontrado era procesada en una computadora y luego esa información la trasladaría a una base de datos digital georreferenciada.
Si las características del insecto coincidían con las de un chipo, Lourdes les aconsejaba cómo capturar al animal y dónde quedaba el centro de investigación científica más cercano para que le hicieran exámenes al chipo y verificaran que estaba infectado con el parásito que causa el mal de Chagas.
Poco a poco, los vecinos iban mandando mensajes, y conversaban con sus amigos para compartir su experiencia con Lourdes y el IVC para notificar si veían una chinche.
Durante 2020 y 2021, Lourdes y un equipo de 18 científicos, entre médicos, parasitólogos, ingenieros, entomólogos y ecólogos, recibieron al menos 110 reportes de vecinos, médicos y enfermeros en 18 estados de Venezuela. Y cada reporte venía de una persona formada por el IVC, un “científico ciudadano”.
Aunque no todos los reportes eran de chipos —solo 79 de ellos lo fueron— el objetivo se había cumplido: podían mapear dónde estaban apareciendo los chipos y los casos de mal de Chagas a corto plazo en un país que lleva siete años sin dar información al respecto.
Gracias a esa colaboración entre profesionales de la ciencia y los vecinos, pudieron corroborar que el Panstrongylus geniculatus, la especie de chipo que encontró aquel adolescente en Lara, se estaba mudando de los bosques a las urbes más rápido de lo que esperaban.
Es agosto de 2023. En los salones de la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado, Lourdes aún estudia medicina.
En su mesa de laboratorio, su celular vibra con la llegada de un nuevo mensaje de WhatsApp. Alguien le ha enviado una imagen de una chinche.
“Hola, buenas tardes. Me gustaría saber si el insecto que ve en la foto es un chipo. Me dieron su número. Soy de El Cafetal, municipio Baruta de Caracas”.
Lourdes ve la imagen. El color marrón con manchas y la cabeza alargada con ojos saltones evidenciaban que era un chipo, específicamente de la especie Panstrongylus geniculatus.
“Hola, un gusto. Sí, es un chipo. Acá le mando las indicaciones para llenar su reporte. Tenga cuidado: lávese las manos, busque un recipiente para guardar el insecto sin tocarlo y vamos a coordinarnos para llevarlo al Instituto de Zoología Tropical de la Universidad Central de Venezuela. Ese es el lugar más cercano para que lo evalúen”, respondió Lourdes sin titubear.
El intercambio le es familiar a Lourdes. En este año, ella leyó distintas investigaciones de la Universidad Central de Venezuela, la Universidad de Los Andes y la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado —los centros de estudio más destacados sobre el mal de Chagas en el país— que advierten un incremento en los avistamientos de chipos en las ciudades como Caracas, siendo uno de los factores claves el aumento de la temperatura en el país y el cambio climático.
Entonces, no pasa una semana sin que Lourdes tenga que enseñar sobre medicina y entomología a través de una pantalla. Algunos mensajes son de avistamientos de chinches que no infectan el mal de Chagas, pero ella considera que es mejor atender una falsa alarma que una alarma que no llega.
“Ya llené el formulario. Gracias por atender mi reporte. Les estaré contactando en caso de ver otro insecto parecido”, le dijo finalmente aquella mujer.
“Un gusto ayudarle. Considérese hoy una científica ciudadana. Gracias por contactarnos y contribuir con la campaña #TraeTuChipo”, se despide Lourdes. El insecto llegó al Instituto de Zoología Tropical de la Universidad Central de Venezuela y los médicos parasitólogos le hicieron sus exámenes. Resultó que el chipo estaba infectado con el Trypanosoma cruzi. Pasaron un par de días para darle los resultados a la señora y a Lourdes, un estudio que se dio gracias a que ambas fueron más allá de un consultorio.
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Joshua De Freitas
Estudiante de comunicación social en la Universidad Central de Venezuela y músico en formación. Siempre he pensado que la vida es como una fuga de Bach: una obra en donde varios sujetos cuentan una historia de manera única. Mi meta es narrar ese contrapunto lo mejor que pueda. #SemilleroDeNarradores