Como si tuvieran en sus manos un libro sagrado
Douglas Lyon es un epidemiólogo estadounidense que cree en el poder transformador y sanador de la literatura testimonial. Después de trabajar en Misiones Humanitarias en África, viajó a Colombia. Allí, en 2018, vio a miles de personas migrando de Venezuela a pie. La imagen de los caminantes lo conmovió y se dispuso a ayudarlos. Se le ocurrió ofrecerles papel y lápiz para que, con su puño y letra, narraran su propia historia.
FOTOGRAFÍAS: ÁLBUM FAMILIAR
Yackson Ramírez sintió que iba a morir el 26 de enero de 2021. Había partido desde Medellín hacia Venezuela y el carro en el que viajaba rumbo a Cúcuta chocó con un vehículo que trasladaba combustible. Yackson retornaba a su país luego de que se quedó sin ingresos en Colombia en medio de la pandemia de covid-19.
Como su brazo izquierdo, su itinerario se fracturó tras el accidente.
Terminó en la cama de un hospital, atormentado por un dolor intenso que marcó el inicio de una travesía “dura y degradante”, como él mismo la describió semanas después. Días más tarde, le dieron de alta y se reencontró con sus compañeros de viaje, dos hermanos que lo esperaban para continuar su camino hacia la frontera.
Contrataron a otro chofer que los llevó a Bucaramanga, en el norte de Colombia, donde pasaron la noche en un hotel. Al día siguiente, se subieron a un tercer automóvil que debía trasladarlos a Cúcuta, pero el conductor los dejó abandonados en Pamplona, una pequeña ciudad de Norte de Santander, a 75 kilómetros del destino acordado. Los tres hombres quedaron a su suerte en territorio desconocido. Era de noche y hacía un frío que pegaba en los huesos. “¿Cómo vamos a salir de aquí?”, se preguntaban, porque ya no tenían dinero.
Nadie lo dijo, pero supieron que tendrían que continuar a pie. Mientras andaba por aquellas calles oscuras, Yackson pensó mucho en su experiencia como migrante: tanto en el desprecio que recibió por parte de colombianos, como en los reproches de su esposa y su suegra desde Venezuela. Volvió a escucharlas reclamarle porque ya no podía ganarse el sustento para su familia y le tocaba regresar con ellas.
Después de caminar casi toda la noche, el refugio de Marta Duque, en la entrada de Pamplona, apareció ante ellos como un faro: allí encontraron comida caliente y un cuarto en el que pudieron descansar algunas horas. Les entregaron un cuaderno en el que decenas de venezolanos, que habían estado ahí antes, habían escrito parte de su historia. Les preguntaron si ellos también podían o querían hacerlo.
Viendo una oportunidad para desahogarse, Yackson dijo que sí.
“Primero a Dios gracias por permitirme escribir y transmitir estas palabras, gracias por dejarme tomar este bolígrafo”, escribió. “El día 26 del presente año vi la muerte, pero fuiste tú quien me dio otra oportunidad…”.
Así, con una plegaria de gratitud, comenzó a narrar, con su puño y letra, lo que había vivido.
Escribió sobre lo preocupado que estaba por no saber qué pasaría al día siguiente, cuando le tocara continuar su camino, y confesó que se sentía desanimado por haber tenido que pasar los primeros meses de la cuarentena solo y sin dinero, extrañando a su familia.
Al terminar, firmó su testimonio y se acostó.
Y allí quedó su historia, como una más de tantas que albergaba ese cuaderno convertido en un muro de recuerdos y de lamentos.
Había otros cuadernos como ese en el que Yackson apuntó sus memorias, sus nostalgias y sus angustias: cuando él pasó por el refugio de doña Marta muchas otras libretas estaban repletas de relatos de migrantes venezolanos.
Doña Marta recibió la primera de Douglas Lyon, un epidemiólogo estadounidense, miembro de Médicos Sin Fronteras y aspirante a escritor, quien a lo largo de su vida se fue haciendo creyente del poder transformador y sanador de la literatura testimonial.
Douglas aprendió a hablar español hace dos décadas, atendiendo a migrantes mexicanos en Estados Unidos. Por aquellos días de 2002, escuchaba conversaciones sobre el chavismo, las pugnas entre la izquierda y la derecha de América Latina, el conflicto armado colombiano, y pensaba que haría falta una novela, como las de Gabriel García Márquez, para explicarles todo eso a los políticos y ciudadanos estadounidenses.
En 2016, después de terminar dos misiones humanitarias (en las que atendió la epidemia de ébola en Sierra Leona, África), Douglas quiso despejarse y viajó a la ciudad de Cali, en el suroccidente de Colombia. Allí participó en un taller de yoga acrobática, donde conoció a Solymet Carrero, una venezolana hija de colombianos que, buscando una vida tranquila en tiempos en los que su país estaba convulsionado, se establecieron en San Cristóbal, capital del estado Táchira, a unas dos horas de distancia de Cúcuta. Como tenía doble nacionalidad, ella vivía entre ambos países.
Se cayeron muy bien. Tanto que Douglas prometió que algún día la visitaría en su casa de Pamplona, a donde Solymet y su familia se trasladaron cuando la crisis humanitaria de Venezuela arreció en 2017. Ese año, la economía del país entró en hiperinflación y la Encuesta de Condiciones de Vida, realizada por la Universidad Católica Andrés Bello, reportó que 80 por ciento de los hogares venezolanos evaluados en el estudio se encontraba en situación de inseguridad alimentaria, pues no percibían suficientes ingresos para adquirir los pocos alimentos que se conseguían en los anaqueles.
En octubre de 2018, el doctor Lyon llegó a la frontera colombiana, donde vio a muchos caminantes venezolanos: hombres y mujeres con sus hijos y el equipaje a cuestas. Pese a que la imagen ya era frecuente en aquel entonces, verla con sus propios ojos le resultó doloroso. Y se preguntó dónde estaban quienes debían tomar decisiones para mejorar la situación de esas personas; le indignaba imaginárselos viviendo cómodos en Caracas, Bogotá o Miami, quién sabe dónde, mientras había tanta gente sufriendo. Para ese momento, según cifras oficiales, había más de 1 millón de venezolanos viviendo en Colombia, país que ya se perfilaba como el principal receptor de migrantes de Venezuela.
Douglas no viajaba en misión humanitaria. Su intención era ver a Solymet y seguir conociendo Colombia. Aun así, quiso hacer algo para darle visibilidad a los migrantes venezolanos para que, de algún modo, se sintieran escuchados. Se preguntó cómo podía mostrar lo que estaba pasando. En la prensa y la web ya circulaban muchas fotografías y videos. Tenía que pensar en algo distinto, con un enfoque más social, que no ameritara mucho presupuesto.
Y fue cuando encontró respuestas en la literatura: se acordó del proyecto de una amiga, que dejaba máquinas de escribir en librerías y cafés de su ciudad, en Missouri, Estados Unidos. En el papel del carrete había una pregunta: ¿Qué pasa, San Luis?, seguido de una invitación a escribir. Se le ocurrió que, en lugar de máquinas de escribir, él podía utilizar cuadernos: imaginó a los migrantes pasando las páginas de su propia historia.
“Quizás no vaya a publicar una novela, pero puedo recopilar testimonios”, se dijo.
Y eso le pareció importante.
Douglas le contó su idea a Solymet, quien en menos de un día ideó un método para hacerla factible: dejar los cuadernos en los refugios cercanos a la frontera. Además, se ofreció a ayudarlo. Juntos fueron a la casa de Marta Duque, una colombiana que a sus 12 años migró a Venezuela, para trabajar como empleada doméstica en condiciones precarias hasta que pudo establecerse en San Cristóbal, donde tuvo una mejor acogida. Eso pasó hace muchos años, pero pudo regresar a su país y en 2016, cuando comenzó a ver a los venezolanos caminando en medio de la lluvia y el frío, decidió, como una muestra de solidaridad y gratitud, abrirles las puertas de su casa: les ofrecía comida caliente y un techo. Primero con sus modestos recursos; después, creó una fundación que recibía donaciones.
—Por favor, páseles este cuaderno a los venezolanos, en las noches. Vamos a ver si tienen ánimo de escribir —le propuso el doctor.
Y ella aceptó.
Tres semanas más tarde, Douglas se emocionó al hojear el cuaderno que había dejado en el albergue y descubrir casi 50 páginas llenas de historias. Sorprendido por la cantidad de personas que escribían, confirmó que aquella era una buena alternativa para documentar la crisis migratoria de Venezuela.
Solymet y Douglas comenzaron a visitar los refugios cercanos a la frontera con Colombia, particularmente los albergues de la localidad de Don Juana (en el Norte de Santander, a 27 kilómetros de Cúcuta) atendidos por la organización cristiana evangélica Samaritans Purse, donde conversaban con los migrantes.
Al principio, al doctor Lyon le parecía que lo escuchaban por cortesía, pero no se amilanó. Por su experiencia trabajando con refugiados se le hacía fácil ponerse en el lugar de esas personas que llevaban varios días caminando, con hambre, sin saber qué comer, ni certezas de dónde pasarían la noche. Pudo entender que era natural que fueran suspicaces ante un americano calvo que se les acercaba a decirles que escribieran en un libro…
—Por favor escriban, para que el mundo los escuche —les pedía, al tiempo que los invitaba a leer los relatos del cuaderno que llevaba.
Al leer, muchos se mostraban más interesados… lo miraban a los ojos mientras tomaban el bolígrafo dispuestos a relatar su testimonio.
Algunas personas tenían ganas de escribir su historia, pero se quedaban paralizadas, sin encontrar las palabras frente a la temida hoja en blanco. Solymet les ofrecía otras alternativas para expresarse: les pedía que dibujaran o contaran lo que habían vivido en el camino.
Ella también tenía sus razones para involucrarse en la labor que había emprendido su amigo Douglas. A pesar de que sabía que Venezuela estaba en crisis, muchas veces se descubría juzgando a los caminantes: ¿cómo era posible que no planificaran su viaje, que llevaran a sus hijos a cuestas en un trayecto tan peligroso?
Quería oírlos, ser más empática, entenderlos. Por ello, como una manera de arrancar el proyecto, escribió su propia historia, en la primera página del primer cuaderno.
Pronto, a los textos se sumó una serie de dibujos, además de algunas entrevistas grabadas y editadas en formato de podcast.
—Gracias por estar aquí haciendo esto —les dijeron.
Las palabras de gratitud animaban a Lyon a seguir adelante con su idea. En un primer momento, al dejar los cuadernos en los refugios, hubo cierto temor a que alguno se extraviara. De hecho, dieron por perdido el que Solymet le confío a una trabajadora sexual de Bogotá, pues habían pasado 5 días sin tener noticias suyas.
Una noche sonó el teléfono de Solymet. Al contestar, oyó la voz de la trabajadora sexual:
—Buenas noches, quisiera devolverle su libro, con algo que escribí.
Junto a su testimonio había un poema:
“… entre tanta nostalgia / mi mente empieza a volar / y escucho esa voz clarita en el autobús que dice: ¡Bienvenidos a Venezuela! / Acabamos de llegar / Y así me quedo dormida / sabiendo que no es verdad / y aunque simplemente es un sueño / sé que pronto va a pasar”.
La devolución del cuaderno perdido disipó cualquier preocupación por el destino de los demás. Douglas entendió que no había razón para ello, pues quienes escribían los trataban con sumo cuidado. Como si tuvieran en sus manos un libro sagrado; como si esos cuadernos fueran la Biblia de los caminantes.
En los venezolanos, Douglas Lyon veía una población especial: casi todos habían tenido acceso a la educación, sabían leer y escribir, algo que no es tan común en refugiados de países como El Congo o Myanmar, con los que ha trabajado.
Se sintió aún más cautivado por el gentilicio después de enamorarse de una venezolana. En efecto, Solymet, la cómplice de todo.
En 2019, Douglas regresó a Estados Unidos decidido a crear una organización sin fines de lucro que respaldara el trabajo que venía haciendo. Le mostró el primer compendio de historias a varios amigos, a quienes había conocido trabajando en programas de salud pública y organizaciones humanitarias. Ellos aplaudieron la iniciativa. Y Médicos Sin Fronteras lo apoyó.
El doctor Lyon llevó a cabo el trámite para registrar la ONG en su natal Oregón y en Colombia. Había que escribir a mano el relato coral de la diáspora venezolana. Un relato coral que cada vez sería más largo y difícil de contar (en 2022, Acnur confirmaría que son unos 6,8 millones los venezolanos que se fueron de su país, la mayoría a Colombia). Al momento de escoger un nombre, quiso que fuera una declaración de principios contra la violencia y la xenofobia que enfrentaban los venezolanos en Colombia.
Para él, las historias, la literatura, son una herramienta que le permite descubrirse a sí mismo y entender mejor a los demás, más allá de las diferencias. Por eso era importante que los migrantes escribieran y que otros leyeran sus relatos, para entender que “todos somos humanos, todos somos hermanos”.
Por eso llamó a su organización Todos Somos.
A partir de ese momento, las cosas empezaron a pasar muy rápido.
De vuelta a Colombia, Douglas se estableció en Chinácota, un pueblo de Norte de Santander, a 40 kilómetros de la frontera. Como ya era un personaje conocido en la comunidad, a su casa comenzaron a llegar voluntarios para sumarse a la labor. Eran colombianos que en su día a día les tocaba convivir con los caminantes y refugiados pero no sabían cómo ayudarlos, más allá de darles dinero.
El doctor y los voluntarios se organizaron para seguir recolectando historias en la frontera. Entretanto, Solymet junto a José y William Díez, editores del proyecto, se encargaron de recopilar una antología de testimonios en un libro impreso por ellos mismos y encuadernado a mano, con el título: ¿Qué pasa, Venezuela?, que a su vez dio pie a una obra de teatro, basada en los testimonios que habían recogido en un año y medio.
El sábado 22 de febrero de 2020 presentaron en La Aldea, un espacio cultural de Bogotá, tres monólogos sobre la migración venezolana, ante un público de casi 100 personas que aplaudió e hizo preguntas durante el foro posterior, en el que Jozef Merkz, representante de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), dijo que el trabajo de Todos Somos tiene “un impacto importante en la respuesta humanitaria, porque promueve la inclusión y el apoyo a los más vulnerables”.
Douglas sintió que estaba logrando su cometido. Él tenía muchas ideas que esperaba ejecutar pronto… o al menos así lo creía hasta que, un mes después, la llegada de la pandemia de covid-19 y las restricciones sanitarias que se impusieron en Colombia lo obligaron a retrasar sus planes.
Comenzó entonces lo que el médico considera la época más peligrosa para los migrantes venezolanos: muchos fueron echados de sus casas y volvió a verlos caminando por la carretera de vuelta a su país, esta vez sin contar con el cobijo y los alimentos que recibían en los refugios, porque un decreto oficial los obligó a cerrar sus puertas.
Ese año, en medio de la incertidumbre, nació su primera hija.
A principios de 2021, Douglas y sus voluntarios volvieron a la frontera y abordaron a los caminantes.
Algunas historias eran de resiliencia.
Historias como estas.
Diana:
“…caminé y caminé durante siete días hasta Rumichaca. En Colombia conocí gente que me desmotivaba pero que gracias a ello me dieron más ganas de luchar y trabajar. Cada vez que sentía miedo, soledad, desespero, DIOS me colocaba un ÁNGEL en el camino que fueron los refugios (…)”.
Otras denunciaban abusos y narraban dificultades en las trochas y la frontera. A quienes sufrieron estos episodios, los motivaba escribir para alertar a otros y que no pasaran por lo mismo.
Víctor:
“…en el camino una patrulla de la guardia nacional venezolana, nos bajó del vehículo y nos metió en unos cuartos de interrogación, donde nos obligaron con un psicoterror a entregarles el dinero que llevábamos para el viaje, después de despojarnos del dinero nos dejaron ir, ¡claro!, primero nos amenazaron con matarnos (…)”.
Anónima:
“… me han ocurrido muchas circunstancias que me han hecho llorar, para conseguir un poco de dinero y poder pagar la comida o el alojamiento en las noches decidí cortar mi cabello y venderlo, igual el de mi hija. En total eran 90 mil pesos que eran de ayuda, pero fui víctima de ladrones que me dejaron sin nada (…)”.
Douglas Lyon sabe que muchos de los migrantes y refugiados que han escrito en los cuadernos de Todos Somos van a necesitar ayuda psicológica. Sin embargo, considera que para que la terapia sea efectiva tienen que establecerse en su país de acogida. En ese sentido, cree que invitarlos a escribir sus testimonios fue quizás un primer paso en esa dirección: darles un medio para ordenar sus pensamientos, procesar mejor la situación por la que estaban pasando y dejar de ser víctimas con historias ocultas.
Desde Oregón, él y Solymet esperan a su segundo hijo y siguen pensando en cómo mejorar el trabajo de Todos Somos para seguir apoyando a los migrantes venezolanos.
En mayo de 2022 inauguraron una exposición de arte, en el Museo Casa Anzoátegui de Pamplona. La muestra titulada: Frontera viva, nuestros caminos cuenta con 35 piezas entre dibujos, testimonios escritos recolectados en los refugios y fragmentos del libro ¿Qué pasa, Venezuela? Esperan exponer estas piezas en otros museos de Colombia e incluso llevarlas a Caracas.
Por lo pronto, confían en recibir fondos para publicar un libro de relatos migrantes dirigido a niños y jóvenes de 12 a 17 años de edad, que distribuirán en centros educativos colombianos para prevenir el bullying y la xenofobia.
Douglas también quiere publicar un libro sobre los problemas que enfrentan las migrantes que trabajan sexualmente en Colombia para alimentar a sus familias. Además, con el apoyo de Médicos Sin Fronteras, aspira poner cuadernos en la frontera de Panamá, para recopilar las historias de los migrantes que atraviesan la selva del Darién.
Para todos estos proyectos va a necesitar recursos que todavía no tiene, pero la experiencia con Todos Somos, proyecto que ha financiado él mismo desde el inicio, le infunde esperanzas.
El doctor Lyon se siente satisfecho del trabajo realizado: más de 2 mil testimonios de migrantes y refugiados venezolanos, recogidos en 23 cuadernos con el apoyo de 150 voluntarios. Insiste en que él proporcionó principalmente la idea y la estructura; cuadernos y bolígrafos para escribir, “lo demás los hizo la gente”.
Seguirá escuchando las historias de los caminantes en la frontera colombiana, pues dice que “el mundo sería mejor si todos aprendiéramos a escuchar como un médico”.
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Kevin Meleán
Periodista. Cuento historias para escapar de la inmediatez. Insisto en patear calle. Quiero ver mi nombre plasmado con tinta en un periódico impreso.