Todas las manos que le tendieron
En menos de un año, Karla perdió a sus abuelos maternos, con quienes mantuvo una entrañable relación. A partir de entonces, comenzó a perder peso y a andar aletargada. Pensaba que era el duelo que estaba atravesando, hasta que su madre, al verla muy pálida, le pidió que fuera el médico porque sospechaba que otra podía ser la causa de su malestar.
Ilustraciones: Walther Sorg
Karla intentaba estudiar desde el viejo sofá que, a falta de un colchón, había tomado por cama. Era una noche de 2018, tenía 19 años y estaba terminando su 2do año de comunicación social. Tenía muchas tareas pendientes, pero le costaba concentrarse. Estaba pálida. Llevaba tiempo sintiéndose débil y fatigada; había perdido mucho peso durante el último año. Solía maquillarse para intentar ocultar lo demacrado de su rostro, pero era evidente que no estaba bien.
Quizá era que los últimos meses habían hecho mella en su cuerpo. Eso pensaba. Sus abuelos maternos, con quienes había mantenido una entrañable relación, acababan de morir. Karla creció con ellos, junto a su hermano y su madre, en una casa antigua de La Pastora, en el centro norte de Caracas. El abuelo, científico y geólogo, siempre le contó sus aventuras en el Amazonas. La abuela fue quien la motivó a iniciar sus estudios en la carrera que quería estudiar: vendió joyas que tenía guardadas para pagarle su inscripción en la universidad.
Ahora que no estaban, los extrañaba mucho.
Primero murió la abuela, por complicaciones asociadas al párkinson; y menos de un año después falleció él, debido a una rara infección en las piernas. No solo era el dolor de esas despedidas, sino también las circunstancias. Sus abuelos recibían pensiones como profesores e investigadores, pero no eran suficientes para cubrir los gastos de los tratamientos que necesitaron durante sus últimos meses de vida. De modo que los gastos de la casa recayeron sobre la madre de Karla, una química que trabaja en el Instituto Venezolano de Investigaciones científicas (IVIC), a quien tampoco le alcanzaba el dinero para otra cosa que comprar medicinas. La comida comenzó a escasear en casa. Karla muchas veces se limitaba a comer una sola vez al día. Seguramente era por eso que estaba tan demacrada, pensaba.
Aquella noche, recostada sobre el sofá, tenía mucho sueño. La madre, que notaba su decaimiento desde hacía semanas, se le acercó y le insistió en que debía ir al médico. Estaba especialmente preocupada porque reconocía en su hija síntomas que durante años vio en su suegro, el abuelo paterno de Karla, quien sufría un trastorno sanguíneo llamado talasemia. Se trataba de una anemia que padece una de cada 1 mil personas. Él la había heredado de sus familiares. La señora siempre había estado atenta a su muchacha, quien nunca, hasta ahora, había mostrado síntomas de haber heredado esa patología.
Terca como muchos a su edad, Karla pensó que la insistencia de su madre era por temores infundados. Pero luego reconoció que en verdad no estaba bien. Sospechaba que tenía algo más que la pesadez del cuerpo, algo más que la tristeza, algo más que el duelo. Decidió hacerle caso a su mamá. Fue al médico. En la consulta le describió al hematólogo su malestar: fatiga, mareo, sensación de ahogo mientras hacía actividades que no requerían demasiado esfuerzo. Y la palidez, que era evidente.
También le comentó al doctor que su abuelo había tenido talasemia. Por ello, de inmediato le ordenaron un examen hematológico que mide los niveles de glóbulos blancos, rojos y plaquetas; además de un frotis, análisis especial de sangre.
La hemoglobina es una proteína que se halla en los glóbulos rojos. Se encarga de transportar el oxígeno hacia los órganos y tejidos del cuerpo. El valor normal depende de diversos factores genéticos, geográficos, raciales y de género, pero por lo general en las mujeres suele ir de 12 a 15,5 gramos por decilitro. El examen de Karla arrojó que ella tenía 7 gramos por decilitro.
Era por eso que se sentía tan decaída.
Esta batería de exámenes confirmó que, en efecto, su madre no se había equivocado. El origen de sus síntomas era la talasemia. El especialista le explicó que ella siempre había tenido la enfermedad, pero que no se había manifestado hasta entonces, quizá porque nunca antes había descuidado su alimentación como ahora.
Muchos de quienes tienen esta enfermedad deben someterse con frecuencia a transfusiones de sangre para subir sus niveles de hemoglobina. Todo indicaba que eso era lo que le esperaba a Karla. Pero aunque tenía este valor muy bajo, el doctor creyó que podía mejorar con un tratamiento alternativo. Eso sí, le advirtió que si llegaba a descender el conteo de hemoglobina a menos de 7 gramos por decilitro, no quedaba más opción que comenzar de inmediato con las transfusiones.
El tratamiento consistía en tomar pastillas de hierro, ácido fólico, multivitamínicos, y mantener una alimentación rica en nutrientes. Debía asistir a controles mensuales para que el médico monitoreara su progreso.
Después del fallecimiento de los abuelos, en medio de una creciente hiperinflación, las cuentas en la casa de Karla seguían en rojo. El sueldo de la madre cada vez rendía menos. Aunque los medicamentos no eran demasiado costosos, le resultaba difícil poder comprarlos. Y, además, estaban escasos. Karla caminaba kilómetros preguntando en cada farmacia que se encontraba si los tenían disponibles.
Como no estaba recuperada, en medio de esos recorridos, llegó a desmayarse.
Con frecuencia sentía que los brazos y piernas le pesaban, le faltaba el aire y se mareaba. En dos ocasiones le ocurrió en el Metro de Caracas: perdió el conocimiento y despertó siendo auxiliada por el personal del servicio.
A pesar de esas dificultades ella se negó a abandonar su rutina.
Continúo asistiendo a la universidad. Tenía un grupo de siete amigos con quienes en más de una ocasión se había desvelado estudiando para algún examen o bailando en alguna fiesta. Y, ahora que estaba convaleciente, estaban ahí para apoyarla. Muchas veces fueron ellos los que la ayudaron a comprar las pastillas que necesitaba. Y la invitaban a comer en sus casas para que tuviera una mejor alimentación. Y le daban ánimo cuando la veían muy decaída.
Los profesores también se preocuparon por ella. Eran comprensivos cuando faltaba para ir a las consultas médicas. La atendían con cariño cuando se acercaba a ellos para aclarar dudas sobre las clases a las que no había asistido. En medio de todo, se le hacía difícil entender estadística, pero con el apoyo de la profesora logró aprobar la materia y culminar su 2do año con éxito: su rendimiento académico descendió un poco, pero se mantuvo entre los más altos de su clase.
Después de tres meses de tratamiento, y de atender a las necesidades de su cuerpo, sus exámenes de control arrojaron un nivel de hemoglobina más elevado. Si bien no era el óptimo, representaba una mejoría. Karla fue a la consulta médica con la esperanza de que esto significara un cambio positivo. Y en efecto, el médico le dijo que había dejado atrás el estado de gravedad de la enfermedad. Que definitivamente no era necesario recurrir a transfusiones de sangre.
Si bien sabía que iba a padecer de talasemia el resto de su vida, lo que implica continuos cuidados en su alimentación así como medicación constante, Karla se sintió feliz y agradecida. Con la vida, y con todas las manos que le tendieron para no dejarla sola en su camino.
Han pasado casi dos años desde ese crítico episodio de su vida. Ahora, a unos meses de recibir su título universitario, se siente orgullosa. Recuerda aquellos momentos como una de las cuestas más difíciles que le ha tocado andar. El duelo, la enfermedad, la crisis del país… De todo eso aprendió que a veces hay que bajar el ritmo, dejarse ayudar y persistir.
Esta historia fue desarrollada en el taller “Tras los rastros de una historia”, impartido a través de nuestra plataforma El Aula e-nos, en el 3er año del programa formativo La Vida de Nos Itinerante.
3440 Lecturas
Dubraska Lanza
Siempre me han gustado las historias, primero fue escucharlas o leerlas hasta que descubrí que también podía contarlas. Tengo la firme creencia de que la realidad supera la ficción, y que cada persona tiene el potencial de contar una increíble anécdota. #SemilleroDeNarradores